Lupe de la Vallina | 13 de julio de 2018
Voy por el quinto borrador para abordar este artículo y hace 18 minutos que pasó mi deadline. Sin embargo, el editor tiene paciencia porque quiere contar con mi perspectiva -y no con la de cualquier otra persona- sobre el tema que nos ocupa. Supongo que es un buen ejemplo de lo que vengo a contaros aprovechando el Día Internacional del TDAH.
Se trata del Día internacional del TDAH, no del IDAH o de la PDAH, porque se trata de un trastorno probado, no de un invento de las malignas farmacéuticas ni de un rasgo originalísimo de la personalidad. T de trastorno de la conducta, T de que te funcione mal el cerebro, T de que todo te cuesta más que al resto. Pero T de tampoco es el fin del mundo.
Altas capacidades y #TDAH, cómo ayudar al niño doblemente excepcional https://t.co/Y3tnsDUI89 pic.twitter.com/epzRXKTEAt
— Hacer Familia (@HacerFamilia) July 12, 2018
Tengo TDAH adulto y mi vida buena comenzó con el diagnóstico tardío, a los 29 años. Y eso es lo que quiero compartir con vosotros, que la vida con este trastorno puede ser buena, e incluso mejor que buena, si se trata con seriedad. Y que nunca somos demasiado viejos para comenzar una vida buena.
Hace poco me llamó un gran amigo, antiguo compañero de trabajo, al sospechar que su hijo tenía TDAH. Después de un largo rato enumerando síntomas, me confesó que tenía los pelos de punta: yo no solo estaba describiendo a su hijo, estaba describiéndolo a él. ¿Pero qué más daba molestarse en buscar un diagnóstico a estas alturas, pasados los 40? Al fin y al cabo, él tenía éxito y había aprendido a arreglárselas de una forma u otra para compensar sus carencias sin que se notara demasiado. “¿Pero a qué precio?”, le pregunté, “¿cómo pagas ese sobreesfuerzo que la gente a tu alrededor ni imagina?”. Y entonces lo comprendió: que él llevaba toda la vida jugando en modo experto y no era necesario.
Piénsalo, la gente sin trastornos pasa y se pasa la vida jugando en modo principiante. Sabe calcular el tiempo y hacer una maleta, genera hábitos al repetir acciones unas pocas veces y aísla los estímulos que no le resultan útiles a su cerebro. Es relajadísimo. Lo supe al probar la medicación que anulaba mis síntomas. Para llegar a tiempo era suficiente querer hacerlo. ¡Qué fantasía! Otros amigos comparan la medicación con ponerse gafas por primera vez después de años de miopía galopante. La maravilla de los bordes nítidos, el goce de la atención dirigida a voluntad, la libertad de sentirse dueño de las propias fuerzas.
El Día internacional del TDAH no solo sirve para lamentar los síntomas, porque la vida cumplida no necesita solo eficacia y una atención constante. Necesita espontaneidad, asombro y sentido del humor. Necesita una vena punk que la edad no nos borra ni cuando nos empeñamos, tenemos el ansia de libertad de un pirata mutilado pero encaramado a su proa. Necesita un alma de niño cuando se trata de amar. Y en estas virtudes nos reconoceréis, seguramente después de que os hagamos escupir la cerveza con un chiste totalmente inapropiado.