Fran Guillén | 12 de enero de 2018
Partamos de una base sólida para iniciar el debate sobre el dopaje: el deporte profesional no es sano. La actividad física, que en dosis estudiadas es una bendición para el cuerpo humano, se convierte en una penitencia cuando el día a día de una persona se basa en llevar sus prestaciones al límite.
No hay un exjugador de baloncesto o de voleibol al que las rodillas no le crujan a niveles casi artríticos, hay pocos veteranos del fútbol americano que no acusen neuronalmente los golpes de su carrera deportiva y es anecdótica la cantidad de futbolistas que no se quejan de dolores residuales tras años de recibir patadas. Por poner solo un puñado de ejemplos.
Precisamente por ello, el debate del dopaje se torna más delicado de lo que parece y la tan manida frase de “poner en riesgo la salud del deportista” cuando este acude a ayudas ilegales hace torcer el gesto a muchos.
Shane Sutton claims of common use of TUEs to ‘find gains’ upset British cyclists https://t.co/A3dc7s2RBj via @guardian_sport
— The Guardian (@guardian) November 20, 2017
¿Son los deportistas de élite los gladiadores contemporáneos? ¿Ponen en riesgo su integridad física a sabiendas de que a cambio aspiran a gloria y riqueza? ¿Les empuja esto a un todo vale en el que a veces se difuminan las líneas de lo ético? Las preguntas se agolpan en la mente del aficionado, que ve cómo quedan pocos ídolos sin pies de barro. El último de ellos, Chris Froome.
No son nuevas las sospechas sobre el ciclismo, del que el mismísimo Lance Armstrong ha llegado a reconocer recientemente que se ha convertido en “el felpudo del deporte”. Ni sobre el Team Sky, vanguardista y dominante en el pelotón internacional, según muchos, también por la injerencia de prácticas ilegales. El pasado mes de noviembre, sin ir más lejos, un antiguo preparador físico del conjunto británico, Shane Sutton, declaró que algunos medicamentos que se autorizaban como excepciones terapéuticas se usaban, en realidad, para mejorar el rendimiento.
España se pone al día en materia antidopaje . Pero los controles aún tardarán en volver
¿Cuántos asmáticos ocultan prácticas dopantes? ¿Cuántas praxis habituales (y, obviamente, permitidas) en épocas recientes hoy son poco menos que el anticristo para la Agencia Mundial Antidopaje? O quizá lo más sangrante: ¿cuántas sustancias permitidas en un deporte son cruel tabú en otro?
La penúltima puntilla a la fe de muchos la ha puesto Ícaro, el formidable (y descorazonador) documental de Bryan Fogel que empieza siendo una prueba empírica del salto cualitativo que da el ‘doping’ en el rendimiento de cualquier deportista de cierto nivel y acaba, sin quererlo, destapando el teatro de marionetas que ha sido el deporte ruso en los últimos tiempos, con los Juegos de Invierno de Sochi como punta de iceberg.
Es científicamente complicado y humanamente imposible creerse, después de ver el testimonio crudo de Grigori Rodchenkov, todos los logros recientes en materia deportiva de la nación de Putin. El que fuera director del laboratorio del Centro Antidopaje de Moscú desvela un ‘doping’ de Estado en Rusia cuya maquinaria es de tales proporciones que hace falta ser muy cándido para no sospechar de lo que ocurrirá a partir de junio en el Mundial de fútbol.
Esta rémora elefantiásica, este eterno juego del gato que jamás cazará al ratón, nos hacen plantearnos si la barra libre de ‘potenciadores’ no es lo que aguarda al deporte de élite en un futuro no muy lejano. Uno, tras quemarse las manos poniéndolas una y mil veces en el fuego por tantos ángeles hoy caídos, no hace más que pensar que quizá nos autoengañamos aplaudiendo una grandeza de cartón piedra.
Quizá la solución sea, precisamente, aceptar que en los pósters de nuestras habitaciones hay superhombres que lo fueron por muchas circunstancias, algunas más éticas que otras. El combate contra el daño a la salud pública, tótem de toda lucha antidopaje, hace tiempo que se antoja un brindis al sol. ¿Se convierten en deidades menores los jugadores del inolvidable Dream Team del 92 cuando uno sabe que se reunieron en Barcelona a condición, marcada por la NBA, de que el COI no los sometiera a controles ‘antidoping‘? Quizá es la pregunta definitiva que habría que hacerse. Para aprender luego, claro, a convivir con la respuesta.
Maribel Medina: "En Barcelona 92 reclutaron médicos para el dopaje" – https://t.co/dvK6RZ8SJ5 pic.twitter.com/3d6K4zPs1n
— ABC Deportes (@abc_deportes) October 25, 2015
“El atletismo es una estafa -denunció Maribel Medina, pareja de un exatleta español de primer nivel y convertida ahora en autora de éxito al denunciar las miserias del dopaje-. Gana el mejor de los dopados. No me creo ningún récord, ninguno. Puedes ganar muchas reuniones o citas locales, pero cuando llega una gran competición nacional o internacional, dejas de ganar. El que se dopa bien marca la diferencia. Con el dopaje siempre se mejoran las marcas, llegas un poco más lejos cada año y no es progresión. Es dopaje”.
Uno duda si conviene despertar nuestro espíritu crítico o es mejor resignarse a contemplar el deporte de élite como un trampantojo insoportable. Ojalá no desfallezca quien sigue prefiriendo perder limpiamente a ganar con atajos oscuros, pero cuesta creer que el tsunami no nos devorará a todos. Si es que no lo ha hecho ya.