Gonzalo Moreno | 09 de enero de 2019
El software es algo que ha invadido el mundo. O, mejor dicho, nuestro mundo ya pertenece al dominio del software. Es software la plataforma donde corre eldebatedehoy.es, pero también estamos montados en software al hablar por teléfono, al conducir, al volar, al investigar y, por supuesto, al tratar con cualquier dispositivo con pantalla más o menos chica. Pues en el mundo software es donde nace un marco de hacer las cosas diferentes: más rápido, más eficiente, pero sobre todo agilizando el proceso que une el diseño, la corrección, el aprendizaje y el resultado final. Se trata del método ágil.
Ese incremento exponencial del código sobre lo tangible -no es otra la definición de hardware– ha hecho que cada vez más personas y organizaciones empleen millones de horas en su desarrollo y optimización. Y, cuando muchos trabajan en algo durante mucho tiempo, termina por dar buenos resultados. Puede llegar a la categoría de descubrimiento, incluso desbordando el ámbito de su primera aplicación. Así ha ocurrido con el método ágil para el desarrollo software y así fue también con la electricidad, el telégrafo o el protocolo IP.
Sin embargo, la metodología ágil, formulada en el año 2001 por 17 desarrolladores software en una estación de esquí de Utah, no descubre un nuevo lenguaje de programación o una herramienta revolucionaria, sino otra forma de trabajar. Forma que, una vez estructurada en sus componentes esenciales, es en realidad un redescubrimiento de algo que había perdido actualidad. Porque el eje del método ágil no es el objeto -la programación software-, sino el sujeto. Es decir, aquellos que realizan el trabajo.
Las nuevas tecnologías . Horizontes más allá de la repercusión mediática y el marketing
De las cuatro máximas del Agile Manifesto, la primera de ellas se refiere directamente al individuo y a las relaciones interpersonales. El resto responde a cuestiones más cercanas a la naturaleza cambiante de las cosas -y de los hombres- que a una estructura estable. Extrayendo del manifiesto la cadena semántica individuo-interacción-colaboración-cambio, obtenemos la esencia del método ágil. Y, como es fácil deducir, es un método de aplicación mucho más amplia que en el ámbito del software donde nació.
Como es evidente, los principios que inspiran el método ágil tienen más de humanismo que de ingeniería. O, precisamente, su éxito radica en que es un retorno humanista a un mundo que tiene que abordar problemas de una complejidad técnica sin precedentes, pero donde el eslabón más débil continúa siendo el individuo.
Los que nos dedicamos a la dirección de equipos tenemos en el método ágil una fuente inagotable de inspiración. No porque sea nada nuevo, sino porque son principios robustos sobre organización y trabajo en equipo que se han traducido para nuestra época. Un mundo hipertecnologizado, pero donde las crisis y las oportunidades siguen dependiendo de los mismos seres humanos.