Natalia Úbeda | 31 de julio de 2018
El cuerpo humano constituye el hogar para, al menos, 100 billones de microorganismos, la mayoría de los cuales habita en el intestino. Al conjunto de todos estos microorganismos lo denominamos microbiota y puede llegar a pesar entre 1,5 y 2 kg. Solo un tercio de nuestra microbiota intestinal es común a la mayoría de las personas, mientras que los otros dos tercios son específicos en cada individuo. En los adultos sanos, dos filo son los que dominan: Firmicutes y Bacteroidetes, variando su proporción entre los distintos individuos.
Estos microorganismos interaccionan entre ellos y con el huésped (ser humano), teniendo un impacto en la fisiología y la salud del individuo, ya que promueven la maduración de las células inmunológicas, favoreciendo una respuesta inmune adecuada. También llevan a cabo un amplio rango de funciones, como la fermentación y absorción de compuestos no digeribles de la dieta y la síntesis de algunas vitaminas (B12, K). Así, la microbiota puede influir en la salud de las personas a través de la producción de compuestos beneficiosos o perjudiciales. Muchos de estos microorganismos pueden producir ácidos grasos de cadena corta (AGCC) a partir de la degradación de fibra dietética, los cuales tienen funciones antiinflamatorias, anticarcinogénicas e inmunorreguladoras. Sin embargo, la microbiota intestinal también produce moléculas asociadas a efectos perjudiciales y se ha demostrado que una perturbación en el equilibrio de esta, lo que se conoce como disbiosis, está relacionada con varias enfermedades:
* Obesidad, ligada a un incremento del ratio Firmicutes-Bacteroidetes y una mayor proporción de bacterias Gram negativas, que ocasionan un estado de inflamación persistente.
* Diabetes tipo 2 y síndrome metabólico, a través de una disregulación de la respuesta glucémica. Los pacientes con estas enfermedades presentan menor proporción de bacterias productoras de AGCC.
* Enfermedades cardiovasculares, asociadas a bacterias productoras de trimetilamina, que es oxidada en el hígado y da lugar a placas de ateroma.
"En peso, nuestros microbios representan entre dos y tres kilos, doblando el peso de nuestro cerebro" https://t.co/QlaExwOqov @toni_gabaldon en @BigVangLV #microbiota
— Gut Microbiota NW (@GutMicrobiotaWW) July 16, 2018
* Alergias alimentarias y enfermedad celiaca. La exposición a factores alimentarios, junto con la acción de la microbiota y sus metabolitos, modifica la respuesta inmune mediada por las células T, ocasionando la intolerancia o alergia.
* Enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa y colon irritable, asociados a una disbiosis en la que predomina el descenso de Firmicutes y bacterias productoras de AGCC.
* Cáncer colorrectal, a través de la producción de metabolitos pro-inflamatorios y pro-oxidativos y/o toxinas, que aumentan la incidencia de cáncer de colon. Adicionalmente, una dieta rica en grasa provoca que los ácidos biliares sean transformados por las enzimas microbianas en ácidos biliares secundarios involucrados en procesos de apoptosis, daño al ADN y proliferación celular ligados también al cáncer de colon.
* Enfermedades neurodegenerativas (autismo, enfermedad de Parkinson y de Alzheimer), a través de la producción de moléculas neuroactivas que modulan el desarrollo y la función cerebral, el humor y el comportamiento.
La dieta habitual de cada persona parece ser el factor primario que más influye en la modulación de la microbiota intestinal. La “occidentalización” de la dieta induce una pérdida de la diversidad bacteriana y la desaparición de géneros específicos, con el consecuente efecto en la salud del individuo. Poblaciones rurales que consumen una dieta rica en fruta, verdura y tubérculos, y baja en productos animales, muestran un enriquecimiento de su microbiota en microorganismos que degradan y metabolizan la fibra, dando lugar a AGCC. Debido a ello, distintos estudios remarcan la posibilidad de inducir cambios en la microbiota a través de la intervención dietética, aunque estos cambios son, a menudo, transitorios, ya que la microbiota tiende a revertir a la condición original. La mayoría se enfocan en suministrar un suplemento dietético a la dieta (generalmente fibra) o en administrar una dieta rica en hidratos de carbono o proteínas o grasas. Parece que adicionar una fibra prebiótica a la dieta lleva al enriquecimiento de bacterias degradadoras de fibra en el intestino y, consecuentemente, a una mejor salud metabólica, aunque los resultados publicados hasta el momento todavía son controvertidos, ya que generalmente los estudios se limitan a un escaso número de personas y la comparación entre ellos no es siempre posible, debido a la gran cantidad de factores confusores existentes.
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Además, también existe una gran variabilidad intersujeto en la composición de la microbiota intestinal, lo que condiciona la respuesta al tratamiento dietético y hace muy difícil demostrar un efecto causal. Así, individuos con una alta proporción Prevotella-Bacteroidetes ratio (P/B) presentan una mayor pérdida de peso después de consumir durante 6 meses una dieta alta en fibra, en comparación con individuos con menor P/B ratio. Otro estudio demostró que los sujetos con alta presencia de Akkermansia muciniphila en el intestino mostraban mejores resultados metabólicos (disminución en la resistencia a la insulina y en las LDL-colesterol), en respuesta a una dieta hipocalórica y alta en proteína y fibra.
También se ha demostrado que el consumo habitual de una dieta saludable, como la que presenta el modelo mediterráneo, “moldea” la microbiota, de forma que promueve la producción de metabolitos beneficiosos. En un estudio en el que un grupo de individuos siguió durante un año una dieta de tipo mediterráneo se observó que se mejoró la sensibilidad a la insulina y se incrementó la abundancia de especies productoras de AGCC. Ello demuestra que el seguimiento de una dieta y estilo de vida saludables durante toda la vida puede contribuir a mantener una microbiota sana, sin necesidad de adoptar intervenciones dietéticas específicas.