Javier Arjona | 30 de agosto de 2017
Aunque la tradición cristiana establece que hubo un lugar en la Tierra donde Adán y Eva, los primeros ‘humanos’, estuvieron en contacto directo con Dios, la pregunta desde un punto de vista científico es sencilla: ¿pudo existir realmente el Jardín del Edén?
No cabe duda de que el pasaje bíblico sobre el Paraíso Terrenal está cargado de un complicado lenguaje metafórico que puede provocar dudas en aquellas personas sin unas profundas raíces cristianas. De nuevo, se hace necesario volver a la investigación científica para buscar respuestas que permitan sostener el relato del Génesis desde el punto de vista de la razón, para entender si pudo haber una conexión histórica entroncada con Adán y Eva, personajes que en la anterior entrega ya situamos al comienzo del Neolítico, en torno al año 8000 a. de C., en la región de Mesopotamia.
Dice el Génesis, en su capítulo 2, versículos 10 a 14: «De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. Uno se llama Pisón… El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Cus. El tercer río se llama Tigris: es el que recorre al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates». De un primer análisis del texto, surgen dos ríos, el Tigris y el Éufrates, que no solo son bien conocidos en la actualidad, sino que de ellos sabemos que fueron la cuna de las primeras civilizaciones. Parece una interesante casualidad que allí surgieran Sumer, Acad, Asiria o Babilonia.
Tanto el Tigris como el Éufrates nacen en Turquía, en las montañas de Anatolia, y desembocan en el sur de Iraq. Para la localización de los ríos Pisón y Guijón, existen distintas teorías, una de las cuales los asimila a los ríos Kuwait y Karun, respectivamente. En cualquier caso, es un hecho contrastado con la arqueología que las primeras aldeas neolíticas se formaron en esta región y que los ríos Tigris y Éufrates vertebraron su evolución hasta convertirse en ciudades y, posteriormente, en ciudades-Estado.
Tiene sentido pensar que, si el grupo humano al que pertenecieron Adán y Eva inició la transición al Neolítico en Mesopotamia, hacia el 8000 a. de C., y es en esa misma región donde posteriormente surgirán las primeras civilizaciones, el contexto geográfico y temporal del relato bíblico es, cuando menos, coherente. Los primeros indicios ya documentados de aldeas neolíticas están datados hacia el 6500 a. de C. y localizados en Jericó, Jarmo y Hacilar, esta última situada algo más al norte, en la península de Anatolia.
Volviendo al relato bíblico, el Antiguo Testamento menciona que Caín tuvo varios hijos y nietos. Según el capítulo 4, versículo 17:
Caín tuvo relaciones con su mujer, que concibió y dio a luz a Henoc. Construyó una ciudad y la llamó Henoc, como el nombre de su hijo. A Henoc le nació Irad, e Irad engendró a Mejuyael; Mejuyael engendró a Metusael, y Metusael engendró a Lámec. Lámec tomo dos mujeres: la primera llamada Adá, y la segunda Silá. Adá dio a luz a Yabal, que vino a ser padre de los que habitan en tiendas y crían ganado. Su hermano se llamaba Yubal, padre de cuantos tocan la cítara y la flauta. Silá, por su parte, engendró a Túbal Caín, antepasado de todos los forjadores de cobre y hierro.
El presente pasaje establece varios e interesantes vínculos con la Prehistoria y refuerza las tesis sostenidas en anteriores entregas de esta serie. En primer lugar, se menciona toda una genealogía de personajes que únicamente tendría sentido considerando que surgen a partir de un grupo de Sapiens, y no únicamente de dos individuos, Adán y Eva. En segundo lugar, se observa una evolución cultural de generación en generación, que parte de la construcción de una ciudad por parte de Caín que, sin duda alguna, sería una aldea sedentaria.
Se menciona a Yabal como el padre de los que habitan en tiendas y crían ganado, lo que indica que, efectivamente, vivían en un incipiente Neolítico, pero más sorprendente es cómo algunas generaciones más tarde aparece Túbal Caín como antepasado de todos los forjadores de cobre y hierro. El Génesis nos está explicando el paso del Neolítico a la Edad de los Metales, transición que, efectivamente, tuvo lugar hacia el año 6500 a. de C., como hoy nos demuestra la arqueología. De nuevo sorprende que un libro escrito varios siglos antes de Cristo explique una evolución cultural que fue periodizada por primera vez por el historiador danés C.J. Thomsen, en el siglo XIX.
A caballo entre el Génesis y la arqueología, y cuadrando de nuevo razón y fe, se podría entonces establecer que el Paraíso Terrenal estuvo localizado junto a los ríos Tigris y Éufrates, y que Adán y Eva, y el grupo de individuos Sapiens al que pertenecieron vivieron allí hacia el 8000 a. de C. Sus descendientes formaron en torno al 6500 a. de C. las primeras aldeas neolíticas, de las que Jarmo, situada junto al cauce del Éufrates, podría ser el mejor ejemplo. Al mismo tiempo, comenzará a desarrollarse la metalurgia, que en los primeros estadios tendrá en el cobre arsenicado su principal materia prima.
La Mesopotamia bíblica entrará finalmente en la historia con la aparición de la ciudad de Uruk, donde hacia el 3500 a. de C. se desarrolla la escritura y el sello cilíndrico, que pronto sustituye a la impronta plana. La primera gran obra literaria conocida es precisamente de origen sumerio, la Epopeya de Gilgamesh, que además de narrar las peripecias del quinto rey de Uruk, se hace eco de otro de los grandes relatos del Génesis, el Diluvio Universal, que será analizado en la siguiente entrega de esta serie.