José Luis Velayos | 06 de febrero de 2018
La feminidad y la masculinidad son diferentes ontológicamente (posibilidad de ser madre o de ser padre). Y hay diferencias biológicas, somáticas, que son expresión de la persona masculina o femenina. Psicológicamente, es más propio de la mujer la ternura y del varón, dar seguridad a la familia. El ser humano posee instintos, mociones, impulsos, propios de la animalidad; pero es libre, pudiendo modificar lo que le dicte la naturaleza.
Y es capaz de amar y, cuanto más se compromete con el bien, más libre es. El amor es entrega, cuestión presente en las relaciones humanas, entre ellas, en el matrimonio (se ha extendido el término “pareja”; creo que sería preferible hablar de matrimonio o unión permanente de un varón y una mujer).
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Y el egoísmo es una verdadera lacra. ¿No será esta la principal causa de la agresividad y de la violencia? La agresividad, la violencia, están presentes en la historia desde la época de Caín y Abel hasta la nueva era tecnocientífica, en cierto sentido “aséptica”.
El hipotálamo, situado en el centro del cerebro, es una estructura importante en este sentido. La lesión experimental de su zona posterior, en animales, da lugar a un estado de gran placidez. Además, estos animales presentan bulimia, es decir, un gran apetito. En cambio, su estimulación desencadena agresividad y violencia en el animal de experimentación. Como conecta con los centros vegetativos del tallo cerebral, se explican los cambios en el pulso y en la tensión arterial en tales situaciones. Los datos clínicos (por ejemplo, en tumores de esta área) corroboran que en la especie humana el hipotálamo está en relación con tales aspectos de comportamiento. En el tallo cerebral, la sustancia gris periacueductal, que recibe proyecciones del hipotálamo, está relacionada también con estos asuntos.
Además, es importante la amígdala cerebral, núcleo situado en el polo del lóbulo temporal. Su destrucción experimental da lugar en el animal a falta de temor, mansedumbre, actividad autoerótica. En la enfermedad de Alzheimer hay afectación de la amígdala. Se han observado alteraciones en el flujo sanguíneo de la amígdala en la depresión. Ciertos asesinos tienen una mayor actividad de la amígdala cerebral derecha.
La extirpación de la amígdala cerebral, en enfermos epilépticos graves, provoca disminución de la agresividad.
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Algunas observaciones clínicas han puesto de manifiesto que la lesión de las cortezas prefrontales del cerebro cambia profundamente la personalidad, afectándose principalmente la conducta moral. La corteza prefrontal, muy desarrollada en la especie humana, se sitúa en la parte anterior del lóbulo frontal del cerebro. Parece ser que estas cortezas inhiben a la amígdala. Son zonas de escasa actividad en sujetos violentos. Los estudios de neuroimagen muestra que se activan cuando el sujeto estudia un caso moral sobre el que ha de dar su opinión.
Neuralmente, se observan diferencias en ambos sexos, lo que está también en la base de su distinto comportamiento. Tienen más relevancia determinadas estructuras cerebrales en un sexo o en el otro. A modo de ejemplo, la zona posterior del cuerpo calloso, estructura que interconecta ambos hemisferios cerebrales, es mayor en la mujer; el área preóptica, zona relacionada con la formación de hormonas sexuales, es mayor en el varón; la amígdala cerebral es mayor en el varón, lo cual explica que las respuestas emocionales sean más rápidas en este.
Es más acusada la agresividad y violencia en el varón que en la mujer, en buena parte debido a que los aspectos hormonales son distintos. La testosterona, propia de los animales machos, y más abundante en el varón que en la mujer, tiene que ver con la agresividad, con la violencia física; en cambio, en la mujer la violencia puede ser de otra forma. De ahí que la violencia machista sea más aparatosa.
Se da hoy día importancia a la serotonina en la manifestación del comportamiento agresivo, sustancia que se segrega en varias zonas del sistema nervioso central y, en especial, en los llamados núcleos del rafe, en el tallo cerebral.
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Junto a los factores biológicos, hay una interactuación con factores psicosociales. Intervienen, además, otros componentes: el cansancio, el agotamiento, la tristeza, el no saber perdonar y pedir perdón, el narcisismo, la falta de formación, la incapacidad para el autocontrol, el mayor o menor grado de autoestima, etc.
Los neurocientíficos materialistas (que de antemano declaran que todo es material) atribuyen al cerebro, como último y único responsable, la actividad intelectual, religiosa, moral, altruista. Para ellos, la violencia sería algo fuera de control, pura animalidad, algo natural. Sin embargo, se constata que el hombre puede controlarla. Y es que el ser humano es una unidad cuerpo-alma, de modo que en cualquier actividad, sea pacífica o violenta, interviene la persona entera; por eso es capaz de refrenarse, de superar las situaciones, de ser conciliador, positivo.