Los magnates del cine deberían dejar vivir en paz su vida a los homosexuales y a los heterosexuales y sacar la catequesis del cine, que no es su lugar.
El héroe clásico y el antihéroe crepuscular dan paso a personajes nada arquetípicos, «normales», cercanos, creíbles, con dramas que no nacen de un laboratorio de guiones sino de la vida real.
La Gala de los Premios Goya, presentada por el actor malagueño, fue la mejor en mucho tiempo. La elegancia, la despolitización y la cinefilia fueron el leitmotiv del acto, tres características que ya se habían dado por perdidas.
Peter Docter ha querido hacer una cinta políticamente correcta, ecléctica en lo religioso, con tono new age, protagonizada por un afroamericano y por unas almas asexuadas, con elogio de las mascotas y alejada de cualquier planteamiento antropológico «fuerte».
Cuando los mandamases aceptaron con docilidad la ideología de género, Disney no dudó en incluir en sus producciones los nuevos «valores», siempre fiel a los dictados de la mentalidad dominante en cada momento.
Hollywood apuesta mayoritariamente por películas que miran al mundo con desencanto, populismo político y que hacen del «otro» una amenaza.
Hay actores y actrices que han conseguido encarnar modelos humanos sumamente atractivos e interesantes. Y su vida personal rara vez desmiente a sus personajes. No suelen ofrecernos páginas de escándalos o sonadas extravagancias.
En 2020 el cine ha perdido unos 500 millones de euros de recaudación en España. El nuevo año podría amortiguar un poco el desastre, pero la inminencia de un tercer rebrote impide empezarlo con gran optimismo.
Bagdad Café, La leyenda del santo bebedor y El festín de Babette son tres propuestas mucho más profundas y verdaderas que tantas películas que nos llegan con la palabra ‘Navidad’ en su título.