Ignacio Blanco | 02 de marzo de 2017
Azorín fue novelista, ensayista y autor dramático, aunque gran parte de su obra (como era habitual entre sus coetáneos) fue alumbrada en las páginas de los periódicos de mayor circulación del momento.
“¿Dónde está España? Podemos formular esa interrogación a la vista del espectáculo que nuestro país ofrece”
Quien así habla es Azorín, José Martínez Ruiz, fallecido en Madrid hace justamente 50 años. Su voz atraviesa el tiempo y nos golpea hoy como un rayo: “¿Dónde está España? ¿Dónde está la fortaleza de España?”, se lamenta el escritor alicantino evocando a Larra.
El 23 de noviembre de 1913, en un homenaje que Ortega y Juan Ramón le organizan en Aranjuez, Azorín zarandea las conciencias de sus compatriotas y verbaliza los sentimientos que hierven en el corazón de los intelectuales allí congregados por el mismo dolor. La “profunda disparidad entre la política y la realidad” es para Azorín una brecha por la que se desangra su patria. [La España oficial] “¿Qué te importará a ti, labriego atenazado por el hambre, labriego a quien tus hijos piden pan, pan que no tienes? […] Todo esto ¿qué nos importará a nosotros, los que ante el panorama de Castilla, de Levante o de Andalucía hemos meditado el presente trágico de España?”.
La profunda disparidad entre la política y la realidad es para Azorín una brecha por la que se desangra su patria
Es el timbre de voz de los regeneracionistas. Flota en el ambiente la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo (“vieja y nueva política”), entre la España oficial y la España real. Unamuno, Pérez de Ayala, Baroja, Machado, Maeztu, Valle, Azorín, todos en sintonía con los más jóvenes del 14, Ortega, Juan Ramón, D’Ors, denuncian la ineficacia de un sistema político “fantasmagórico”, invadido por el cáncer del caciquismo y el clientelismo, colapsado por la falta de cultura y educación, bases de cualquier proyecto nacional.
Vaya por delante, pues, que toda la literatura de Azorín está atravesada por una profunda conciencia social y una decidida lucha contra la corrupción de la función política. Es, como se ve, un autor tremendamente actual.
No se comprende Azorín si no es sobre el tapiz de la Generación del 98. Fue su adalid, como reivindicó desde las páginas de ABC. Con Ramiro de Maeztu y Pío Baroja formó “el grupo de los tres”. Firman artículos y dan entrevistas en las que se declaran “el núcleo de un grupo literario que se dispone a iniciar una acción social”. “Hacíamos excursiones en el tiempo y en el espacio –explica Azorín en Madrid-. Visitábamos las vetustas ciudades castellanas. Descubríamos y corroborábamos en esas ciudades la continuidad nacional”.
Fue el adalid de la Generación del 98, como reivindicó desde las páginas de ABC. Con Ramiro de Maeztu y Pío Baroja formó el grupo de los tres
En mi opinión, he aquí la clave de su pensamiento: “la continuidad nacional”. ¿Qué argumentos narran sus novelas? ¿Quiénes son sus protagonistas? ¿Qué detalles captan su atención? Los dilemas de un cura de pueblo, la humildad de un filósofo que vive al final de una callecita franciscana, la trágica existencia de los campesinos andaluces… Al fin y al cabo, toda historia es su intrahistoria. Ninguna gesta interesa al escritor alicantino. Al contrario, Azorín va a posar su mirada en lo humilde, lo vulgar, fiel a la filosofía de que “todo lo que es, vuelve a ser eternamente”. Ortega lo desveló en un ensayo de obligada lectura: “Azorín, primores de lo vulgar” (El Espectador II, 1917). Azorín busca “la sustancia del mundo” que se repercute eternamente, de ahí que en su obra las pequeñas cosas ocupen el primer plano de atención.
Azorín se lanza a recorrer la periferia española. Le importan los labriegos, los artesanos, los hombres anónimos que luchan a diario para sacar adelante sus ásperas vidas. Va buscando “el punto de gravedad del alma castellana”. Tras el Desastre del 98 y la pérdida de las últimas colonias, estos intelectuales necesitan aferrarse a una idea de España que solo puede fundamentarse en el terruño ibérico. Y puestos a buscar la esencia de España, no nos extraña que muchos de ellos recorran la ruta del Cid; pocas cosas habrá más castizas que el Cid Campeador. En el caso de Azorín, destacan sus crónicas La ruta de Don Quijote (1905), Castilla (1912) y La Andalucía trágica (1914).
Le importan los labriegos, los artesanos, los hombres anónimos que luchan a diario para sacar adelante sus ásperas vidas
Lo humilde también se refleja en una prosa construida a base de frases cortas, ordenadas, musicales. Escritor por excelencia de la sencillez, el lenguaje de Azorín está hilvanado con diminutivos que subliman cuanto tocan. Es un maestro de la adjetivación, que prefiere las series de dos adjetivos unidos por una coma a la trimembración, que produce un efecto totalizador. Es un referente indiscutible de periodistas y escritores.
Fue novelista, ensayista y autor dramático, aunque gran parte de su obra (como era habitual entre sus coetáneos) fue alumbrada en las páginas de los periódicos de mayor circulación del momento.
Murió en Madrid el 2 de marzo de 1967. Había cumplido 92 años. En una de las últimas fotografías lo vemos en su casa, acompañado de su esposa; rostro enjuto, sereno. Su piel es un papel de fumar. La mirada, hundida en unas cuencas profundas, destila la melancolía que transpira toda su obra y que, con fuerza renovada, llega hasta nuestros días.