Blanca Ballester | 22 de julio de 2017
Agón! La competición en la antigua Grecia
CaixaForum Madrid
Paseo del Prado, 36
Hasta el 15 de octubre de 2017
De lunes a domingo, de 10:00 a 20:00 horasEntrada: 4 € (Carnet Joven y menores de 16 años, entrada gratuita)Sitio webLos griegos vivían con la mirada puesta en la cima del monte Olimpo. Los dioses fueron su gran referente, en ellos veían reflejados tanto las virtudes como los defectos humanos. Uno de los temas más recurrentes en su mitología es el del la contienda, una característica que fue el eje central de una sociedad obsesionada por la perfección. Tal vez podamos sentirnos identificados en este punto, pero la nuestra es una era en la que se admira únicamente la perfección en su dimensión física. Sin embargo, en el mundo griego, el espíritu competitivo también gozó de una importancia capital en el terreno de las artes.
El comisario de la exposición, Peter Higgs, ha creado una recorrido por la competitividad en la antigua Grecia, tejiéndolo a través de 170 obras de arte. Las piezas pertenecen a una selecta colección del British Museum, que ha llegado a La Caixa gracias al convenio establecido entre ambas instituciones en 2015.
La exposición “¡Agón!", en @CaixaForum, permite acercarse a la antigua Grecia. A partir de mañana en Madrid https://t.co/yxDAHs5ftl pic.twitter.com/5mX1Sd33km
— 24h (@24h_tve) July 13, 2017
Una imponente estatua de una mujer alada representa a Niké, la diosa de la victoria, de gran relevancia en las competiciones deportivas. Estas contiendas contaban con un público muy amplio y, de entre todos los juegos Panhelénicos, el más importante era el que se celebraba en Olimpia cada cuatro años. Este campeonato ha sobrevivido desde el 776 a. de C. hasta nuestros días, desde que se retomase la tradición en 1896. El premio material para los vencedores de las Olimpiadas era una corona de ramas de olivo. Sin embargo, el verdadero galardón era la gloria eterna. Los ganadores eran elevados a la categoría de héroes. Si triunfaban en más de tres pruebas, tenían derecho a encargar un poema o una estatua dedicada a ellos.
Según muestra una escultura esculpida en mármol de un joven atleta musculado en posición de contraposto (Tivoli, s. V a. de C.), el lanzamiento de disco era una de las pruebas que formaban parte del Pentatlón. Una cabeza de bronce (c. 400-350 a. de C.) representa a un jugador de pugilatos, una actividad que consistía en lucha y puntapiés –precedente del boxeo- y en la que lo único que estaba prohibido era morder y meter el dedo en los ojos. Otro de los acontecimientos deportivos más populares eran las competiciones que incluían caballos. Una serie de cerámicas revelan que los jinetes -que usualmente eran esclavos- montaban sin sillas ni estribos, mientras que las carreras de cuádrigas quedaban reservadas para la aristocracia. Fue uno de los espectáculos que contaron con mayor prestigio.
La cadencia de la música ayudaba a realizar los ejercicios físicos de forma rítmica, según muestra una hidra de cerámica del siglo VI a. de C. Resulta evidente que las artes eran una parte fundamental de la educación ciudadana. Su excelencia se premiaba mediante concursos y certámenes, que contaron con participantes de un talento tan colosal como los dramaturgos Esquilo, Sófocles, Eurípides o Aristófanes. El cultivo del arte solía tender a la belleza equilibrada y armónica, amparada por el dios Apolo. Pero también podía ser una manifestación del éxtasis y la pasión, que se relacionan con la figura de Dioniso, como representa una figura de terracota danzando de forma delirante.
El baile tenía también cabida en la guerra. Las danzas pírricas formaban parte de una educación militar que, para los varones, comenzaba a los 7 años de edad. Se preparaban para las frecuentes contiendas bélicas, que eran asimismo otra forma de competición, en este caso movida por la necesidad de recursos o bien por la ambición de algunos políticos. Las guerras no fueron únicamente una cuestión humana. La legendaria Guerra de Troya tuvo como origen la disputa entre Atenea, Hera y Afrodita por una manzana de oro que estaba destinada a la más hermosa. Por otro lado, los semidioses Aquiles y Heracles fueron, para los mortales, dos ejemplos inspiradores de guerreros prácticamente invencibles.
La competitividad no se aplicaba únicamente a la excelencia en las artes, en el deporte y en la guerra. Impregnaba, como si se tratase de un néctar divino, todas las esferas de la vida cotidiana, e incluso la del más allá. Toda ocasión era buena para demostrar el estatus social, incluso en el caso de la muerte. Era común que se celebrasen juegos fúnebres o banquetes en conmemoración del fallecimiento de los ciudadanos más pudientes.
Bloque de un friso con una batalla entre griegos y amazones. Relieve de mármol. c. 350 a. C. Hallado en Mausoleo de Halicarnaso, actual Turquía © The Trustees of the British Museum
En aquella época, la vida del más allá tenía un significado diferente al actual. Por esta razón, los cementerios estaban situados en la entrada de las ciudades. El detalle y preciosismo con los que está trabajado el fragmento del friso de la tumba del rey sátrapa Mausolo (c. 377-353 a. de C.) -una obra de gran formato, que ha dado lugar al término actual de mausoleo- nos da una idea sobre la sempiterna obsesión por la rivalidad en el mundo griego.
Cae la noche, las pléyades se vuelven polvo, los aulos cesan su melodía, desaparece una civilización. ¿Qué sentido tiene competir si, como los griegos, abandonaremos este mundo? Tal vez, nunca recordaríamos como lo hacemos en la actualidad, en museos, aulas, bibliotecas y ficciones, a estos antepasados nuestros, si no hubiera sido por su afán de lucha constante por superarse a sí mismos y al resto. Su esfuerzo fue tan descomunal que continúa inspirándonos en la actualidad, aun cuando el ágora se ha desmaterializado y se ha transformado en la Red.