Jorge Aznal | 27 de febrero de 2019
Con los Óscar pasa algo parecido a lo que sucede con el All Star de la NBA: durante varios meses la expectación es máxima por saber quiénes serán los elegidos y después, cuando por fin llega la gran noche, el interés del evento es mínimo. Ver cualquier partido de la NBA es mejor que seguir el Partido de las Estrellas que, paradójicamente, tiene poco de baloncesto. Ver (casi) cualquier película es mejor que tragarse la ceremonia de los Óscar que, curiosamente, no tiene mucho de cine. Y es una pena porque, aunque la frase suene a persona mayor, los Óscar ya no son lo que eran.
Los datos de audiencia de la última ceremonia de entrega de los Óscar son mejores que los del año anterior. Claro que tampoco era algo precisamente difícil de conseguir. En 2018 se registraron los peores resultados de audiencia de los Óscar en Estados Unidos: 26,5 millones de espectadores y un 18,9% de cuota de pantalla. En 2019, esos datos se han incrementado hasta los 29,7 millones de espectadores en Estados Unidos y una cuota de pantalla del 21,6%. Sin embargo, siguen estando bastante lejos de los resultados conseguidos, por ejemplo, en 2014: 43,7 millones de telespectadores y 27,9% de share.
Mal haría la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (la Academia de Hollywood) en sacar una lectura positiva de los datos de audiencia de los Óscar 2019. Y peor aún en pensar que sus ideas han funcionado porque no lo han hecho. Estaba claro que no contar con un presentador en la ceremonia de los Óscar era un error mayúsculo y ha quedado demostrado con la frialdad que caracterizó a la gala.
Ya que he comparado los Óscar con la NBA, la ausencia de un maestro de ceremonias influyó de forma decisiva en que la noche de los Óscar quedara eliminada por seis faltas: falta de empatía, falta de continuidad, falta de humor, falta de personalidad, falta de interés y falta de elegancia. No a la hora de vestir, que también hubo algún caso, sino de la elegancia que verdaderamente importa.
La elegancia que, por ejemplo, demostró una leyenda del cine como Stanley Donen al recibir su Óscar honorífico en 1998. El director de grandes clásicos como Cantando bajo la lluvia agradeció su premio cantando y bailando el famoso Cheek to cheek. Casi 21 años después de ese mágico momento, en la víspera de los Óscar 2019, Stanley Donen falleció a los 94 años. La Academia de Hollywood no fue capaz de incluir al realizador en su tradicional In Memoriam. Tremendo.
Ese es, sin duda, el error más injusto de la Academia de Hollywood, pero no es el único. Además de no contar con un presentador para los Óscar, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas se equivoca desde hace tiempo en sacar de la noche de los Óscar sus premios honoríficos. En utilizar criterios que no son puramente cinematográficos a la hora de seleccionar algunas de las películas nominadas. En intentar contentar a todo el mundo. En ser la Academia de lo políticamente correcto. En mostrarse frágil al anunciar una cosa para después echarse para atrás, como ha hecho últimamente con su absurda idea de crear un Óscar a la película más popular y con la descabellada propuesta de repartir varios premios en las pausas de publicidad.
Lo mejor de la noche de los Óscar no llegó al final, por mucho que la elegida para entregar el último premio, el Óscar a la Mejor Película que ganó Green Book, fuese mi admirada Julia Roberts. Lo mejor, momento Shallow con Bradley Cooper y Lady Gaga aparte, llegó al principio. En el primer premio de la noche: el Óscar a la Mejor Actriz de Reparto que ganó Regina King por El blues de Beale Street. Su elegante discurso, como el de Jesús Vidal al recibir el Goya al Mejor Actor Revelación por Campeones, fue una lección de vida y un ejemplo de persona agradecida. Y no solo por el Óscar.
Los dos minutos de discurso de Regina King valen mucho más que el resto de la gala de los Óscar. En realidad, ya solo la última frase que pronunció vale muchísimo más que todos los vestidos y trajes de la historia de los Óscar: “Dios es bueno todo el tiempo”.