José Ignacio Wert Moreno | 22 de noviembre de 2018
Traducir una película no es obstáculo fácil. La inserción de subtítulos requiere de esfuerzo por parte del espectador. En algunos países, como España, está muy arraigado el doblaje.
Es habitual asociar la práctica con el franquismo. Sin embargo, lo cierto es que empezó a llevarse a cabo durante la Segunda República, en 1932. Pero, en efecto, el régimen apostó fuerte por el doblaje, imponiéndolo en una orden en 1941. No fueron pocos los cineastas de primer orden, algunos tan afectos a Franco como José Luis Saénz de Heredia, que criticaron la medida por privar a la industria de su mayor ventaja frente a Hollywood: el idioma. No se escapa que el doblaje permitía un gran margen de maniobra para la censura, pudiendo tergiversar diálogos para orillar situaciones espinosas para la dictadura.
Las proyecciones en versión original subtitulada (VOS) tienen su primer refrendo legal en un decreto promulgado por Manuel Fraga en 1967. Se limitaban entonces a las salas conocidas como “de arte y ensayo”. Más de cincuenta años después, el doblaje permanece muy presente. Algunas voces lo señalan como un motivo de peso en los pobres resultados españoles manejando idiomas extranjeros. El periodista Alejandro Ávila ha tenido contacto con el mundo del doblaje, como actor y director, a lo largo de toda su carrera y es autor de una obra de referencia sobre el particular. Apunta a la comodidad: “El hecho de no entender algo, nos hace despreciarlo, ignorarlo o desacreditarlo. El negocio audiovisual necesita audiencia para recuperar la inversión. Por este motivo, los emisores intentan ponerlo fácil y cómodo al receptor”. El profesor Richard Vaughan, que ha enseñado inglés a multitud de ciudadanos de nuestro país a través de academias y emisiones de radio y televisión, confiesa a EL DEBATE DE HOY preferir el Darth Vader español (Constantino Romero) al original en inglés (James Earl Jones).
A favor de la enseñanza bilingüe . Datos que se enfrentan a quienes pretenden la mediocridad
Vaughan es especialmente crítico cuando se culpabiliza al doblaje de nuestro posible mal oído con el inglés. “Se exagera su influencia negativa. No doblan las películas en muchos países latinoamericanos y el nivel de inglés en esos países no es superior al nivel medio en España”. Hacer que los niños consuman materiales en inglés siempre va a ser positivo para que se familiaricen con el idioma, pero no es, recalca Vaughan, “la panacea”. “Si el consumo es desde la infancia y continuo (…), entonces sí tiene un impacto positivo sobre el nivel auditivo y hablado, pero el niño tiene que estar expuesto al sonido del idioma a diario y durante muchos años”.
El cine y las series no representan, para Richard Vaughan, un material didáctico de primer orden. “(…) puede ser hasta contraproducente, ya que el alumno de nivel medio o inferior apenas entiende nada y esto incide negativamente en su moral y en su actitud ante el aprendizaje”. El crítico de cine Fausto Fernández es especialmente incisivo a este respecto: “Es como culpar a las películas de terror de que haya asesinatos en la vida real. Lo que debería haber sido una cuestión educativa nacional, en toda nuestra enseñanza pública desde la más tierna infancia, obligando al estudio, conocimiento y aprendizaje de una o varias lenguas, parece que se disculpa (esa carencia) echándole la culpa a que todo el cine y la TV se ha estado doblando sistemáticamente”.
Portugal es un ejemplo recurrente. Salazar fue proteccionista y optó por limitar el cine extranjero a los que fueran capaces de leer subtítulos. Pero la generalización de la televisión hizo que el inglés empezara a sonar familiar. Esto ha tenido efectos positivos. Alejandro Ávila llama a “tomar ejemplo”. “Nuestros hijos bachilleres siguen sin dominar idiomas. Deberíamos reflexionar sobre ello. Los padres no debemos olvidar que la educación empieza en casa. Con ello no quiero decir que el Gobierno de turno debiera prohibir el doblaje”. Y añade otro ejemplo: “A todos nos sorprende hablar, por ejemplo, con rumanos que llegan a España con un castellano perfecto. Cuando les preguntas dónde han aprendido nuestro idioma, te contestan que viendo culebrones latinos en televisión”.
¿Qué ocurrirá con las nuevas generaciones? “Mi hijo, que es un adolescente que domina el inglés, me asegura que prefiere la versión original a la doblada. (…) Sin embargo, me parecería una crueldad obligar a mi madre de 80 años a ver una película en versión original”, afirma Alejandro Ávila. Juan Orellana, crítico de cine en EL DEBATE DE HOY, tiene un trato cotidiano con los jóvenes en su faceta de profesor en la Universidad CEU San Pablo. Ve la progresión, pero apunta a que “todavía queda mucho camino por recorrer”. Fausto Fernández traza una gruesa línea divisoria entre las ficciones que consumimos en casa (gracias al dual que ofrecen hoy todos los soportes físicos y de emisión, ya sea lineal o en streaming) y el de las salas. Este último no habría, en su opinión, evolucionado mucho desde el “arte y ensayo” de hace medio siglo, con la VO destinada mayoritariamente a productos “de autor”. En Madrid no puede dejar de observarse un cambio a este respecto. Las sesiones subtituladas han dejado de ser coto exclusivo del centro y de las producciones más exquisitas.
La de las salas es la última tarea pendiente. Como recuerdan todos los entrevistados para este reportaje, hoy es casi imposible no tener la opción de ver en VO lo que se elige para el salón de casa. Un simple botón para irse soltando. Con posibilidad de retorno si no se termina de encontrar comodidad. Por más cariño que le tengamos a determinados doblajes que nos acompañaron en la infancia, la experiencia nos dice que el viaje de la VO solo tiene camino de ida.