Pablo Casado Muriel | 23 de noviembre de 2016
«El Afilador» ofrece anécdotas, realidades y sueños protagonizados no solo por ciclistas, sino por todos aquellos que viven con pasión este deporte. Tifosi, patrocinadores, mecánicos y, por supuesto, periodistas.
El ciclismo es un deporte nacido para ser narrado. Adjetivos como heroico o épico son comunes a cualquier asunto que tenga relación con la bicicleta, más aun si hablamos de competición. Lo que El Afilador nos presenta es una serie de artículos, prácticamente ensayos, con los que conocer historias poco conocidas de este deporte. A través de las páginas de este primer volumen de El Afilador (esperamos con ganas nuevos tomos) podemos ver con claridad muchos de los elementos que conforman la esencia del ciclismo.
Uno de esos aspectos determinantes en la creación del mito ciclista es el periodismo. Los dos primeros textos, firmados por Jesús Gómez Peña y Juanfran de la Cruz, desgranan esa fructífera relación entre periódicos y bicicleta.
De su unión nacieron el Tour de Francia, el Giro de Italia y también la Vuelta a España, entre otras muchas carreras en las que las gestas de aquellos hombres que se retorcían sobre sus bicicletas eran el reclamo perfecto para vender periódicos.
El ciclismo también es fe y, para muchos, una devoción. En Italia encontramos los ejemplos más palpables de lo uno y de lo otro. La pasión que levantan corredores como Marco Pantani o Fausto Coppi, o el regocijo con el que se saluda el paso de la Corsa Rosa por cada pequeño pueblo del país nos recuerda el amor por los ídolos de las dos ruedas.
El ciclismo trae asociados adjetivos como heroico o épico. Las gestas de los deportistas, su sufrimiento sobre la bicicleta, impulsó las ventas de periódicos en toda Europa
Personajes como Gino Bartali o lugares como la pequeña capilla de Ghisallo, de peregrinación para los ciclistas de todo el mundo, conectan el deporte con la religión y las más que necesarias plegarias que uno lanza cuando la carretera mira al cielo y las piernas se vuelven de piedra.
Ander Izaguirre, autor de esa crónica “sacra”, narra también la historia del Muro de Sormano, un paso de ganado asfaltado con el único fin de torturar a los corredores en rampas que llegan a alcanzar el 25% de desnivel. Como comentábamos en el párrafo anterior, pocos ciclistas habrán llegado a la cima sin desear un empujoncito de ayuda divina… o humana.
— Casquetteurs (@casquetteurs) April 13, 2017
La bicicleta también son recuerdos, buenos y malos. Recuerdos de épocas doradas que terminaron, como el relato del auge y caída de la fábrica Zeus que firma el ex ciclista Pedro Horrillo; o recuerdos de una generación que dio brillo al deporte colombiano, la de Lucho Herrera y Fabio Parra, llamada a quedar eclipsada por la que forman en la actualidad escaladores de la talla de Nairo Quintana o Esteban Chaves.
El ciclismo tiene su lado oscuro. Es difícil hablar de este maravilloso deporte sin que la sombra del dopaje haga su presencia. Quizá, por evitar los tópicos y prejuicios, El Afilador deja a un lado este tema para centrarse en la avaricia y la falta de escrúpulos con la que algunos intentan aprovecharse del pedal.
Fran Reyes narra en primera persona las surrealistas aventuras que le tocó vivir en lo que parecía ser el sueño de ver nacer un equipo ciclista y acabó siendo la pesadilla de un fraude.
Ciclismo de gran fondo, como la propia publicación se subtitula. No podría ser más acertada la metáfora. El Afilador contiene siete crónicas que bien pueden pasar por hors catégorie y que, si tan solo son el primero de varios volúmenes, están llamados a convertirse en un clásico de la literatura ciclista.