Jorge Aznal | 30 de noviembre de 2018
El amor menos pensado, la película con la que debuta en la dirección el productor Juan Vera, es una comedia romántica sobre un matrimonio maduro y aparentemente sólido… hasta que su hijo se marcha a estudiar a España. Para ser más precisos, hasta que, en una tarde de domingo que parecía intrascendente, la pareja se hace una pregunta sencilla. En realidad, para mayor precisión todavía, cuando la respuesta, sincera y directa, supone el final de una convivencia de más de 25 años.
Ricardo Darín y Mercedes Morán dan vida a ese matrimonio que deja de serlo de forma increíblemente serena. Sin discusiones de por medio, más allá de una simpática escena sobre las empanadas argentinas. Los dos momentos, uno por inteligente en la forma de contar una separación sin peleas de por medio y otro por divertido, tienen alguna que otra réplica después. Hay inteligencia, por ejemplo, en la conversación entre el personaje de Ricardo Darín y su padre; y hay diversión en dos citas que los protagonistas tienen por separado: la de Ricardo Darín con una atrevida ortodoncista y la de Mercedes Morán con un extravagante vendedor de perfumes. Pero, como le ocurre a la pareja, en El amor menos pensado hay problemas de fondo (y forma) que suponen un lastre para la película.
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Esa carga no está, evidentemente, en el trabajo de sus actores. Está claro que El amor menos pensado no ofrece la mejor interpretación de Ricardo Darín, pero su sola presencia en cualquier proyecto sube la nota del conjunto y logra captar nuestra atención. Hay muy pocos actores en el mundo capaces de conectar con el espectador con la sencillez -tanto en el sentido de facilidad como de humildad- con que lo hace él película tras película. Mercedes Morán hace un excelente trabajo, igual que los actores de reparto, así que los tiros no van por ahí. Van, sobre todo, por el ritmo, que es excesivamente pausado. Las más de dos horas de metraje de El amor menos pensado no perjudican tanto a la película -que lo hacen- como su lentitud narrativa y su aquí poco conveniente teatralización.
El amor menos pensado luce más como reflexión sobre el matrimonio, el paso del tiempo y la madurez, entre otros prismas vitales, que como comedia romántica al uso. No esperen ver en El amor menos pensado una suerte de El hijo de la novia, una película que es una suerte en sí misma, pero sí una forma de recordarnos eso que olvidamos tan fácilmente: valorar lo que somos y valorar lo que tenemos.
En uno de los diálogos -ahí sí que luce El amor menos pensado– que mantiene el personaje de Ricardo Darín con un amigo, escucho mi frase favorita de la película. El amigo, que está casado con la mentira y tiene una relación extraconyugal, afea al personaje de Darín su defensa de la sinceridad. “¡Vos tenés un problema con la verdad!” -le suelta-.
El reproche es injusto pero, al mismo tiempo, también es cierto porque, entre otras cosas, el matrimonio de Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) se rompe no con una mentira, sino con una verdad: la respuesta a esa pregunta que se hace la pareja y a la que nos referíamos al principio. Que el problema lo tiene el amigo con la mentira es algo tan evidente como que la verdad nunca debería ser un problema. Y casi tanto como que la verdad, por desgracia, los suele traer y atraer.
¿Y cuál es esa pregunta que desata la caja, insonora en este caso, de los truenos? Creo que es mejor descubrirla en una sala de cine y no destaparla aquí. Aunque la pregunta se formule en el primer acto, considero más spoiler revelarla que contar el final de la película. Por si acaso, cuidado con ponerse trascendente en una tarde de domingo. Y cuidado con lo que se pregunta. Aún más que con lo que se responde.