Consuelo del Val | 27 de noviembre de 2017
El círculo se ha cerrado | Knut Hamsun | Traducido por: Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo | Nórdica libros | 386 páginas | 22,50€
El hombre más grande sobre la faz de la tierra. Eso dijo Thomas Mann del también premio Nobel Knut Hamsun (1859-1952), uniéndose a la alabanza coral de autores como Ernst Hemingway, Paul Auster, Henry Miller o Juan Rulfo. Aquella frase, ceñida a la edición que tenía entre sus manos en una brillante faja, convenció a Jean Améry a leerlo. A leerlo antes de ser Jean Améry. El círculo se ha cerrado
Porque Améry respondió a un nombre germánico durante sus primeros treinta años de vida, hasta que los ingleses lo liberaron del tercer campo de concentración en el que habían dado sus huesos: tras la Shoá -el holocausto- el vienés renunció al alemán como significante de sí mismo y en las postrimerías de la guerra sintió también la necesidad de despedirse de aquel escritor noruego filonazi en su Carta de despedida a Knut Hamsun: «Cuánto duele. Tengo que acostumbrarme a odiar y desdeñar a aquel al que tanto quise y admiré».
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La Academia, la crítica, las casas editoriales reaccionaron también así, silenciándolo, de modo que aquel autor de cuyas obras circulaban tantas traducciones –especialmente numerosas tras recibir el Nobel en 1920-, en España y en toda Hispanoamérica, pasó a ser un desconocido. Hasta 2007 no apareció en España una traducción directa de La bendición de la tierra (1917). La nueva edición de su última novela, El círculo se ha cerrado (1936-Nórdica, 2017) viene precisamente a cerrar la oferta editorial de sus principales obras en el mercado español, uniéndose a títulos como el mencionado anteriormente, Pan (1894) o Por senderos que la maleza oculta (1949). Las traducciones recientes enmiendan las distorsiones estilísticas de las pocas ediciones –y de corta tirada- que han circulado durante décadas en nuestro país.
Noruega lo condenó por traición a la patria, por ser un quisling –durante la Guerra, el apellido del dictador noruego entregado al nazismo se sustantivó para denominar a los traidores-. Como a Ezra Pound, se le declaró oficialmente loco para burlar la pena capital. A diferencia de Ezra Pound, la bibliografía canónica no lo ha reconocido abiertamente y continúa siendo difícil dar con alguien que lo conozca fuera de la especificidad del subcampo literario nórdico.
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El círculo se ha cerrado es la historia del «bueno de Abel, el más cruel consigo mismo y un enigma para los demás», un personaje con resonancias a Dostoeivski que nunca llegamos a conocer del todo, a pesar de que su conciencia se despliega ante nosotros a lo largo de sus idas y venidas, sus viajes alrededor del mundo y sus regresos a casa. No se le describe físicamente y no importa, porque lo que seduce de él es el oleaje de sus pensamientos, si bien esta obra no es un ejemplo tan extremo de stream of consciousness como, por ejemplo, Hambre (1890). Entonces buscaba transmitir el mareo que produce la privación de comida, y esa sensación de movimiento y flujo es la que Unamuno estudió –en el noruego original- para incorporar a Niebla, y que sigue plasmando Hamsun aquí más comedidamente. Eso sí, advertimos de que no encontrarán ni un solo par de comillas, no esperen un diálogo al uso.
Abel es el hijo de un farero y de una madre alcohólica que permanece ausente e indolente en su infancia. El faro, su primer hogar y refugio, integrado en el mar y a la vez rompiendo su horizontalidad, es el primer signo de cómo habrá de destacar su personalidad entre el resto de vecinos de su pequeña localidad noruega, dominados por la apariencia de virtud y por la lucha cotidiana por «ser alguien». No hay en él, sin embargo, voluntad de iluminar, de ser ejemplo público de moral: sus actos extremos de bondad y renuncia pasan una y otra vez desapercibidos incluso ante los ojos de quien los recibe.
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Las pillerías de la infancia, el uso del ingenio como recurso para sobrevivir, las muestras de pasión y temperamento de su niñez serán su «escuela de madurez», como los recordará ya anciano. La novela está calada de rasgos autobiográficos y uno de ellos, de profunda significancia en la trama, es la partida a Estados Unidos de Abel tras haber dado la vuelta al mundo a bordo de distintos barcos, justificando sus tumbos y vaivenes con la obligada vida errante del marinero. Para el joven Hamsun de finales del XIX, partir a América supuso liberarse del rígido pietismo familiar y escapar del descontento de la situación política que atravesaba Noruega –aún bajo dominio sueco- para darse de bruces con una tierra prometida decepcionante. El pueblo americano había puesto su espíritu al servicio de los intereses materiales, de la competición por ser/tener más que el vecino. En su estancia allí, desempeñó, como Abel, los más variados trabajos y abrazó la vida errante del vagabundo, de aquellos personajes del único autor americano en el que podía fijarse, Mark Twain.
Se convirtió en escritor de vagabundos, de figuras errantes y erráticas, impredecibles, cuya conciencia recorre tantos meandros como el Mississippi, rompiendo con el carácter plano de las de Ibsen, diana de sus agudos dardos. En Estados Unidos, tanto el autor como Abel reniegan de la modernidad, conocen la soledad profunda y encuentran en la tierra la profunda alegría del espíritu, como epitomizará especialmente en La bendición de la tierra (1917) o en Pan, cuyo título no hay que leer, como sucede frecuentemente, como complemento de Hambre, sino como una especie de panteísmo destilado de su primitivismo roussoniano.
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Los años que Abel pasa en Kentucky viviendo de la tierra, sin ninguna pertenencia más que su revólver, lo transforman –lo transfiguran- en el salvaje de Del origen de la desigualdad entre los hombres de Rousseau, incapaz de conciliarse con el hombre social que lo interpela al ver su supuesto estado de necesidad y le reprochan constantemente su inacción, su falta de empuje. Piensan que no tener ropa y comida es algo horrible, pero no depende de esas cosas: nosotros estábamos en la gloria como animales salvajes.
Abel es imperturbable en el plano moral, sin que eso quiera decir que sea ostensiblemente bueno o malo. Es capaz de la mayor bondad y de grandes perversidades por permanecer fiel a sus ideales, y la confrontación de estos con una sociedad –y un narrador- que no lo entiende hace que el lector deba estar abierto a lo imprevisible, a la duplicidad y a la contradicción.
Los debates sobre la presencia de elementos protofascistas o que muestren complicidad con el fascismo en la obra de Hamsun están cargados de controversia. Hoy parece que su reputación en el ámbito internacional está repuntando y que se hacen esfuerzos por desvestirlo de la chaqueta de volk-kitsch, pero es difícil separarlo de las preconcepciones que han estado vigentes durante tanto tiempo.
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Tras la guerra, tras aquella carta de despedida de Hamsun, Améry empleó el resto de su vida en preservar la memoria del holocausto y a concienciarnos de la barbarie que Hitler –a quien Hamsun dedicó un panegírico- había cometido, pero hizo un último esfuerzo por recuperar su legado literario: «Soy el mayor de los oponentes a la ideología de Hamsun, pero su valía artística es demasiado grande como para tacharle de mero Blut-und-Boden. […] Su obra es de primera línea, está a la altura de la de Joyce, Musil, Thomas Mann o Kafka».
La traducción de El círculo se ha cerrado, a cargo de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, ponen a nuestra disposición más material para llevar a cabo esta relectura –Wiederlesen– de Hamsun, a la que llamaba Améry en los años setenta, evaluar la obra tan denostada y analizar bajo qué condiciones podemos separar la ideología y el destino del escritor del mérito estético de su obra.