Miguel Serrano | 24 de septiembre de 2018
Fariña está en boca de todos. Ya sea por el libro de Nacho Carretero, que goza ahora de un renovado y reforzado éxito tras ser liberado del secuestro al que lo había sometido un juez desde marzo, o por la serie realizada por Antena 3 que se encuentra actualmente disponible en Netflix, hay pocos en España que no hayan oído hablar de ella. Y está bien que así sea, porque nos alerta de una situación que no solemos tener en cuenta. En los últimos años hemos recibido propuestas sobre todos estos temas en la parrilla televisiva (Narcos o Gomorra, por poner algunos ejemplos). Pero ahora tenemos también otro referente, esta vez dentro de nuestras fronteras. Fariña pone el foco, como tantas otras producciones, en la droga y la cocaína, pero esta vez la historia se queda en casa.
Galicia, el más remoto rincón occidental de Europa, el fin del mundo para los romanos, constituyó (y aún sigue siéndolo) la principal puerta de entrada de la droga en el Viejo Mundo. Los narcos colombianos encontraron en las escarpadas y espectaculares playas de la Costa da Morte y en las Rías Baixas un lugar privilegiado para introducir sus peligrosas y dañinas mercancías. No solo por lo inaccesible del lugar, sino porque ya había una poderosa red clandestina de contrabandistas, que hasta entonces se habían dedicado principalmente al tabaco. Quizá el principal acierto de Nacho Carretero al investigar y escribir Fariña fue retrotraerse a tiempos lejanos, ya que hace más fácil entender por qué los colombianos se encontraron con todo hecho en Galicia. Y es que todo tiene su origen en la larga tradición de contrabandistas gallegos, derivados en gran parte del estraperlo durante la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra.
Durante los años ochenta y noventa, los narcotraficantes gallegos camparon a sus anchas portando con ellos los miles de kilos de cocaína colombiana, muchas veces con la inacción de la Guardia Civil y la abierta complicidad y simpatía de gran parte de la población de la zona, que veía con buenos ojos a aquellos chicos que traían riqueza a la región. Fueron muchos quienes se dedicaron al negocio, pero hay una serie de nombres propios que sobresalen por encima de todos, como el clan de los Charlines, Laureano Oubiña o el gran rey del narco gallego José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco. Casualmente, todos han aparecido recientemente en los telediarios y, al parecer, ninguno de ellos ha dejado de traficar. Y es que el narco sigue vivo, y quizá aún más peligroso, porque los nuevos clanes son más violentos y despiadados que sus predecesores.
Centrándonos en la serie, Fariña acierta de pleno también en varios factores: la ambientación en los escenarios reales donde se realizaron las descargas, la plasmación del ambiente gallego, en el que los narcos eran considerados auténticos Robin Hood, bandidos buenos que ayudaban al pueblo (especialmente cariñosa fue la relación del pueblo gallego con Sito Miñanco, que llegó a ser nombrado hijo predilecto de Cambados) y la elección de un reparto integrado por gallegos, que, si bien dificulta a veces la comprensión por lo duro y áspero del acento (nada que no se supere tras unos escasos minutos), ayuda a ambientar y hacer más creíble la narración.
El único Escobar que conocían era a Manolo. Ese fue su fallo. #Fariña ya disponible. pic.twitter.com/DLMjYawBUn
— Netflix España (@NetflixES) August 3, 2018
Por otro lado, uno de los potenciales peligros de cualquier serie de este tipo es la capacidad del espectador de empatizar con el protagonista a toda costa, sea quien sea y haga lo que haga. Tendemos a confundir al protagonista con el héroe, y esta es una baza que los guionistas saben jugar magistralmente. Los mayores ejemplos los encontramos en Breaking Bad y en Narcos (aún se siguen viendo camisetas con la imagen de Pablo Escobar, uno de los mayores criminales del siglo XX, responsable de cientos de muertes). Y en Fariña, si bien no es tan exagerado como en otros casos, es posible, si no se está bien informado, pensar que Miñanco u Oubiña no fueron tan malos. Pero es importante que se sepa: los narcos gallegos no eran bondadosos bandidos, son los responsables de la pérdida de toda una generación, y, si bien no tienen las manos manchadas directamente de sangre, sus acciones criminales han provocado muchas muertes y mucho dolor. Y, durante un tiempo, Galicia corrió el riesgo de convertirse en Sicilia.
El hecho de que Fariña trate sobre episodios que sucedieron en la historia más reciente de España hace que muchos de los personajes que aparecen nos sean conocidos, más allá de los narcos. Muchos políticos son señalados abiertamente como cooperadores necesarios del auge del narcotráfico, como el mismo Manuel Fraga (de quien se afirma sin tapujos que toleró con benevolencia el contrabando de tabaco, a pesar del inmenso daño que se realizaba a la economía española, aunque Carretero señala también que su opinión cambió radicalmente cuando pasaron al narcotráfico), o el exalcalde de O Grove José Alfredo Bea Gondar, que fue el responsable del secuestro del libro. Ahí radica uno de los puntos débiles de Fariña: en ocasiones, no aporta ningún tipo de prueba más allá de simples rumores, incurriendo en riesgos de injuriar a personajes inocentes. De ahí la necesidad de no dejar ningún cabo suelto ni insinuar nada inapropiado. Pero, claro, resulta más atractivo si de repente suelta la bomba de que cierto político estaba implicado con los narcos.
“Fariña” . El secuestro de publicaciones es excepcional y debe ser utilizado con prudencia
En definitiva, lean Fariña, un libro ágil e interesante, repleto de anécdotas que ayudan a entender la naturaleza de estos delincuentes, y vean la serie, de alta calidad técnica y narrativa. Y no olviden que el narcotráfico es a día de hoy tan peligroso como hace 20 años. Porque, como escribe Nacho Carretero, “no se debe olvidar lo que todavía no ha terminado”.