Juan Orellana | 02 de marzo de 2018
Dirección: Francis Lawrence
Guion: Justin Haythe (Novela: Jason Matthews)
Reparto: Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Jeremy Irons, Charlotte Rampling, Mary-Louise Parker, Matthias Schoenaerts, Joely Richardson, Nicole O’Neill, Sergej Onopko, Sergei Polunin, Kristof Konrad, Simon Szabó, Ciarán Hinds, Thekla Reuten, Joel de la Fuente, Sakina Jaffrey, Douglas Hodge
EE.UU., 2018139 min.
Sitio webDominika Egorova (Jennifer Lawrence) es una joven primera bailarina rusa que un día de espectáculo, mientras actuaba con su pareja de baile -interpretada, por cierto, por el genial bailarín ucraniano Sergei Polunin– tiene un accidente aparentemente casual en el escenario del Teatro Bolshói de Moscú. Como consecuencia, sufre una lesión que le impide proseguir su prometedora carrera artística. Sin dinero, becas ni trabajo, se queda en una situación difícil para seguir cuidando a su enferma madre viuda (Joely Richardson). Entonces, su tío Vania -valga la ironía- (Matthias Schoenaerts) le ofrece una salida: trabajar para los servicios secretos del Gobierno ruso. Su tarea es convertirse en «Gorrión», es decir, en una Matahari dispuesta a usar su cuerpo como instrumento al servicio del espionaje. Y su misión es averiguar quién es el «topo» ruso que le pasa información a Nate Nash (Joel Edgerton), un agente de la CIA.
Esta película, escrita por Justin Haythe (Revolutionary Road) es una adaptación de la novela de Jason Matthews publicada en 2013. Lo que en esencia es una clásica película de espías con innumerables giros de guion propios del género se convierte en manos del director de la saga de Los juegos del hambre, el austriaco Francis Lawrence, en un thriller erótico de alto contenido sexual y con mucha violencia gore. Lawrence había trabajado con la homónima actriz en la citada saga adolescente, y aquí la emplea en un papel mucho más duro, sórdido y adulto.
Gorrión rojo, de producción generosa, naufraga en el enrevesamiento de las tramas, la duración del metraje y la innecesaria sordidez de muchas escenas. Los planteamientos de fondo son igualmente oscuros, en los que la razón de Estado se mezcla con intereses personales, a menudo mezquinos, y casi no se vislumbra un horizonte de ideal en ningún sitio. Quizás el personaje del general Korchnoi, interpretado por Jeremy Irons, es el más “digno” de los que aparecen. Porque la protagonista, que inicialmente se niega a vender su dignidad de esa manera, se convierte rápidamente en una desinhibida mercancía sexual, sin que se manifieste más el drama de su herida moral. Recordemos qué diferente fue el tratamiento de un conflicto similar en El sueño de Ellis (2013). El planteamiento político es previsible y simplista, y en el que, por supuesto, al final los rusos son los malos y los americanos los buenos. En fin, un film aparatoso, visualmente potente, pero muy desproporcionado, y que envuelve entre los destellos de un efectismo vacío y morboso una entretenida peripecia de espionaje.