Ignacio Álvarez O´Dogherty | 26 de abril de 2017
Dos mujeres se encuentran en una habitación. Una está atada a una silla y amordazada, la otra se pasea nerviosa alrededor. Parece que las dos no entienden cómo han podido llegar a esta enigmática situación. Al fin, la una se decide a quitarle la mordaza a su víctima y da comienzo un trepidante diálogo entre las dos.
Esta última historia de la escritora Irma Correa nos pone delante un problema actual, muy mediatizado también, como es el de las mujeres abusadas por malos tratos. Fiel a su estilo, la autora canaria se inspira en un fragmento real de la vida para elaborar un verdadero drama. Es evidente así que esta historia no es distinta y está basada en hechos reales.
Por suerte, Irma Correa ha elegido para el desarrollo de un hecho trágico una vía bastante original, que expresa muy bien la que quizás sea una de las características de la psicología moderna: un desdoblamiento entre un yo ideal y un yo real. El resultado ha sido un thriller psicológico cargado de matices e interesantísimo, que nos mete dentro de la psique de una mujer contra las cuerdas abierta a una espera que, lejos de ser liberadora, es traumática desde el inicio.
Lo más notorio de esta obra es precisamente cómo nos acerca a la humanidad de la protagonista, a su dolor, a sus preguntas y a su deseo vital como mujer
En unos tiempos como estos bastante marcados por el feminismo, lo más notorio de esta obra es precisamente cómo nos acerca a la humanidad de la protagonista, a su dolor, a sus preguntas y a su deseo vital como mujer, y ello sin demasiadas pretensiones ideológicas. Es, desde luego, el punto fuerte de la autora canaria, que hace partícipe al espectador de la misma empatía con la que ella misma se acerca a sus personajes.
La escenografía de Elisa Sanz también es encomiable, tiene personalidad propia y contribuye a crear ese ambiente de angustiosa reclusión que, atravesado por momentáneos puntos de luz, caracteriza a la trama. La sintonía entre Lidia Navarro y Muriel Sánchez es notable, ayudada por la dirección de Ainhoa Amestoy, que ha pulido al milímetro la sincronización de cada réplica, sin que ninguna quede por encima de la otra.
Una magnífica propuesta dentro del panorama teatral madrileño de esta primavera 2017, que justifica de sobra los aplausos del público.