Miguel Serrano | 29 de abril de 2018
In Lapide Depictum. Pintura italiana sobre piedra, 1530-1555
Museo del PradoPaseo del Prado, s/n (Madrid)Hasta el 5 de agosto de 2018Entrada general: 15 € Entrada reducida: 7,5 €De lunes a sábado, de 10 a 20 h. Domingos y festivos, de 10 a 19 h.Sitio webLas primeras décadas del siglo XVI fueron testigos de un fenómeno muy curioso en el arte. En Venecia, un grupo de artistas, llevados por la voluntad, tan característica de la época, de recuperar las formas del arte clásico, decidió volver a utilizar la piedra como soporte de la pintura. El Museo del Prado presenta ahora, y hasta el 5 de agosto, la exposición In Lapide Depictum. Pintura italiana sobre piedra, 1530-1555, una pequeña selección que ejemplifica perfectamente el cambio producido en aquellos años. Además, es la primera vez en la historia de la pinacoteca madrileña que una exposición se organiza por iniciativa de su equipo de restauración, que ha colaborado estrechamente con geólogos y arqueólogos para preparar las piezas expuestas y para entender mejor las técnicas y posibles ventajas de este tipo de obras.
El arte ha sido siempre un reflejo de la necesidad de trascendencia del ser humano. Deseamos dejar huella, ser recordados más allá del breve espacio de tiempo que ocupamos en este mundo. Es agobiante para nuestra especie pensar que todo lo que hemos hecho, lo que hemos vivido, pueda desaparecer tras nuestra muerte. Nos aterra la posibilidad de perdernos en las negras aguas del olvido (“como lágrimas en la lluvia”, en palabras de Roy Batty, el replicante existencialista de Blade Runner). Queremos ser eternos. Por eso hacemos arte. Y por eso pretendemos que nuestras obras sean duraderas, ya que son una de nuestras puertas a la eternidad.
En este sentido, la piedra ha demostrado ser el mejor material para realizar obras que duren para siempre (un ejemplo claro lo encontramos en las milenarias pinturas de las cuevas prehistóricas). Pero, además, la piedra permitía a los artistas demostrar su maestría y reproducir en la obra sugerentes efectos, originados por la capacidad de la piedra de absorber y reflejar la luz y de absorber los pigmentos de color. No es de extrañar, por tanto, que los artistas italianos de comienzos del siglo XVI se sintieran atraídos por las posibilidades que les brindaba la piedra.
La exposición In lapide depictum es pequeña, sí, pero es sumamente interesante, ya que nos permite conocer un aspecto poco conocido de la historia del arte, una “moda” pasajera renacentista, un intento de los artistas de elevar su trabajo a algo más grande. Pero es que, además, la pequeña muestra, que se puede ver en la Sala D del edificio de Jerónimos, contiene obras de una sobrecogedora belleza. Son solo nueve obras (procedentes casi todas de la colección del Museo del Prado, aunque hay un par procedentes del napolitano Museo di Capodimonte), pero no hacen falta más. Hay obras de Sebastiano del Piombo, de Leandro Bassano o de Daniele da Volterra, pero el nombre que brilla con especial luz en esta selección es el de Tiziano. El maestro no quiso perderse la oportunidad de experimentar con los posibles resultados de la pintura sobre piedra y, aunque solo realizó dos pinturas en este soporte (el Ecce Homo y La Dolorosa con las manos abiertas, que están precisamente en la muestra), demostró una vez más su magistral dominio técnico y sus dotes portentosas, y dejó claro que en lo suyo no había quien le hiciera sombra.
Hoy se presenta la exposición "In lapide depictum". Pintura italiana sobre piedra 1530-1555, una escogida colección de pinturas del Renacimiento italiano realizadas sobre pizarra y mármol blanco, de autores como Sebastiano del Piombo, Tiziano o los Bassano pic.twitter.com/EvwMiIsH2Y
— Museo del Prado (@museodelprado) April 16, 2018
El Ecce Homo es una pintura que fascina y seduce desde el primer momento que se contempla. El tema en sí resulta imponente y poderoso: Jesús, después de haber sido torturado, es presentado por Pilato ante la multitud: “¡He aquí al Hombre!”. Cristo, Dios hecho hombre, se ofrece como víctima para el sacrificio supremo. El mismo Creador se entrega a una muerte terriblemente cruel para salvar a sus criaturas. El mismo Jesús que la noche anterior pedía al Padre que lo salvara de aquella angustia, de aquel destino agónico que le esperaba, acepta ser destruido para cumplir lo que ha venido a hacer. Es difícil representar en una pintura el profundo dolor que debía sentir el Mesías (un dolor físico inigualable, pero al mismo tiempo un brutal desgarro interno), pero Tiziano se aproxima bastante. El cuerpo de Jesús es representado como el de un dios o un atleta de las esculturas clásicas (Tiziano era un gran conocedor y admirador del arte clásico, e intentó igualarse en todo a ellos). Su gesto revela la serena y trágica compostura de un hombre-Dios resignado a entregarse hasta el final, porque, ya se sabe, no hay mayor amor que dar la vida por los amigos.
La contemplación del Ecce Homo atrapa y envuelve al espectador. Podría pasar mucho tiempo delante de él, pero otras obras llaman también la atención y merecen ser visitadas. La Dolorosa del mismo Tiziano, por ejemplo. Esta obra, más colorida que el Ecce Homo, aunque quizá menos imponente, es también altamente eficaz a la hora de retratar el dolor inefable de la Madre al perder al Hijo. El Ecce Homo fue un regalo que el genio italiano realizó al emperador Carlos V, y la Dolorosa fue su último encargo para el monarca. Las dos obras permanecieron junto al emperador hasta el momento de su muerte y después pasaron a manos de Felipe II, que también las conservó siempre consigo. No es de extrañar, ya que, además de su tremenda belleza y su inigualable valor artístico, debieron de resultar muy del gusto y de las necesidades espirituales de los dos monarcas, tan defensores del catolicismo y tan firmes en sus creencias.
Aparte de estas dos obras de Tiziano, el resto de pinturas que podemos ver en el Prado estos días son también de una excelente calidad, destacando la Piedad de Sebastiano del Piombo, realizada a partir de dibujos de Miguel Ángel, amigo personal del artista. Se pueden reconocer en los rasgos de los personajes de Jesús y María elementos característicos de la pintura de Buonarroti. Por lo demás, todas las obras se caracterizan por una austeridad y sencillez acordes con los principios establecidos por el Concilio de Trento. Además, la pizarra, soporte de estas pinturas, con sus estrías y su textura, es idónea para que los artistas jueguen a su antojo y experimenten con los efectos y reflejos.
En definitiva, In lapide depictum es una exposición maravillosa e intensa a pesar de su pequeño tamaño, una selección que permite conocer ese aspecto tan desconocido y curioso, al tiempo que efímero, que dio como resultado obras grandiosas de la historia del arte. No dejen de verla y de admirar las pinturas que el Prado nos ofrece. Y comparen, si quieren, con las grandes obras de esos artistas expuestas en la colección del Museo. Que para eso tenemos la suerte de tener ese tesoro en España.