José Ignacio Wert Moreno | 17 de febrero de 2017
¿Qué hace la gran promesa del cine chileno realizando un “biopic” sobre un icono de la sociedad estadounidense? Para responder con rigor a esa pregunta, hay que desmontar, primero, alguna de las medias verdades que encierra. Jackie no es un “biopic” estricto sobre el personaje del título. Al igual que en The Queen (Stephen Frears, 2006) –uno de los lógicos espejos en los debe mirarse cualquier intento de recrear en el cine la Historia reciente- se toman sólo unos pocos días en la vida del personaje para, a partir de ellos, llegar al retrato general. Y, además, Pablo Larraín ha asumido su dirección aceptando, con toda la dignidad, un encargo.
El guión de la película ya había figurado en la “black list” –recopilación de los mejores libretos que circulan por Hollywood pero que nadie ha rodado- correspondiente a 2010. El proyecto llegó a estar muy cercano a la realidad en manos de Darron Aronofsky, con su entonces esposa Rachel Weisz como protagonista. Éste acabó asumiendo el rol de productor, y pensó en Larraín para dirigirlo cuando vio El Club (2015) en el festival de Berlín.
Resueltos los enigmas que la propuesta podía presentar “a priori”, toca disfrutarla sin prejuicios. Es un notable filme. Sobre la base de una entrevista concedida muy pocos días después del magnicidio de Dallas, Jacqueline Kennedy (Natalie Portman) desgrana ante un periodista (Billy Crudup) las horas posteriores al asesinato y cómo hubo de sobreponerse a la situación y organizar los fastos fúnebres de su marido. El entrevistador aparece escuetamente acreditado como “the journalist”, pero todo indica que se trata de un trasunto de Theodore H. White, reportero de la revista Life que entrevistó a Jackie en el refugio de los Kennedy en Massachusetts. No es una estructura particularmente original, pero no cabe restarlo mérito alguno al guión de Noah Oppenheim. Engarza muy bien los acontecimientos y consigue que éstos se sigan con gran interés. No es asunto menor si se tiene en cuenta que éstos son de sobra conocidos.Consigue, sin asomo de artificio, ir más allá de la foto. El asesinato de John F. Kennedy es uno de los acontecimientos más exprimidos del siglo XX. Y sin embargo, contemplarlo a través de los ojos de su viuda resulta un ejercicio novedoso
La recreación del famoso disparo aparece con una crudeza que nos hace ser conscientes de hasta qué punto el 8mm de Zapruder era sólo una aproximación a la salvaje realidad
Las respuestas de Kennedy nos van llevando a distintos momentos que se van entrecruzando. Uno, bastante anterior al meollo argumental del filme, adquiere especial importancia. Se trata del programa de televisión A tour of the White House (1962), en el que, en un gesto inusual, la entonces primera dama enseñó a los estadounidenses los rincones de la residencia presidencial. Es un recurso tremendamente original cuya importancia para el retrato general del personaje sorprenderá al espectador. Luego está lo de los funerales. Si en The Queen se sacaba petróleo de los tira y afloja entre Isabel II y Tony Blair por acordar qué despedida se le daba a Diana Spencer, aquí las lógicas dudas de la viuda –recogimiento en el duelo por motivos de seguridad frente a la pompa que ella considera digna para su marido- y sus peleas tanto con su cuñado Robert (Peter Saarsgard) como con el equipo de seguridad del sobrevenido presidente Lyndon B. Johnson (John Carroll Lynch) aportan algunos de los mejores momentos dramáticos del filme. Y la recreación del famoso disparo aparece con una crudeza que nos hace ser conscientes de hasta qué punto el 8mm de Zapruder era sólo una aproximación a la salvaje realidad. El relato incluye, también, en algunos aspectos más íntimos de su protagonista. Así, la vemos con sus hijos, a los que tiene que preparar para la inesperada orfandad. Sus apoyos son su asistente Nancy Tuckerman (Greta Gerwig) y un sacerdote irlandés (postrero John Hurt). Kennedy sigue siendo a día de hoy el único presidente católico en la Historia de EEUU. La larga y sincera conversación entre ambos es otro de los aspectos más conseguidos de la historia. Ojo al papel que juega el musical Camelot, revelado por la propia Jacqueline en la citada entrevista a Life.
Para que toda esta película funcionara era indispensable la complicidad de su actriz protagonista. Natalie Portman realiza un trabajo impecable. La actriz, una de las más talentosas de su generación, sortea con habilidad su falta de parecido físico con la Jackie Kennedy verdadera. Da una lección de interpretación. Su Jackie es un conjunto de sutilezas que salta de la fragilidad a la firmeza, de la docilidad a la rebeldía, de la prudencia a la osadía. Pocos intérpretes tienen a su alcance ese manejo de los registros.