Andrea Reyes de Prado | 10 de enero de 2018
“Es posible que el lector de hoy sienta, de entrada, una punzada de irritación ante las formas un tanto patricias de Clark”, advierte Clara Pastor en el prólogo de Momentos de visión (Elba, 2017). Se intuye que ese lector de hoy es el lector genérico; persona que gusta y frecuenta de leer pero que no está especializada o especialmente inclinada hacia ninguna materia. Lector de hoy, quizá, sea el lector de best sellers. Por ello, hace bien Clara, editora que anteriormente trabajó en Planeta o Crítica antes de aventurarse en la creación de Elba, en avisar de que este es un libro que tal vez se escurriría entre las impacientes y ligeras manos del lector común (aunque no por ello menos lector). Porque Momentos de visión es, en primer lugar, un ensayo, lo que en sí mismo daría para más de un fruncimiento de ceño. Y, en segundo, es un ensayo sobre arte.
Una recopilación, concretamente, de pequeños “ensayos”: escritos breves y conferencias que Kenneth Clark (Reino Unido, 1903-1983), uno de los historiadores de arte más reconocidos del siglo XX, redactó a lo largo de los más de cincuenta años que dedicó a su pasión y oficio. Elba es, como La Micro o Confluencias, una editorial discreta que dedica parte de su catálogo a pequeños tesoros sobre artistas y sus mundos. Tras la publicación de Cartas sobre el arte. 1916-1956 de Marcel Duchamp (2010), Cómo me convertí en marchante de arte de Sami Tarica (2011), Braque, el patrón de Jean Paulhan (2012), Escritos de Edward Hopper (2012) o A sí mismo. Diario 1867-1915 de Odilon Redon (2013); textos que dan a conocer distintas perspectivas y experiencias en torno a aquello que llamamos arte, la edición de este volumen supone una interesante inmersión en la vida y punto de vista del historiador. Del hombre (o mujer) que desde fuera, desde el borde de las cosas y el tiempo, trata de conocer y comprender los porqués y cómos de algo tan imprevisible, misterioso y al mismo tiempo cíclico –casi todo lo que es humano lo es– como es la creación artística.
"Momentos de visión" de Kenneth Clark recomendado en la librería Documenta.https://t.co/ej94LMvTku
— Elba Editorial (@ElbaEditorial) September 28, 2017
Académico, gestor cultural, divulgador y director de la National Gallery de 1934 a 1946, Clark alcanzó la fama internacional con la serie Civilización: una visión personal (producida por la BBC), que tenía como objetivo hacer de la apreciación del arte algo accesible a todos los públicos –pues es algo que “enriquece la vida de las personas y contribuye al desarrollo espiritual de la humanidad”–, y recibió, entre otros galardones, la Orden del Mérito en 1976. Entre sus publicaciones, destacan títulos como Leonardo da Vinci (1939), El arte del paisaje (1949) o El desnudo (1956), Ruskin hoy (1964), ¿Qué es una obra maestra? (1979) o Belleza femenina (1980).
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— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) December 2, 2017
Breve y previamente a los diez capítulos, que el propio Clark nombra como “piezas de circunstancias”, bajo esas formas “un tanto patricias”, rigurosas, acostumbradas y elegantes pero perfectamente comprensibles, el humanista e historiador parte de una definición de lo que para él son esos Momentos de visión, aclaración fundamental, pues constituyen la esencia tanto de este libro como de todo su pensamiento: nada que ver con la filosofía, la metafísica, la videncia o la providencia. Un momento de visión es, literalmente, un momento de percepción física agudizada, atenta. Una mirada consciente y receptiva ante aquello que tenemos delante. Una mirada consciente, sí, pero que incluye también lo sensorial: conocer y empatizar con la obra de arte. “Estos momentos –describe bellamente– son lo más cerca de lo que la mayoría de nosotros estaremos de la agitación divina del artista creador”. Esos instantes de inspiración inesperada, que sin cierto don natural y cierta predisposición al asombro no se producirían, que invaden al artista y le hacen encontrar el modo exacto de representación y expresión. Como la poesía de Wordsworth, ejemplifica Clark las íntimas y místicas escenas campesinas de Millet o la pasión ante lo cotidiano de Van Gogh.
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Recuperando el concepto de hombre universal (“alguien cuyo interés abarca todas las ramas de la actividad humana hasta la observación de la naturaleza”. Una actitud y forma de ser muy similar a la del antiguo hombre renacentista, podríamos decir) y reflexionando junto a sus lectores, no por encima de ellos, Kenneth Clark expone preguntas en torno al arte moderno, el origen de la “iconofobia” y la ausencia de figuración, la relación entre el arte y la sociedad, la relación entre el arte y su crítica, esta en cuanto a crítica y en cuanto a posible literatura… Y realiza, asimismo, una evocación del término de “hombre universal” (recuperando para ello a figuras como Platón, Da Vinci, Goethe, Alberti, Franklin o Jefferson), un ameno paseo por la obra de Bernard Berenson –el crítico más importante de su época y de quien afirma que siempre “supo que era un personaje de leyenda”– o un melancólico y agudo canto al envejecimiento del artista.
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La fina y accesible vinculación de los ejemplos y detalles a los contextos históricos y humanos, la osada y variada temática, su gran experiencia en la divulgación y su innegable pasión hacen de sus escritos, y concretamente de estos Momentos de visión, una acertada introducción a su pensamiento y producción, una fuente muy interesante de observación y reflexión no solo hacia el arte, sino también en torno a la mirada y la atención que prestamos a las cosas y cómo evolucionamos como sociedad. “Si hubiera que resumir el legado de Kenneth Clark en una única contribución –comparte Clara Pastor–, esta sería su perseverante y decidida reivindicación de la mirada como la mejor herramienta tanto para forjarse un criterio propio frente a las obras de arte como para gozar de ellas. […] Leer a Clark hoy nos recuerda el placer de leer sobre arte como una forma de ejercitar la mirada y de aprender a desarrollar el juicio”.
No en vano él mismo dijo, recordando sus inicios, en su autobiografía: “Sentía la imperiosa necesidad de comunicar mis sentimientos sobre el arte por medio de la escritura. Mi deseo era escribir, dar alguna conferencia, y siempre, indirectamente, enseñar”. Quien siente y vive así el amor hacia algo y posee la desinteresada e innata necesidad de compartirlo con los demás no es sino merecedor de nuestra atención. O, al menos, qué menos, de nuestra curiosidad.