Gerardo Serrano Rodríguez | 04 de octubre de 2018
En 2013, una novela negra lograba apoderarse de los principales estantes de todas las librerías de nuestro país. Uno de los best sellers del año, La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013), de un tal Joël Dicker, que pasó a ser uno de los novelistas más prestigiosos del momento. Ahora, una nueva novela de Dicker se ha vuelto a adueñar, desde su mismo lanzamiento en el mes de marzo, de las listas de los más vendidos. Cosa que no es de extrañar considerando la reputación de que disfruta su autor. Hablamos de La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara, 2018), el libro de moda del que todo el mundo ha oído hablar.
Siguiendo una fórmula en exceso semejante a la que le hizo triunfar con su anterior trabajo, La desaparición de Stephanie Mailer expone una historia de intriga, secretos y asesinatos, rebosante de giros argumentales capaces de capturar la atención del lector durante las casi seiscientas cincuenta páginas en que se desarrolla la trama.
El autor utiliza una visión en primera persona y son los propios oficiales de policía quienes relatan la investigación de dos casos relacionados entre sí (una desaparición y un cuádruple asesinato), pero separados por veinte años… un ejemplo del hermanamiento con La verdad sobre el caso Harry Quebert, donde los principales eventos también se hallan bastante distanciados en el tiempo.
Con grandes dosis de acción trepidante desde el primer episodio, y a partir de una prosa sencilla de lectura muy ligera, el autor no busca sino contar una buena historia, sin presentar mayores pretensiones artísticas o literarias. La desaparición de Stephanie Mailer constituye una buena novela de intriga, en la que no abundan (aunque los hay) episodios que no aporten una nueva pieza al enrevesado rompecabezas ideado por Dicker y en la que cada respuesta conlleva, implícita, una nueva pregunta.
Eso sí, no todo son halagos. En ciertos tramos, la novela se adentra en una fase de desvarío con grandes tintes surrealistas y buenas porciones de absurdo, que no solo suponen episodios en apariencia irrelevantes para el desarrollo argumental, sino que llegan al punto de amenazar con dar al traste con la globalidad de la historia.
También es cierto que estas “salidas de tono” forman parte de la esencia del autor y son su recurso para reflejar ciertas críticas sociales en sus trabajos. Sin embargo, pueden llegar a alejarse del eje central de la narración, algo que siempre se debe evitar a la hora de construir un thriller. Por no hablar de la tendencia del autor a abundar sobre el pasado de los protagonistas, algo que contribuye a prolongar, también en demasía, una historia extensa en sí misma.
No obstante, es en ese cuidado (exagerado, en ocasiones) que muestra Dicker en la creación de sus personajes donde el lector puede percibir la intensa pero saludable crítica del autor a diferentes realidades humanas, sociales y profesionales: el periodismo en sus diversas formas, la política local, la Policía, el mundo del arte…; la familia moderna, la debilidad de la figura paterna (y la materna), el individualismo, la lujuria, la ambición, el abuso de drogas…
Es en esas manifestaciones de los lados oscuros de los personajes donde el novelista brinda una excelente oportunidad al espectador para estudiar los rincones más siniestros de la naturaleza humana. Y todo ello sin incluir en el larguísimo texto escena alguna de sexo o violencia explícita, tan en boga en la actualidad.
Novela negra para el verano . Noches de calor para resolver misterios y crímenes literarios
Joël Dicker, en definitiva, y pese a los escasos reproches que se le pueden achacar a su último trabajo, ha demostrado ser un maestro de la intriga, capaz de dirigir la atención del lector de un sospechoso a otro sin que pueda darse cuenta de ello. Y siempre a partir de una prosa ligera, con una sintaxis simple. Esa es sin duda su gran virtud.
Nota: El desenlace de la novela recordará al lector a un conocido metraje de Alfred Hitchcock. Eso sí, no se dará más información. Aquí no destripamos argumentos.