Juan Orellana | 21 de abril de 2017
Zuzana Mauréry da vida a una profesora de la Checoslovaquia comunista es acusada de corrupción por algunos padres que se sienten chantajeados de diversas maneras por ella si quieren que sus hijos saquen buenas notas. El problema es que esta profesora es la presidenta del Partido Comunista en ese distrito.
La revisión histórica crítica del comunismo sigue siendo una excelente fuente de inspiración cinematográfica. En este caso el film eslovaco de Jan Hrebejk nos lleva a la Checoslovaquia de principios de los ochenta, a un colegio de un suburbio de Bratislava. Una profesora, Maria Drazdechova (Zuzana Mauréry), es acusada de corrupción por algunos padres que se sienten chantajeados de diversas maneras por ella si quieren que sus hijos saquen buenas notas. El problema es que esta profesora es la presidenta del Partido Comunista en ese distrito. Este film, basado en hechos reales, es un terrible retrato de la podredumbre que el comunismo introdujo en las relaciones humanas y sociales en los países del llamado socialismo real. La película muestra cómo la mentira, la sospecha, el miedo y la desconfianza son el marco en el que unos pobres hombres, cansados del comunismo, tratan de mantenerse dignos de tal nombre. Dentro de un formalismo asfixiante en las relaciones interpersonales, se percibe con nitidez la mezquindad del ser humano, la deshumanización de un régimen en el que nada es transparente, todo está dicho a medias, nada es lo que parece, todo es ambigüo. Es inevitable recordar, al ver el film, aquel precedente de La vida de los otros, ubicado en la Alemania “democrática”.
El director huye con acierto de un planteamiento maniqueo, y trata de humanizar a la protagonista, incluso hasta cierto punto, de entenderla, lo cual hace mucho más turbador el desarrollo del film. Narrativamente es muy inteligente, entrelazando sin previo aviso el tiempo presente con flashbacks, lo que nos permite sincronizar, al modo de un caleidoscopio, la dinámica del mal. Una película magnífica cuyo último plano nos helará la sangre. Y es el que el mal no es patrimonio de ningún régimen político.