Fernando Bonete | 22 de diciembre de 2018
No importa el género, da igual su procedencia. El grueso del catálogo de series ofertado por las principales plataformas de vídeo bajo demanda pone en nuestras pantallas argumentos escabrosos, personajes sombríos y comportamientos corruptos. El nuevo canon de las series de televisión es el mal, y la destrucción moral y física asociada a la maldad deja de ser un accidente, mero recurso narrativo, para convertirse en la norma y la fórmula del éxito.
Si las series de televisión de hoy son así no es porque las productoras y sus creadores se hayan topado con un estilo audiovisual que, de casualidad, ha resultado funcionar y es conveniente explotar una y otra vez. El éxito y pervivencia de las series reside en que se cimentan sobre principios y valores con los que su público se identifica. Es ahí donde se establece la conexión crucial y necesaria entre serie y espectador. Vemos reflejados nuestros anhelos en la pantalla, nos reconocemos en el relato y por eso nos engancha. Lo que nos lleva a concluir, aunque nos pese admitirlo, que si las series de hoy son más oscuras y perversas que nunca es porque existe y prevalece hoy en nuestra consciencia la fascinación por el mal y la exploración de sus límites.
Esta presentación de los rincones más oscuros del pensamiento adopta numerosas formas. La primera y más directa, la fotografía. Los Soprano, referente indiscutible para entender la manera en que se producen y articulan la series en la actualidad, marcó también un punto de inflexión al presentar de manera lúgubre a la mafia italiana en Estados Unidos. Sin embargo, también había sitio para la luz en los momentos en que se hablaba de la familia.
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— Peaky Blinders (@ThePeakyBlinder) December 20, 2017
Desde entonces, el dramatismo generado mediante la imagen ha alcanzado nuevas cotas de oscuridad con series de temática tan diversa como Juego de Tronos, Peaky Blinders, Boardwalk Empire, The Knick, Stranger Things, Dark, The Night Of, El cuento de la criada, Westworld, Mr. Robot… la lista es tan extensa como incompleta, y ninguno de los títulos citados pertenece al género de terror propiamente dicho; cabría sumar muchos títulos más bajo el denominador común de las tonalidades de negro bañando paletas de ocres oscuros y gélidos azules; el éxito de las tinieblas.
El imperio de las sombras no solo se hace notar en el apartado técnico, en la fotografía o la iluminación. El argumento de la serie, el tono filosófico que inspira su guion o el fondo inmoral de las acciones que construyen a los personajes van encaminados a crear una atmósfera existencial, cargada de superstición y repleta de violencia, explícita o contenida.
Los ejemplos son, de nuevo, célebres e innumerables: los diálogos nihilistas de los detectives Cohle y Hurt en True Detective I, adherezados con toques místicos de sectas y religiones indie; la desesperación, rozando la psicosis, del joven Elliot Anderson en Mr. Robot; el comportamiento depravado del presidente Frank Underwood en House of Cards, carente de toda ética, con performance tales como orinar en la tumba de su padre; la violencia proteica y gratuita de los Peaky Blinders en la serie homónima; la mitificación y exaltación del crimen de Narcos o Fariña; la desolación absoluta y el vacío existencial de los personajes que transitan Bron; el pasado revuelto de la periodista Camille Preaker, protagonista de Heridas abiertas, como prefiguración de un presente escabroso.
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Mención aparte merece la creación de mundos paralelos tan de moda por, entre otras, series como Sense8, Stranger Things o La maldición de Hill House. Fantasmas, monstruos, prácticas ocultistas y fenómenos extrasensoriales aprovechan la natural apertura humana a la trascendencia para sugerir opciones sombrías de corte panteísta.
No hay mejor termómetro de la escala de valores y principios rectores de una época que la expresión artística de sus sociedades. El arte es, en sus múltiples manifestaciones, comunicación de una cosmovisión; retrata, de una u otra manera, la identidad y esencia de su tiempo. Las series de televisión de hoy nos dejan muestras extremas de su predisposición hacia la oscuridad y la perversión, un estilo que, lejos de ahuyentarnos por su inmoralidad o cansarnos por su repetición de escenarios, nos encandilan y son fundadoras de auténticos fenómenos de culto. Dime qué ves, y te diré quién eres.