Juan Orellana | 06 de febrero de 2017
Saroo es un niño pobre de la India, que mientras su madre trabaja en una cantera, él juega por las calles con su hermano. Un día se pierde y se echa a descansar en un vagón de tren estacionado en una vía. Cuando se despierta está a 1600 kilómetros de casa. Ni siquiera sabe el nombre de su pueblo. Tras muchas peripecias es adoptado por un matrimonio australiano, los Brierley (Nicole Kidman y David Wenham).
Este primer largometraje del australiano Garth Davis se basa en un caso real, reflejado en la novela autobiográfica de Saroo Brierley, que adapta para la ocasión el guionista Luke Davies. El film se emparenta extraordinariamente con Vete y vive (Radu Mihaileanu, 2005), tanto por temática como por óptica moral. En ambos casos se aborda con inteligencia y sensibilidad la cuestión de la doble pertenencia a dos madres, la biológica y la adoptiva. Asimismo se refleja muy bien el bloqueo afectivo que puede darse si ese doble vínculo no se resuelve hasta el final. En este sentido, el personaje femenino de Lucy (Rooney Mara) –que es paralelo al de Sara (Roni Hadar) de Vete y vive– cataliza esa afectividad compleja que debe completar el círculo para sanarse y ser fecunda. Sólo cuando Saroo sea capaz de reencontrarse cara a cara con su madre biológica, las piezas de su vida empezaran a encajar con sentido y enorme potencia.