Juan Orellana | 17 de marzo de 2017
Con esta película nos convertimos en observadores indiscretos de la intimidad de la familia Hollar, que acaba de reunirse debido a la inesperada enfermedad de la madre, Sally (Margo Martindale), a quien le han diagnosticado un tumor cerebral. Se trata de una familia bastante convencional. Sally y su esposo Don (el siempre fantástico Richard Jenkins) son un matrimonio más o menos bien avenido; el primogénito, Ron (Sharlto Copley) es como la oveja negra del rebaño, mal divorciado, recién despedido del trabajo por su propio padre y que encima ha tenido que regresar al hogar paterno; el hijo menor, John (John Krasinski) es un dibujante que vive en Nueva York con su novia embarazada (Anna Kendrick) intentando abrirse camino en el mundo de las novelas gráficas. Con estos mimbres aparentemente anodinos, el director va levantando una historia y unos personajes de cierta entidad, combinando el drama con el humor, alternando situaciones emotivas con otras más paródicas, al estilo de las películas del actor y director Josh Radnor o de esas que suelen triunfar en el Festival de Sundance.
El actor John Krasinski no solo protagoniza sino que dirige esta comedia dramática independiente que supone su segundo largometraje. Cuenta con un guion de Jim Strouse, que en Las vidas de Grace, dirigida y escrita por él, ya mostró su habilidad para contar historias familiares de corte intimista y dramático. Los Hollar se inscribe en la clásica tradición cinematográfica del elogio de la familia como núcleo de referencia, por muy disfuncional que sea. El guion de Strouse nos describe una trama de relaciones problemáticas, con pasados sin cerrar y asuntos sin resolver, y que en la convivencia, con el paso del tiempo y los acontecimientos imprevistos, va
John Krasinski nos propone una puesta en escena muy coral y, aunque quizá tira mucho de fórmula, la resuelve con eficacia, gracias a unos brillantes trabajos de interpretación, un uso –casi abuso- de canciones folk indie muy emotivas –como el famoso cantautor Josh Ritter o el grupo The Head and the Heart-, un grato entorno natural de Mississippi y un montaje que compone un cuadro humano a base de pinceladas bien escogidas. No faltan aderezos surrealistas –casi todos protagonizados por el personaje de Ron- que, a pesar de ser arriesgados, nunca llegan a perjudicar el tono naturalista del film. En fin, una amable propuesta familiar bastante blanca.