Enrique García-Máiquez | 31 de octubre de 2017
La razón de actualidad es que la noticia del premio coincidió con estas horas enrevesadas y oscuras del pulso nacionalista. Aunque nos pongamos muy positivistas y leguleyos, la crisis afecta al ser mismo de nuestra nación. Y Martínez Mesanza, precisamente, es un poeta que no ha desdeñado tratar el viejo tema poético de España con singular acierto y profundidad. Ya lo hizo en Europa, su primer y mítico poemario, con dos versos inolvidables: «Muere una patria como muere un alma,/ desperdicia la gracia, se hace sierva», sobre los que toda reflexión es poca. En el poemario premiado, Gloria (Rialp, 2016), hay otro poema sobre España que no desdeña la autocrítica ni el pesimismo, pero que mantiene el orgullo y la esperanza. Lo que más falta nos hace en estos momentos:
Las razones celebratorias a medio plazo son dos. Julio Martínez Mesanza no es un poeta profesional ni promocional ni profesoral, sino vocacional. Su premio llega en momentos de cierto desconcierto en el panorama literario y nos lo pone como modelo de una relación profunda con la poesía. Él es un poeta de escritura lenta, que sabe esperar el advenimiento del verso auténtico. Por eso, los suyos tienen ese empaque que todo el mundo aplaude y que muy pocos se explican. De paso, este Nacional también premia a una colección, la Adonais, de la editorial Rialp, que tiene una larga trayectoria y que merece el apoyo en unos tiempos en que editar poesía tiene lo suyo.
Las tres razones que están más allá de las circunstancias son las más importantes. La primera de ellas se ancla en el pasado, pero mira al futuro. La poesía de Martínez Mesanza nace de la tradición. No sé si él lo ha escrito, pero sí le he oído a menudo lamentar que muchos poetas actuales desconocen a nuestros clásicos y apenas han bebido de traducciones, lo que pasa una factura exorbitante a la música de su verso. No es el caso de nuestro poeta, que tiene muy claro de dónde viene y que, por eso, va hacia una poesía actual, por supuesto, pero, sobre todo, imperecedera. Este Premio Nacional implica un espaldarazo a nuestra tradición y a la latina y a la italiana, que son nuestras también a través del mejor Renacimiento y que Martínez Mesanza ha recibido como nadie y nos transmite a todos.
En segundo lugar, como ha destacado el mejor conocedor de su poesía, Enrique Andrés Ruiz, en el prólogo de la antología Soy en mayo (Renacimiento, 2007), la poesía de Martínez Mesanza se escribe en obediencia estricta al mundo del espíritu. Se rebela ante el materialismo consumista que se nos impone, en un inconformismo del alma que nos hace falta, y cada vez lo hará más. Se adivina en todos sus poemas, pero uno de Europa lo muestra vigorosamente.
Por último, como se habrá venido atisbando, la suya es una poesía moral, lo que no tiene nada que ver ni con las moralinas ni con las moralejas. En su caso, tampoco con la confesión biográfica, porque el poeta suele buscar un tono objetivo, virilmente pudoroso, que prefiere hablar de la Historia para hablar de su historia, que acaba siendo la historia propia del que lo lee. Es su triple salto moral. Martínez Mesanza dijo en otra ocasión y refiriéndose a la poesía en general (y sabemos que cuando un poeta habla de la poesía en general está hablando en particular de su poesía): “Somos receptivos ante una obra de arte o un poema porque tenemos una historia personal cuyas vicisitudes se reflejan en la historia general de las alegrías y desdichas del hombre, y esta receptividad supone un acto de identificación moral”. De esto se trata: un juego triple de reflejos e identificaciones, del que salimos iluminados y enriquecidos. Véase en otro poema de Gloria: