Fernando Bonete | 07 de agosto de 2017
Investigamos en el extenso catálogo de la plataforma multimedia de referencia para proponerte una selección de las mejores series originales de Netflix: House of Cards, Narcos, Stranger Things, The Crown y Black Mirror.
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Que Netflix fuera en sus comienzos un videoclub para el alquiler de películas es tan solo otra curiosidad más entre el cúmulo de ironías que suelen conformar el nacimiento y desarrollo de las grandes empresas que están llamadas a alcanzar el paraíso de la popularidad y edén de la capitalización. Diez años después de su fundación, con estimaciones que sitúan el porcentaje de su revalorización en más de un 4.ooo%, y un valor total que ha superado los 60.000 millones de dólares, lo de menos son las anécdotas pretéritas.
La estrategia de este gigante de la industria multimedia ha sabido adaptarse de maravilla a la evolución del mercado audiovisual. Primero con su reconversión a un servicio de suscripción de contenidos bajo demanda y el perfeccionamiento de su habilidad para sumar productos de enorme calidad a su catálogo; más tarde como productora en sí misma, financiando sus propios proyectos en el universo del cine y las series.
El catálogo completo de la plataforma suma la vertiginosa cifra de 2.667 títulos, de los cuales 169 son series y 60 de estas originales producidas por Netflix. Un número lo suficientemente abrumador como para pensarse bien qué series son realmente interesantes y valen la pena incorporar a nuestro ocio semanal. Aquí te proponemos una selección de las cinco mejores series originales de Netflix, las imprescindibles que no te puedes perder.
Ha atravesado buenos y malos momentos debido a las extravagancias y exageraciones argumentales protagonizadas por su malvado personaje principal, Francis Underwood (Kevin Spacey), pero lo cierto es que la serie creada por Beau Willimon, con los temas fetiche de David Fincher siempre al acecho, fue la primera apuesta de éxito de Netflix y es hoy una de las más populares y seguidas. No es para menos, dada la carismática actuación de Kevin Spacey y los sorprendentes y perturbadores giros argumentales a los que nos tiene acostumbrados.
Se trata de una adaptación de la novela homónima de Michael Dobbs dirigida contra Margaret Thatcher, curiosa y recomendada lectura; también remake de la miniserie británica del mismo nombre de los noventa producida por la BBC y, como se puede suponer, mucho más sutil y contenida en su desarrollo que la actual. Los tejemanejes del poder político al más alto nivel quedan al descubierto en House of Cards, cuyo epicentro argumental es La Casa Blanca. La perversión de su protagonista, la depravación de sus estrategias y los guiños ocasionales a la actualidad más inmediata de la política estadounidense son inversamente proporcionales al derroche de buenísmo que en su día nos regaló Josiah Bartlet (Martin Sheen) en la clásica El ala oeste de la Casa Blanca (Aaron Sorkin, 1999). Una serie, esta última, mucho más aprovechable en lo formativo y humano gracias a sus continuas reflexiones y dilemas acerca de la política, la moral y el bien común, las cuales no posee House of Cards; ante esta solo cabe desplegar una mirada crítica y severa para vencer la invitación al mal que se desprende de toda ella.
Estupenda banda sonora de Jeff Beal, no solo por su música introductoria; los momentos que acompañan las escenas más íntimas y simbólicas de la serie son auténticamente sobrecogedores.
Pocos al margen del círculo de cinéfilos consagrados al cine de acción conocían el tándem brasileño conformado por José Padilha y Wagner Moura antes de su participación en la célebre Narcos. Ambos, el primero como director, el segundo como protagonista de la mayoría de los largometrajes de aquel, firmaron años antes dos de las mejores películas de acción de la historia del cine: la saga, también brasileña, Grupo de élite (2007, 2010)
Padilha volvió a recurrir a ese prodigio de la interpretación que es Wagner Moura para crear el mejor Pablo Escobar en la ficción hasta la fecha. Tal vez los tiempos no estén perfectamente calibrados, pues la cobertura temporal de la primera temporada abarcó la mayor parte de la actividad criminal de Escobar y dejó para la segunda su escaso último año y medio de vida, pero su estupenda factura técnica, la intensidad de las interpretaciones, la intriga generada y la hondura con que se narra la historia, aun con sus pequeños desajustes históricos, son de tal magnitud, que renunciar a ver semejante plata, merecería plomo… Los mejores momentos de Narcos son aquellos que nos descubren la persona tras la máscara del villano y la relación de sus fechorías con el ser y sentir de una nación.
A los hermanos Coen y Wachowski se une ahora una nueva dupla fraterna de éxito. La recién comenzada carrera de Matt y Ross Duffer ha dado un vuelco total con la fama alcanzada por Stranger Things, una de esas series que aúna el encanto interpretativo y estético necesarios para crear auténticos fenómenos culturales.
De armonía ochentera prudente y bien cuidada, banda sonora pop y constantes e inteligentes referencias al cine de la época, la serie despierta un cúmulo de sentimientos vintage (o remember, según la edad del espectador) que, unidos a una narración enigmática con dosis de misterio bien suministradas, nos mantendrán pegados a la pantalla desde el principio hasta el final. La historia: la desaparición de un niño en extrañas circunstancias en el pequeño pueblo de Hawkins, y la búsqueda comprometida de sus amigos, que anteponen los valores de la amistad y la fe por encontrarle a todos los peligros imaginables y la desilusión con que los más mayores afrontan la vida.
Cada escena de esta serie centrada en el reinado de Isabel II de Inglaterra es un monumento estético. Todo en esta serie de época está perfectamente cuidado: la recreación del vestuario, los escenarios, las maneras y el porte de sus actuaciones. ¡Y qué decir de las interpretaciones! A la magistral intervención de Claire Foy como la reina, hay que sumar la de John Lithgow como el mejor Winston Churchill nunca visto en pantalla, grande o pequeña; Gary Oldman tiene muy difícil superar la hazaña en su próxima El instante más oscuro.
A esta cuidada presentación hay que sumar la reflexión de fondo traída a la superficie a través del poder detentado por una joven llamada a reinar con tan solo 25 años, sin tiempo para superar la muerte de su padre, y que contempla las relaciones con el Gobierno de Downing Street y el veterano y carismático Churchill, la complicada gestión de la corte y el Palacio de Buckingham y, sobre todo, los sacrificios que tendrá que llevar a cabo para combinar el cariño personal hacia su familia con el colectivo hacia toda una nación que a diario observa y tiene como referencia a la monarquía. En definitiva, The Crown analiza pormenorizadamente los sacrificios a los que aboca el ejercicio del poder, así como la especial dignidad que tiene que poseer la persona que lo detenta.
Charlie Brooker tiene muy difícil superarse en la próxima temporada de Black Mirror, pero no albergamos dudas de que volverá a conseguirlo, como ha demostrado saber hacerlo en cada una de las presentadas hasta el momento; la última incursión bajo el sello Netflix, firmando el que, sin duda, es el mejor desarrollo de esta serie orientada a descubrir y advertirnos acerca de los cambios que la tecnología puede obrar en nosotros, a nivel personal y colectivo. Brooker utiliza para ello los grandes universales de fondo: el amor, la amistad, la búsqueda de experiencias emocionales, la influencia del pasado o los conflictos bélicos para plantear situaciones límite, pero no inimaginables y perfectamente posibles para el ser humano en su ansia de autocomplacencia y justificación, en las que intervienen las redes sociales, la inteligencia artificial, la realidad virtual, la neurociencia y la nanotecnología.
Una serie que interpela a todos y a nadie deja indiferente; obliga a la reflexión personal; incómoda en su contenido, pero manejable en cuanto al formato, con episodios con argumento y temática autónomos que funcionan casi como largometrajes individuales.