Javier F. Mardomingo | 19 de agosto de 2017
Morante ha anunciado su retirada de manera indefinida. El de La Puebla es uno de los personajes más importantes de la tauromaquia moderna, máximo exponente del clasicismo sobre el albero y el único por el que se paga más de lo que vale una entrada en taquilla.
Morante se va, Morante se va, Morante se va. Hay que repetirlo cuantas veces sean necesarias para creerlo. El de La Puebla del Río deja el toro de manera indefinida, asegura, pero deja también entreabierta la puerta a volver. Por el bien del toreo, del arte y de la cultura, por lo que más quiera, que así sea.
No es la primera vez. Ya nos sorprendió con dos retiradas anteriores, alegando problemas psicológicos que le obligaron a viajar hasta Estados Unidos en busca de ayuda profesional. La primera fue en 2004, tras lidiar seis toros en solitario en Las Ventas. Reapareció dos años más tarde, de la mano de Rafael de Paula, pero un año después volvió a abandonar los ruedos desilusionado con una profesión que ya vio en ese periplo que Morante había vuelto de otra forma, con otro andar. Morante dijo al mundo del toro que quien volvía, y volvía a irse poco después, era un torero no a tener en cuenta en toreo contemporáneo, sino en la historia universal de la tauromaquia.
Adiós por tiempo indefinido. pic.twitter.com/QYYOwYSniT
— Morante de La Puebla (@InfoMorante) August 13, 2017
Morante se convirtió en el máximo exponente del clasicismo sobre el albero. En el último gran genio que ha pisado los ruedos. Se ha encargado de trasladar a un mundo del toro falto de memoria que Belmonte y Joselito fueron quienes pusieron esto patas arriba. Tan torero es Morante que ha dicho adiós en la plaza de otro Gallo, Rafael. Reavivó el aroma de Curro Romero, de Paula, de tantos y tantos que, como él, fueron en su momento incomprendidos por multitud de paganos, en sus malos días, y aclamados por todos, en los buenos.
Los motivos de su marcha, los de verdad, solo los conoce él. Los “oficiales” que alega son el tamaño del toro, que impide ejecutar su toreo artista, los veterinarios y presidentes… El sistema en general. Los que se sospechan reales, un tremendo infortunio en los sorteos y un hastío que ha colmado su paciencia. Cuenta quien estuvo en El Puerto el pasado domingo que ya se atisbaba que algo raro pasaba ante el último de Cuvillo. Cuenta quien lo conoce más a fondo que la decisión no es fruto de un calentón, sino meditada. Su paso sin pena, gloria ni fortuna por Sevilla y Madrid pueden tener algo que ver porque, pese a lo que muchos piensan, que Morante vive ajeno a todo y le importa un carajo lo que pasa delante del toro, Morante es más torero que ninguno y sufre las broncas, igual que los elogios, como cualquiera.
Morante, además de un torero de época, es el único por el que se paga más de lo que vale una entrada en taquilla. Solo ese detalle debería demostrar que estamos ante el adiós -ojalá que hasta luego- del que seguramente es uno de los personajes más importantes de la tauromaquia moderna. Morante es torero cuando camina, cuando fuma, cuando habla, cuando viste y hasta cuando se enfrenta a los antitaurinos. En los anales de Youtube quedará esa pose, bolsa de pipas en mano, del genio de La Puebla escuchando atentamente y asintiendo ante un vacío discurso animalista en Marbella hace unos meses.
Ya queda lejos su última gran tarde en coso de categoría. Fue en su Sevilla. Sobre la bocina, en el último de los ocho toros que lidió en el ciclo de abril de 2016. Cuando todo parecía perdido, cuando los profanos escupían espuma por la boca, Morante pintó una obra de arte a un Cuvillo, de tamaño estándar, por cierto, que quedará en la historia del coso del baratillo. Desmayado, disfrutando cada pase, cada paso, cada ovación, cada suspiro. Morante, aquel 15 de abril, demostró en Sevilla que también tiene argumentos para los simples que lo juzgan solo por los trofeos que aglutina en su palmarés.
A Morante hay que juzgarlo como lo que es, hay que quererlo con sus altibajos, con sus retiradas, con sus vueltas, con sus salidas de tono y con sus holgazanerías, que no son pocas, como se quiere a los genios. Unos años antes de esa última tarde triunfal, también en Sevilla, levantó a los tendidos con una media que todavía a día de hoy sigue retumbando las paredes imperfectas de la Maestranza. Una media antológica, para la historia, una media, ni más ni menos. Poco más, no mucho, ofreció al público de Madrid, allá por 2010, en un tercio de quites soberbio junto a Daniel Luque. Uno, y otro, y otro… Una borrachera de toreo de capote por la que, sin duda, mereció pagar la entrada aquella tarde en la que pasó muy poquito, además de ese bello paréntesis. Morante nunca ha sido, ni será líder del escalafón, para eso están otros, pero de ellos no se escribirán libros cuando falten, no se pintarán cuadros, no se recitarán poemas. Morante es un detalle, una chicuelina, una verónica, un gesto. Morante es especial, y eso le hace único.
Morante, además de todo esto, es el máximo defensor de la fiesta como hay que defenderla, llenando las plazas. Morante despierta una curiosidad inédita entre los no aficionados. No se le verá en un plató de televisión cara a cara con un pseudoperiodista que te espera con el cuchillo entre los dientes para llamarte asesino. No dará entrevistas defendiendo las corridas de toros. Sin embargo, Morante es un imán del gran público que, desconocedor de lo que el genio profesa, se pregunta qué será eso tan especial que hace que todos hablen de su figura, y por eso va a la plaza, por curiosidad. ¿Hay mejor defensa de la tauromaquia que esa?
Morante, como genio que es, necesita reinventarse. ¿Más todavía? Puede que sí. Volverá. Y su regreso será noticia de alcance mundial, cuanto más tiempo pase sin él el toreo, más ansiado será ese día en que vuelva a liarse el capote de paseo y encender un puro en el patio de cuadrillas. Ese día, tomen nota, se abrirán telediarios, se harán reportajes de cuánto pagan sus devotos por una entrada en la reventa, se titularán portadas de periódicos. Ese día, Morante, y por extensión, la tauromaquia, será la noticia del día. Ese día no habrá antitaurinos que valgan, ni detractores. Parafraseando a otro genio, morantista como pocos como es Sabina, por cierto, ese día que se paren los relojes, que ese día se desempolva la magia del toreo, ese día, ¡Ay, ese día! Volverá un genio, volverá el arte, volverá, porque lo hará, seguro, José Antonio Morante, de La Puebla del Río, Sevilla.