Javier López-Galiacho | 13 de septiembre de 2017
A esta España interesadamente destaurinizada se le ha muerto Dámaso González, un torero fundamental del siglo XX. A los amigos, entre los que me encuentro, y principalmente a su mujer, Feli, la pasión de su vida, a sus hijos y a su nieto, Tristán, por el que el abuelo se deshacía, se nos ha muerto, se les ha muerto, un ser humano descomunal, desprendido y generoso. El mejor padre, un marido enamorado (nunca se me olvidará como miraba a su mujer, como necesitaba a su mujer), un abuelo entregado, un amigo fiel, un compañero ejemplar y un pedazo de torero.
Dámaso González era tan grande como persona y como torero, que, como decía su mano derecha Pepe Huertas, no sabía ni quien era. Dámaso, “Damaso” sin acento como le llamaba el pueblo, fue un torero de época y un hombre de esos que pare un país cada 50 años.
Decía Belmonte que se torea como se es. Y por eso el toreo de Dámaso era claro, transparente, sin engaños, y transmitía verdad y entrega, como era él como persona. Dámaso conocía el toro y sus terrenos como nadie. Por eso se hizo con ellos y era capaz de hacer embestir hasta los toros íberos de piedra de Guisando. Dámaso, muletero excepcional, capotero de trámite, les daba lo primero su distancia. Fue de los pioneros en citar a los toros de lejos, con la muleta planchada, y una vez que llegaban a su jurisdicción los paraba como pocos, los traía toreados, con un temple desconocido hasta la fecha, por lo que pasó a ser llamado el “Rey del temple”. Y luego remataba el pase dos metros más allá de esa su figura enjuta y plantada, para enjaretarle la siguiente tanda de muletazos.
Una vez dominado, acortaba los terrenos, hasta meterse literalmente entre los pitones, y citarle con ambos muslos. Péndulos, circulares por delante e invertidos, hacían de su toreo puro trapecio sin red. Pero nunca tenías la impresión de miedo o de cornada. Ese es el valor más sereno, más sincero, ese que pasa desapercibido. Dámaso disfrutaba entre los pitones y condensaba el paso del tiempo. Una vez me dijo: “a mi toreando me pasa lo que a ti estudiando, que miramos el reloj y ha transcurrido el tiempo sin darnos cuenta”.
A Dámaso que salió del pueblo y se lo debía todo al pueblo, le importaba siempre que el espectador no se sintiera estafado. Por eso nunca defraudaba. Era un estajovanista del toreo, un trabajador enamorado de su oficio. Desanudaba su corbata y ponía en marcha el motor de su entrega. Insisto, con un conocimiento enciclopédico del toro, de sus terrenos y del tiempo, como pocos he visto.
La misma crítica que le cuestionaba su estética, su indumentaria, su postura en escuadra al citar a los toros, esa misma que tanto le dinero le quitó de ganar, terminó, como era de esperar, rindiéndose a su poderío y a la verdad de su toreo. Los Navalones, Molés o Marivís, luego le trataron de maestro.
Ese público de Madrid que le esperaba para contarle los pases, ese tendido siete o andanada del ocho que bostezaba como pose revolucionaria ante su toreo, terminó de pie aclamando sus dos salidas a hombros en Las Ventas en 1979 al cortarle las dos orejas a un toro de La Laguna, y en San Isidro de 1981 a los de Álvaro Domecq. Pero su victoria incontestable fue en 1993 ante un toro de Conde de la Corte, y luego ante otro de Samuel Flores, cuyas cornamentas y alzada superaban el enjuto cuerpo de Dámaso, mientras su muleta los metía en el canasto, y aquella masa que antes le criticaba ahora se ponía en pie al grito de “eres el más honrado”.
Ese fue el Dámaso torero. El inventor del toreo moderno que decía el maestro Joaquín Vidal. Torero de toreros. Espejo de generaciones. Compañero fiel de una generación inolvidable de los Paquirri, Manzanares, Capea, Miguel Márquez o Ruiz Miguel. Irrepetible.
Si el torero Dámaso ya es leyenda, la persona Dámaso es un mito para su ciudad, Albacete, y para los que tuvimos el regalo de conocerle, quererle y admirarle. Estos dos últimos años a raíz de impulsar su estatua levantada por el pueblo de Albacete me regalo su amistad y confianza. Y digo confianza porque no olvidaré su última estancia en Las Ventas de Madrid en una conferencia de la prestigiosa peña de “Los de José y Juan”, donde me regaló un previo y largo desayuno mano a mano en el que me abrió su corazón de oro y algunas confidencias de amigo, que dicen los suyos media mucho a quien las entregaba.
He podido conocer de cerca a uno de mis héroes de la infancia y juventud, me ha abierto la puerta de su casa y la confianza de su familia, especialmente de su mujer Feli. No se puede entender el figurón del toreo y de la vida que ha sido Dámaso sin conocer la importancia que en su vida ya apagada tuvo Feli Tarruella, esposa, compañera y madre de cuatro hijos. Esa joven abuela que ahora tendrá que contar a su nieto Tristán quien fue el abuelo Dámaso, leyenda del toreo y de lo humano. A ese mismo Tristán que Feli cogía de bebé en sus brazos para ver torear al abuelo, mientras el nieto asombrado le llamaba “Lelo, Lelo”.
En mi libro “De frente, en corto y por derecho”, un ensayo sobre los valores del toreo para liderar la vida o la empresa, analizo la figura de Dámaso. Para mí, Dámaso representa el valor de la entrega absoluta y la actitud por encima del resultado. Una vez me dijo: “Galiacho, si el toro no me embestía, yo embestía”. Dámaso era todo actitud en la vida y en la plaza. Por eso llegaba a los aficionados y las gentes. Porque no ahorraba nada. No se quedaba nada. Lo entregaba todo. Con la familia, con los amigos, con la profesión y por la profesión, y en la cercanía con los demás. Los toros y la vida le pegaron muchas cornadas, pero él siempre se levantaba como si nada.
Te llevo en mi alma y en mi corazón. Hasta siempre amigo, Maestro. D.E.P. #DamasoGonzález #HoyVaPorTi pic.twitter.com/e0tBUC0BqJ
— Enrique Ponce (@EPonceOficial) August 26, 2017
En la presentación de mi libro en Las Ventas que me honró con su presencia e intervención en el acto, dijo una cosa que me impresionó y que dice todo sobre como era su carácter: “yo he luchado por lo que quería y, poco a poco, fui así consiguiendo mi sueño de ser torero, pero si hubiese luchado por ser mecánico creo que también lo hubiese conseguido», dijo.
Como persona inteligente era humilde y sencillo. A él le gustaba decir que “nunca eres más que nadie cuando triunfas, pero no dejes que nadie te pise cuando te van mal las cosas”.
Nunca olvidó Dámaso de donde venía, y lo que le costó al hijo del lechero ser figurón del toreo. Por eso ayudó tanto al que lo necesitó. Fue encomiable su entrega por los más desfavorecidos, organizando festivales para los pobres del Cotolengo de Albacete o toreando gratis las corridas de Asprona, entidad de personas con discapacidad de su ciudad.
Ayudó desde el mensaje evangélico que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Hizo mucho bien en silencio, sin pedir nada a cambio, y todo el que se le acercaba tenía de él, una sonrisa, un abrazo o una buena palabra.
Quien quiera acercarse a la descomunal figura profesional y humana de Dámaso que visualice el pregón de la Feria taurina de Albacete 2016 y coja papel y lápiz porque, como si nada, como era su toreo, hace una faena redonda de humanismo cristiano.
Desde su agradecimiento a la Virgen de los Llanos y a su mujer que le salvaron la vida en aquel percance que en su finca a punto estuvo de morir , el reconocimiento a la figura de su padre (“no pasa un día sin que le recuerde”), a sus hermanos, a su cuadrilla, a los primeros tiempos de las capeas de carros y galeras compartiendo penas y triunfos con los becerristas (el recuerdo a Angelete, muerto luego en un pueblo de Murcia, emociona), a la familia de Yuncos en Toledo que le acogieron en su casa después de un cornalón), a aquel viejo de Borox, el pueblo de Domingo Ortega, que le vaticinó que si bebía de aquella fuente sería figura, al zapatero que le cosió con cordones la herida. Dámaso era feliz contando el inicio, el camino duro hasta la fama. Dámaso no disfrutaba de la gloria, disfrutaba relatando el camino de dificultades, de gestos de compañerismo y humanismo, hasta que el célebre apoderado Pepe Cámara le hizo figura.
Fue encomiable su entrega por los más desfavorecidos, organizando festivales para los pobres del Cotolengo de Albacete o toreando gratis las corridas de Asprona, entidad de personas con discapacidad de su ciudad
Dámaso González hizo de su vida, sin jactancia, sin darse importancia, como era él, una obra de arte de humanidad. Nada del otro le fue ajeno. Por eso ahora descansa en el lugar reservado a los elegidos. En ese sitio que su vida profesional como torero y como ser humano descomunal ha merecido para la eternidad. Yo lo tengo situado en mi galería particular de héroes. Y ante mis dificultades o interrogantes diarios, confieso que me pregunto qué haría Dámaso González ante esta situación o reto. Imitándole, como haría él en la plaza, me desanudo la corbata, con un leve toque la derecha, y me voy con la muleta planchada, citando en frente, en corto y por derecho a por el toro de la vida. A lo Dámaso, con actitud, actitud, y actitud.
Gracias Dámaso por el regalo de tu amistad, por el ejemplo de humanidad y de dignidad que has legado a este tiempo, tan necesitado de hombres que se vistan por los pies, como hiciste tú como buen torero del toro y de la vida. Que la Virgen de Los Llanos te tenga de primero en su cuadrilla para echarnos un capote en estos tiempos tan difíciles y que ayudes a los tuyos a encontrar esa serenidad y el ánimo necesario para seguir adelante, sin tu presencia, en este ruedo de la vida.