Hilda García | 24 de julio de 2017
Nunca llueve a gusto de todos. Demostrado queda tras la polémica que ha suscitado la última decisión de la Real Academia Española: aceptar la forma “iros” como imperativo de la segunda persona del plural del verbo “ir” (por ejemplo, “si tenéis prisa, iros ya”). Si bien es preferible la forma culta “idos”, la RAE permite ahora la conversión rótica de la “d”, es decir, su transformación en “r”.
Nada más saltar la noticia, se desató la siempre estéril controversia entre los “puristas”, férreos guardianes del lenguaje, y los “todovalistas”, más partidarios de adaptar nuestro idioma a la natural evolución que su uso cotidiano vaya marcando.
Es cierto que a nadie se le escapa el escaso empleo que la forma culta “idos” tenía tanto en la calle como en la literatura. Dicho de otro modo, y en un registro más popular -que parece que es lo que está de moda-: no nos engañemos, nadie decía “idos”.
A ello se une, además, la connotación peyorativa que tiene este vocablo cuando se refiere al plural del adjetivo “ido”, que, como bien es sabido, significa “falto de juicio”.
En palabras del propio director de la RAE, Darío Villanueva, el cambio venía siendo demandado desde hace tiempo y en él «han tenido mucho protagonismo los escritores de creación, sobre todo los novelistas».
Es innegable que, en este caso, la medida de la Real Academia Española no parece demasiado ‘traumática’, pero no olvidemos que abrir la mano en demasía tiene sus riesgos. Una inofensiva gota de agua puede resultar imperceptible pero, si no cerramos bien el grifo, con el tiempo se nos inundará la casa.
La misión de esta institución, que tiene ya más de tres siglos de historia, es “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. Al menos, así rezan sus estatutos.La RAE acaba de aceptar iros, tras mucho debate, pues nadie decía idos o íos. Ya se puede usar sin complejos. Será oficial en otoño.
— Arturo Pérez-Reverte (@perezreverte) July 16, 2017
No cabe duda de que la RAE no puede dar la espalda a la realidad de la vida política, social y cultural española. No obstante, una excesiva permisividad puede poner en peligro la esencia de nuestro maltrecho idioma.
Dando por bueno que decisiones como esta responden al propósito de que las normas de la Academia se adapten al lenguaje de la calle, nos asalta una duda: ¿no debería ser al contrario? ¿No tendrían los hispanohablantes que amoldarse a las normas de la RAE y respetarlas? La ley, sea cual sea su carácter y naturaleza, está para cumplirla.
Sabemos que las comparaciones son odiosas, pero imaginemos este supuesto llevado al ámbito del derecho penal, por ejemplo. Consideraciones morales aparte, está claro que no podemos “disponer de lo ajeno”, porque es un delito tipificado y sancionado en el Código Penal. Dado que, por desgracia, la corrupción es una práctica muy extendida en la actualidad, ¿debería el legislador despenalizarla para adaptarse a la evolución de la sociedad? Es evidente que resultaría descabellado -aunque algunos de nuestros políticos lo celebrarían-.
¿Iros o Idos? . Una controvertida decisión de la RAE que demuestra que la lengua es algo vivo
Ironías aparte, en este mundo al revés en el que vivimos, ya se siente el tacto del guante de seda de la Academia en su Diccionario de la lengua española, que incorpora vulgarismos -que más bien son barbarismos– como “almóndiga”, “descambiar”, “palabro”, “mismamente”, “toballa” o el que se lleva la palma: “asín”.
Por ello, una vez aceptado “iros”, nos preguntamos si el siguiente paso será admitir los participios terminados en “ao” (olvidao, mirao). ¿O quizá la odiosa “s” final en las formas del pretérito indefinido de la segunda persona del singular, como “dijistes” o “estuvistes”? Nos duelen los ojos –y los oídos- solo de pensarlo.
Esperemos que no sea la calle la que marque la pauta. Máxime, en un país cuya asignatura pendiente es la ortografía. Admitimos que el español no está exento de dificultades, como es el caso de la “b” y la “v” o de la «ll» y la «y», que actualmente se pronuncian igual, o de la “h” que, por ser muda, actúa con “alevosía”. Sin embargo, tenemos la suerte de que nuestra lengua se escribe tal y como suena, salvo algunas excepciones (como los dígrafos “gue” o “que”, en los que no se pronuncia la “u”), un hecho que facilita la grafía. Si ponemos un poco de nuestra parte, no puede ser tan difícil.
Por favor, insistamos más en la corrección lingüística en los diferentes ámbitos: en la escuela, en la universidad, en casa, en los medios de comunicación… En todos ellos se detectan errores con mucha frecuencia. Errores que convendría subsanar, no “maquillar” aceptando términos insólitos, por mucho que sean de uso común.
Hagamos nuestra la reflexión del gran maestro Fernando Lázaro Carreter: “Escribo contra el uso ignorante de nuestro idioma, porque el español pertenece a muchos millones de seres que no son españoles, porque es nuestro patrimonio común más consistente y porque si se rompe, todos quedaremos rotos y sin la fuerza que algún día podemos tener juntos”.
Las últimas modificaciones de la RAE, como la supresión de la tilde en el adverbio “solo” o en los pronombres demostrativos “este, ese y aquel”, no han tenido una gran acogida y son muchos los que han decidido ignorarlas. Parece, pues, que la Academia reina, pero no gobierna.
Incoherencias con el lenguaje . Cuando la corrección política derrota a la gramática
En la era de las redes sociales y del Whatsapp, nuestro idioma está desprotegido, acorralado por abreviaturas imposibles, invadido por anglicismos y reducido a la mínima expresión. Señores académicos, hoy, más que nunca, deberíamos tener presente el lema de la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor”. ¿Para qué, si no, la fundó el ilustre Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga? Si la RAE no cuida nuestra lengua, ¿quién la va a defender?
En definitiva, se trata tan solo de clarificar cuál es el papel de la RAE en esta causa: mero testigo que da fe de cómo se habla o juez que dicta sentencia de cómo se debería hablar. Así de simple. Y es que algunos albergamos el quijotesco anhelo de que la RAE siga reinando pero, además, también gobierne.