Andrea Reyes de Prado | 15 de julio de 2018
Es todo un pequeño suceso extraordinario que un artista como Rembrandt, que llegó a convertirse en uno de los más grandes de su país (los Países Bajos), de su continente y de toda la historia del arte, transmita en sus autorretratos la mayor de las humildades. Parecer embriagado por la austeridad y la calma cuando, al otro lado del estudio, encargos, viajes y fama golpeaban constantemente la puerta.
Rembrandt van Rijn, the world-famous artist from the Dutch Golden Age, did not shy away from experimenting. Here the light glances along his right cheek, while the rest of his face is veiled in shadow. https://t.co/fENVKeImZ7 #GoingDutch #rembrandt pic.twitter.com/9oROOveah2
— Rijksmuseum (@rijksmuseum) November 23, 2017
Cuán lejos parecía estar, en el refugio del óleo, su mirada de todo aquello. El caos familiar (nació tras ocho hermanos en una próspera familia holandesa), el breve pero intenso aprendizaje en Ámsterdam con el célebre pintor Pieter Lastman, la precoz inauguración de su propio estudio en Leiden junto a su amigo Jan Lievens. Los primeros encargos desde la corte de La Haya, el traslado a la capital, en pleno auge económico. La Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632), una de sus grandes creaciones. El amor por su prima Saskia y su matrimonio en 1634. El fallecimiento de sus tres primeros hijos y la pérdida de ella a comienzos de la década de los cuarenta. La ronda de noche (1642), otra de sus grandes obras, encargo del Ayuntamiento de Ámsterdam que hoy exhibe con orgullo el Rijksmuseum. Las dificultades económicas, su amante Hendrickje, la muerte de esta y de Tito (único hijo de Saskia que sobrevivió), en 1662 y 1668. Su vida por encima de sus posibilidades.
412 años se cumplen en julio de 2018 del nacimiento de Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1606-1669), un hombre que desde muy joven se entregó a la pintura, al dibujo y al grabado y que a lo largo de su frenética y exitosa carrera buceó por el mundo bíblico, la mitología, el paisaje o la retratística con gran talento y una hermosa ambición: dotar de vida a lo inerte y bidimensional. El claroscuro definió su periplo tanto personal como artístico, marcado por altibajos, un carácter retraído y una madurez profesional que creció tanto en técnica como en humanidad: cuanto más se torcía su privacidad, más se alzaba su publicidad. Viajando desde pinturas como El pintor en su estudio (1629) o El rapto de Europa (1633) hacia Los síndicos de los pañeros (1652) o el hermoso retrato de su hijo Tito vestido como un monje (1660), se aprecia un ligero pero tenaz florecimiento del espíritu de los personajes representados. Dejó salir de sí la empatía, y esta, poco a poco, fue invadiendo todas sus obras.
Lo extrovertido y expresivo de sus inicios dio paso a una serenidad cauta, elegante, que pretendía sustituir la emoción visible por un sentimiento más profundo. Colores más intensos y pinceladas más seguras acompañaban ese camino hacia la exaltación del silencio. Todo aquello que de otros fue recogiendo (Caravaggio, Tiziano, Rubens) lo fusionó en una misma voz, nacida de una mente sensible y privilegiada que, pese a su esfuerzo innovador, nunca se movió de su tierra, Holanda, ni de su posición social, ni tampoco podría haber huido nunca del estilo que dominó su época: el barroco. Aligeró el peso del detallismo afanoso y suavizó las formas, sin abandonar ese contraste entre luz y sombras que siempre lo persiguió.
#TalDíaComoHoy de 1606 nacía #Rembrandt, maestro del barroco holandés. "Judit en el banquete de Holofernes" pic.twitter.com/6aelpPtGsz
— Museo del Prado (@museodelprado) July 15, 2016
Extraer con delicadeza y fuerza el alma de quienes pasaban por su prisma y por sus pinceles fue su misión. Lograr con todo aquello a lo que miraba lo que con tanta soltura conseguía con sí mismo: llegar hasta la esencia misma del ser humano y de su circunstancia. Llegar hasta la esencia misma del exterior como de memoria sabía la definición precisa de su interior; tras el ruido y la oscuridad de la vida, la limpia y honesta mirada de un hombre que siempre tuvo claro a quién pertenecía: al Arte.