Juan Orellana | 19 de marzo de 2017
Juan Orellana: El tema del genocidio armenio no ha tenido demasiado reflejo en el cine, ¿a qué cree que se debe?
Robert Guédiguian: En primer lugar, porque durante mucho tiempo los armenios no han tenido país, han carecido de Estado; estaba la pequeña Armenia soviética, había armenios en la diáspora, por aquí y por allá –recordemos América, América de Elia Kazan, Ararat de Atom Egoyan. Yo también hice una película antes, Le voyage en Arménie… Pero no ha habido una producción “nacional” que cuente su propia historia. Y la segunda razón es que el genocidio ocurrió solo en Turquía y, al contrario de la Soah, no ha tenido una repercusión mundial. La Soah ha sido objeto de centenares de películas. Además, el genocidio armenio ocurrió en una época en la que los testimonios gráficos y visuales eran mucho menos frecuentes que ahora. Pensemos en todo lo que nos ha quedado de la Segunda Guerra Mundial y que ha marcado nuestra conciencia. Del genocidio armenio no deben quedar más de 50 fotografías.
J.O.: En su película, queda claro que el terrorismo buscaba dar a conocer el genocidio a la opinión pública mundial. Pero los atentados generaron un obvio rechazo a la causa armenia. En realidad, ese trabajo parece haberlo hecho mucho mejor el cine.
R.G.: Estoy de acuerdo. El cine es más eficaz. Pero actualmente. No antes. La lucha armada de los años ochenta, cuando se la mira retrospectivamente, hay que reconocer que sí despertó la conciencia mundial. Tengo amigos que participaron en ella. Yo no. Pero creo que, si no hubiera ocurrido lo de los ochenta, ya no se hubiera hablado más del genocidio armenio. Es lo que dicen los terroristas de la película. “En 60 años no ha ocurrido nada. Nadie habla de nosotros. Es necesario actuar”.
La lucha armada de los años ochenta, cuando se la mira retrospectivamente, hay que reconocer que sí despertó la conciencia mundial
J.O.: ¿Está justificando el terrorismo? En su película, en el personaje de Aram, no está claro el arrepentimiento. En los procesos terroristas como el armenio o el de ETA, ¿cree que es posible la reconstrucción sin arrepentimiento?
R.G.: Creo mucho en el arrepentimiento y el perdón. Pienso que es la única solución. Si queremos parar esto definitivamente y empezar de cero, hay que pedir perdón a las víctimas y las víctimas deberían perdonar. Y, después de este intercambio de perdón, en ese orden -primero pedir perdón y luego perdonar-, entonces se puede empezar a construir. Sin esto, es insoportable, la situación te vuelve loco. Que Turquía no reconozca el genocidio es algo que desespera a los armenios. Si mañana Erdogan reconociera el genocidio y dijera “venid, volved, abrimos las iglesias vuestras como bienes públicos,” esto se arreglaría y los armenios volverían poco a poco a Turquía con naturalidad, al principio como turistas y visitantes.
J.O.: En sus películas siempre hay tramas de perdón, de reconciliación, de solidaridad. Estas ¿qué raíces tienen en usted, marxistas o cristianas?
R.G.: Hay un lugar donde para mí ambas cosas se unen. Para mí son dos formas de creer en la humanidad. El deseo de una humanidad feliz, reconciliada. Son dos formas de mesianismo.
Creo mucho en el arrepentimiento y el perdón. Pienso que es la única solución. Si queremos parar esto definitivamente y empezar de cero, hay que pedir perdón a las víctimas y las víctimas deberían perdonar
J.O.: ¿Es usted un utópico?
R.G.: Sí, pero solo en un cierto sentido. Hay una expresión en Francia que dice que la utopía es la realidad del mañana. Para mí la utopía no es algo que nunca va a existir. Es una previsión, por tanto, de algo que llegará. En ese sentido sí soy utópico.
J.O.: ¿Con qué personaje del film se identifica más Robert Guédiguian? ¿Con los padres de Aram, con el joven ciclista, con Aram?
R.G.: Con la madre de Aram. Porque busca. Siempre intenta entender con el corazón, aunque esté llena de dudas. Intenta unir, que la gente vuelva a encontrarse. Quiere ser la madre de todos. Es la superación de las contradicciones.
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