José Francisco Serrano Oceja | 16 de diciembre de 2018
El filósofo Étienne Gilson decía que “todo el mundo es realista en algo”. Y si la filosofía consiste en el “conocimiento real de lo que en verdad es”, quizá tendría que añadir que ese realismo, que se puede oscurecer a lo largo de la vida, se impone cuando llega la muerte. Y la muerte le ha llegado a uno de los grandes pensadores cristianos de nuestro tiempo, el profesor Robert Spaemann (1927-2018). Nacido en Berlín el 5 de mayo de 1927, estudió en Colonia, Múnich, Friburgo y París. El pensamiento filosófico contemporáneo no se entendería sin su pasión por la verdad.
Ya sé que hablar de Spaemann después de algunas declaraciones suyas sobre la Amoris Laetitia puede provocar algún rictus. Pero de lo que se trata aquí es de recodar a uno de los pensadores más lúcidos y profundos de nuestro tiempo. A un hombre que contribuyó a reivindicar el ejercicio de la razón y el encuentro con la fe, dos formas de conocimiento compatibles, que se dan la mano en la experiencia.
El pasado día 10 de diciembre entregó su alma a Dios y seguro habrá descansado en su regazo de amor eterno que con tanta pasión, y razón, glosó en una de sus últimas obras, los comentarios a los Salmos, esas preciosas Meditaciones editadas en España por la BAC.
Tenemos la suerte de contar en español con muchas de las obras del profesor Spaemann. Quisiera no olvidar su autobiografía dialogada, Sobre Dios y el mundo, editada por Palabra. A Spaemann le encajan como anillo al dedo las palabras de Goethe: “Quien filosofa no está de acuerdo con las ideas de su tiempo”. Quizá a Spaemann se le conozca por su propuesta ética, digamos, de última hora, por sus reflexiones en los grandes diarios alemanes, incluso por algunos coloquios públicos no ausentes de polémicas, entre otros, con Jürgen Habermas, Peter Sloterdijk y Peter Singer. Ahí es nada. En cierto sentido, se podría decir que Robert Spaemann fue un filósofo al compás de la carga teológica del pontificado de Benedicto XVI, con quien, por cierto, mantenía amistad y frecuente relación.
Pero debemos arrancar desde su trayectoria inicial. Con su Reflexión y espontaneidad (1963), se enfrentó a la cuestión del concepto de naturaleza, en diálogo con François Fénelon y Jacques-Bénigne Bossuet. La naturaleza del ser humano, la naturaleza del amor de Dios y la naturaleza del corazón del hombre que busca la felicidad. Y, como buen alemán y como buen olfateador de tendencias en la historia, el pensamiento sobre la naturaleza lo llevó a la raíz teológica de la naturaleza con su reflexión sobre Rousseau: ciudadano sin patria, donde plantea, entre otras cuestiones, el olvido del telos, el concepto del fin, sin el cual no se puede entender el concepto de origen, de inicio.
Más adelante, junto con Reinhard Löw, publicó un importante estudio con el título Historia y redescubrimiento del pensamiento teleológico (1981). Al cabo de unos años, entregó su Felicidad y benevolencia (1989), la que pudiéramos denominar su gran obra dedicada a la ética. Un libro de referencia para generaciones de profesores y estudiosos de la ética. Un título que hay que conectar con su posterior Persona (1996).
Por cierto, que no debemos olvidar en esta necrológica uno de su libros más vendidos, El rumor inmortal, sobre la cuestión de Dios y la ilusión de la Modernidad, o la respuesta a la pregunta sobre si es posible una filosofía de la religión en un mundo descreído.
Robert Spaemann tuvo siempre un compromiso insobornable con la verdad. Como ha escrito su traductor español, el profesor Fernando Simón Yarza, con motivo del fallecimiento del pensador alemán, “como joven bachiller durante la tiranía nazi, comprendió cuál es la forma que adopta la conciencia de la verdad frente a una presión exterior abrumadora, que da por buena la injusticia y amenaza a quien osa cuestionarla. La experiencia de verse en ocasiones ‘solo en la verdad’, le exigió refugiarse en el hombre interior en medio de la presión, una actitud que le acostumbró a afrontar las modas dominantes con escepticismo e ironía. Al mismo tiempo, sin embargo, semejante experiencia lo dotó de una fina sensibilidad y apertura para apreciar cualquier signo de verdad, bien y belleza en el mundo”.
Descanse en paz quien amó la verdad y, en la verdad, a quien dijo un día “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.