Juan Cantavella | 24 de julio de 2017
La filosofía siempre ha venido en ayuda de las personas cuando se hacen las grandes preguntas que surgen de las preocupaciones más esenciales e íntimas. Respuestas hay para todas las tendencias y líneas de pensamiento, porque son siglos de reflexiones, discusiones y movimientos que avanzan y retroceden, según se mire. Al hilo de la crisis de valores que se pone de relieve en la sociedad actual, el padre Johan Leuridan repasa en su libro El sentido de las dimensiones éticas de la vida las soluciones que se han dado a lo largo de la historia.
¿Cuáles son los problemas que se observan en nuestra sociedad, a poco que se abran los ojos? Lo que el padre Leuridan denomina la cultura de la vulgaridad y que se resume en sus manifestaciones más llamativas. En primer lugar, se ha entronizado el individualismo, donde no se admiten mandamientos ni obligaciones absolutas, como señala el posmoderno Gilles Lipovetsky. Hay una búsqueda desaforada de la buena vida, que solo está limitada por la exigencia de la tolerancia, que puede expresarse como indiferencia.
Algunos autores señalan cómo se maligniza lo bueno, lo que siempre se ha tenido por tal: “La filosofía posmoderna dedica toda su energía a la búsqueda de errores, a describir la oscuridad de la vida, a halagar el sinsentido, a declarar sospechoso o a anular todo bien que aparece”. Como no se percibe una diferencia entre moral e inmoral, hemos caído en una sociedad amoral, donde la envidia es admisible. De ahí se deduce que debes desear lo que tienen los demás y, si no lo consigues por las buenas, se acepta como lícito el apoderarse de ello por cualquier vía.
No es la razón la que dicta las normas éticas, sino las emociones, que ocupan un lugar predominante, y muchas veces se habla de ellas en términos terapéuticos. ¿Qué queda de la indignación si se la reduce a una molestia interna que puede perjudicar la salud? “No existe culpa y tampoco sanción. La terapia elimina los valores de sacrificio, disciplina, solidaridad y altruismo. La neutralidad de las emociones es una característica de la cultura de la vulgaridad que separa el sentido de los comportamientos del valor de los fines”.
Contra lo que debería suceder, muchos de los líderes políticos y culturales los podemos ver como manifestación de esa sociedad sin valores éticos. Lo que consigue la crisis de los primeros es que pierdan credibilidad las instituciones del Estado y eso pone en peligro la libertad de las personas. Lo que transmiten muchos cantantes y actores es violencia y una vida privada escandalosa. Determinadas composiciones musicales incitan a comportamientos destructivos, como son el aislamiento, la depresión, la promiscuidad, el consumo de alcohol o drogas.
El periodista tiene ante sí una tarea ineludible para mostrarnos lo que ocurre en el mundo e incitarnos a la reflexión sobre la realidad, pero en muchas ocasiones nos lleva a la trivialización y a la creación de una realidad artificial, donde el hambre y la violencia ocupan apenas unos segundos para ser tapados a continuación con imágenes seductoras, de lujo y abundancia. Muchas veces, las grandes cadenas achacan a los espectadores unas determinadas preferencias pero, a juicio de Giovanni Sartori, es puro cinismo, porque se descarga sobre el público la responsabilidad que corresponde a los medios.
Este análisis de lo que está ocurriendo en el mundo no es sino el punto de partida para examinar las aportaciones filosóficas y éticas que se han ofrecido a lo largo de la Historia. El padre Leuridan, miembro de la orden dominica y decano de la Facultad de Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres (Perú), repasa en su libro El sentido de las dimensiones éticas de la vida las principales ideas que se han manejado desde Aristóteles a los pensadores de la posmodernidad. Reflexiona sobre la filosofía como cura ante la crisis de valores, pero sobre todo presenta sus propias reflexiones ante lo que observamos. El misterio del amor, la vida de la fe y la ética cristiana son incitaciones personales que pueden dar mucho juego en el momento presente.
Entre sus conclusiones, se encuentra esta: “La vida virtuosa es una decisión libre de cada persona. Una sociedad necesita líderes honestos en su vida privada (…). El método para lograr la persona virtuosa es la ejemplaridad de quienes nos rodean en la familia, lugar prioritario y privilegiado para construir la relación humana; en los docentes de los centros educativos que comunican la verdad y los ideales de la vida; y en los líderes de la sociedad que deben promover el bienestar material y los grandes valores, dando el ejemplo personal”.