José Ignacio Wert Moreno | 03 de marzo de 2019
“Verosimilitud”. Richard Donner enmarcó esa palabra en su despacho durante todo el proceso de producción de Superman (1978). Quizá estuviera ahí la clave. El director, que llegó a la película tras el éxito de La Profecía (The Omen, 1976) y tras ser descartados, por distintos motivos, desde el bondiano Guy Hamilton hasta Steven Spielberg, consiguió la excelencia en un proyecto que tenía todas las papeletas para ser un monumento al kitsch. Por el camino se quedó su armonía con el estrambótico productor Alexander Salkind, que lo despidió del rodaje de la segunda parte –las dos películas iban a rodarse consecutivamente- y lo sustituyó por Richard Lester.
Hasta entonces, la relación entre las dos principales artes surgidas en el siglo XX, el cine y el cómic, había fracasado en el intento de empastar en algo coherente. Véanse, si no, los distintos seriales televisivos que habían protagonizado los superhéroes, con el Batman de los años 60 como principal exponente.
Se necesitan superhéroes . Un recorrido por los personajes que marcaron nuestra infancia
Como cada película exitosa, Superman debe buena parte del triunfo a un magnífico guion. El autor de El Padrino, Mario Puzo, metido en la túrmix con el matrimonio formado por David y Leslie Newman y con Robert Benton, a un año de ganar el Óscar por Kramer contra Kramer (1979). Guionistas de la desopilante ¿Qué me pasa, doctor? (What’s up, doc?, Peter Bogdanovich, 1972) –cuya huella se nota en las secuencias con los villanos-, David Newman y Benton habían escrito el musical It’s a bird…it’s a plane…it’s Superman, basado también en el personaje creado por Joe Shuster y Jerry Siegel. Todos tenían ideas distintas sobre el filme en el que estaban trabajando. Fue fundamental, aquí, la intervención de Tom Mankiewicz, que aparece en los créditos como “consultor creativo”, pero al que se le atribuye buena parte del mérito del guion.
La apuesta, vista hoy, no podía resultar más arriesgada. Superman, tal cual lo concebimos, volando con el traje y la capa, no aparece hasta que se llevan consumidos alrededor de 45 minutos de metraje (se dice que los niños, impacientes por naturaleza, aplaudían en el cine, emocionados de tener por fin ante sí lo que habían ido a ver). Hasta entonces, hay que pasar por unas poderosas secuencias en el planeta Krypton, en las que Marlon Brando se gana el estratosférico sueldo que se embolsó por un papel secundario que abre los créditos por delante de los auténticos protagonistas. Y, sobre todo, por un maravilloso tramo ambientado en Smalville, la ficticia localidad terrestre en la que el chaval venido de otro planeta tiene que aprender a pasar inadvertido.
Se le conoce como Clark Kent, Kal-El o el Hombre de Acero. El superhéroe más grande del mundo es, ante todo, un protector del inocente.
— DC Comics MX (@DCcomicsMX) January 17, 2019
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Eso da pie a un diálogo memorable con Jonathan, el “padre terráqueo”, al que da vida un Glenn Ford excelso. Su muerte, a continuación, es el auténtico detonante del relato. “Tanto que puedo hacer con todos mis poderes y no he sido capaz de salvarle”. La llegada del personaje al Daily Planet –en realidad, el Daily News, cuyo hall de entrada permanece hoy igual que en ese otro diálogo para el recuerdo en el que Clark Kent confiesa haber vivido un día “divino”- es de antología. Por no hablar de la presentación del personaje de Lex Luthor. La interpretación de Gene Hackman es excelente. La ironía que imprime a su psicópata rol hacía complicado percibir que se trataba de un villano en toda regla.
El “nudo” de la película aprovecha para sacar todo el partido al personaje, que es puesto a resolver distintos problemas en la ciudad de Metrópolis (Nueva York) para desesperación de un Luthor que teme que se vaya al traste su plan de desviar unos misiles del Ejército para provocar un terremoto en la falla de San Andrés (California), que convertirá en costeros unos terrenos que posee. Superman es aquí hija de su tiempo, porque confía su clímax dramático a un terremoto, en la mejor tradición del “cine de catástrofes” que hizo furor en las taquillas en la década de 1970.
Todos los elementos se dieron la mano para configurar una obra maestra –sí- del entretenimiento. El vestuario de Yvonne Blake homenajea al cómic sin caer en el ridículo. La fotografía de Geoffrey Unsworth resulta luminosa, pero sin estridencias. La música de John Williams merece capítulo aparte. No es ya la mítica fanfarria que identificaría para siempre a un personaje que, para entonces, ya tenía cuarenta años de vuelo. Es también, por ejemplo, el tema de amor, uno de los más bonitos que jamás haya compuesto el más conocido de los autores de música cinematográfica. El álbum completo merece una atenta audición.
El reparto está muy entonado. Pero sería injusto no destacar a Christopher Reeve. El actor se impuso a rostros más conocidos. Fue una opción magnífica para el público pero envenenada para él, que quedaría algo encasillado en el personaje. Ya saben lo que puso Quentin Tarantino en boca de su Bill sobre la dicotomía Clark Kent/Superman. Reeve dio sentido al verbo “encarnar” aplicado a la interpretación. Comentando una vez el filme con el crítico y periodista Juan Manuel González, convinimos en que la secuencia en la que está a punto de confesarle a Lois su auténtica personalidad debería estudiarse en las escuelas de actores. ¡Cómo pasa de uno a otro cambiando la postura de los hombros! Para Kent, se basó en el Cary Grant de La fiera de mi niña (Bringing up, baby, Howard Hawks, 1938).
La película fue un gran éxito de taquilla. Reeve protagonizaría tres secuelas, de calidad decreciente. El personaje intentó reverdecer laureles en la gran pantalla con la incomprendida Superman Returns (Bryan Singer, 2006). Luego, a raíz de El hombre de acero (Man of steel, Zack Snyder, 2013) se pasea, con cara de Henry Cavill, por eso que se ha dado en llamar “Universo Cinematográfico DC”. La Academia solo le dio un premio especial por sus revolucionarios efectos visuales (“Usted creerá que un hombre puede volar”). En la edición de los Oscar 2019, Black Panther se coló entre las finalistas a la Mejor Película y obtuvo tres estatuillas. Lex Luthor no habría sido tan retorcido.