Juan Orellana | 17 de octubre de 2016
El director judío norteamericano Ira Sachs, activista gay, que aprovechó su anterior film (El amor es extraño, 2014) para acusar a la Iglesia de homofobia, vuelve a Nueva York para ambientar su última película. Ahora nos lleva al barrio de Brooklyn para contarnos una historia tan fresca como inquietante.
Jack (Theo Taplitz) y Tony (Michael Barbieri) son dos chavales de trece años que se hacen muy buenos amigos. El primero quiere ser pintor y el segundo actor. Su amistad transcurre por caminos de felicidad cuando ocurre algo que les va a afectar directamente: el padre de Jack, Brian (Greg Kinnear), dueño del edificio donde la madre de Tony, Leonor (Paulina García), tiene una tienda de moda, se ve obligado a triplicarle el precio del alquiler. El argumento se inspira en un suceso real ocurrido en la vida de Mauricio Zacharias –coguionista del film y guionista de El amor es extraño-.
La película describe exquisitamente unas relaciones humanas que se van complicando por culpa del vil metal. El director lo hace como un miniaturista, con realismo, sin exageraciones ni giros melodramáticos. Por un lado, el dibujo que hace de la amistad entre los muchachos es brillante. Se trata de dos chicos sanos, que comparten sus aptitudes artísticas, que se apoyan y se defienden mutuamente cuando es preciso.
Verano en Brooklyn se estrenó en el prestigioso Festival de Sundance y cosechó muy buenas críticas. Sin embargo, esos merecidos elogios no deben llevarnos a pensar que la película resuelve las tramas de forma complaciente y convencional. La apuesta por el realismo obliga a Ira Sachs a llevarnos por caminos que no son quizá los que más desearíamos. Una maravillosa película… de sabor agridulce.