Stefanie C. Müller | 12 de mayo de 2017
En el sistema alemán, las cajas de ahorro garantizan la estabilidad del sistema financiero y económico, porque son muchas entidades pequeñas distribuidas por todo el país con una oferta de crédito dirigida a la importante economía local. En consecuencia, en Alemania actualmente la inestabilidad sistémica no viene de las cajas ni de los landesbanken, sino de los grandes bancos comerciales, que no han hecho sus deberes de reestructuración, están demasiado metidos en banca de inversión y se encuentran ya muy globalizados: Deutsche Bank es actualmente la entidad con mayor riesgo sistémico del mundo, a pesar de haber cumplido con las exigencias de Basilea III.
Como dice José Luis Martínez Campuzano, portavoz de la Asociación Española de Banca (AEB), Basilea III no nos salva de nada, sino que puede empeorar las cosas para muchas entidades: “El sector está entrando en un mundo nuevo marcado por la regulación, los tipos y la competencia de las fintech y debe adaptarse a un futuro en donde algunos de los factores determinantes no están bajo su control y condicionan su estrategia.” Mientras los grandes bancos españoles han entendido este cambio crucial en el sector y se han adaptado en tiempo récord, los alemanes e italianos ni han iniciado la reestructuración de su modelo de negocio y sus costes fijos solamente están ocupados en cumplir lo básico de las nuevas reglas de la gestión de riesgo según Basilea III.
A diferencia de Alemania, España ha acometido en los últimos años una cura radical de su mercado crediticio y ha realizado inversiones millonarias en nuevas tecnologías. Gracias a esta reestructuración, la media de morosidad se queda actualmente en un 9 %. Pero aun así, España tiene que trabajar todavía (también en un cambio cultural) para desendeudar a su sociedad: Bank of America Merrill Lynch calcula que al sector español le quedan por vender todavía unos 34.000 millones de euros en activos tóxicos para estar totalmente recuperado de la mayor crisis financiera que ha vivido el país.
Los bancos españoles luchan por la alta ratio de eficiencia que tenían antes de la crisis. Han entendido que lo más fácil para mejorar los márgenes es reducir el número de sucursales. Desde antes de la crisis, se han cerrado 17.000 oficinas y se han perdido 84.000 empleos, según datos oficiales. Aun así, el Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda a la banca española que busque otras mejoras de eficiencia y menciona también fusiones de entidades. Más concentración en el sector desea también el Banco de España.
Pero la concentración de entidades en España ha llegado a su límite, según algunos expertos. Actualmente, 18 entidades conforman el grueso del mapa bancario español. De los alrededor de 350 bancos y cajas de antes de la crisis quedan apenas 200, mientras en Alemania existen todavía casi 2.000 entidades diferentes de crédito, entre ellas 400 cajas de ahorro.
Rubén Manso Olivar, antiguo inspector del Banco de España y experto en temas bancarios, avisaba ya hace dos años de este proceso: “A causa de Basilea III y la posición reforzada de los bancos centrales, estamos ante el fin del modelo tradicional de los bancos y cajas de ahorros tal y como existían durante el último siglo. Si esto es bueno es muy cuestionable, pero ya no se puede frenar esta tendencia.”
La concentración a la larga no es buena para el cliente final, pero esta conversión del banco tradicional en un banco innovador es muy importante para garantizar el liderazgo del sector bancario español en el mundo porque “nos acercamos a una banca Marketplace al estilo Amazon donde se encuentran servicios o productos ofrecidos por las entidades y otros, similares o diferentes, ofrecidos por empresas especializadas, donde el consumidor puede elegir”, explica Iván Cortes, director de Contenidos del evento RevolutionBanking 2017. El sector bancario alemán ha perdido el tren en este sentido. Deutsche Bank y Commerzbank están demasiado ocupados en atender juicios y problemas internos y su futuro es muy dudable. Pero, como he dicho al principio, una caída de Deutsche Bank nos afectará a todos por su posición global en la banca de inversión.
En España el banco más débil actualmente es el Popular. Mientras está solamente ocupado con la limpieza de su balance, La Caixa, BBVA y el Santander han irrumpido a gran escala en el sector de e-payment y Big Data. Además, han comprado empresas del sector Fintech e invierten también mucho en «the Internet of things» (Iot). Estas inversiones multimillonarias para poder competir con Amazon y Google en el mundo digital solamente las pueden hacer entidades con músculos financieros. Además, solamente dichas entidades pueden, en un sector cada vez más regulado, diversificar riesgos, aguantar los costes de estos nuevos controles, expandir su negocio a otros países, mientras las pequeñas entidades, con excepciones como el Banco Sabadell y Bankinter, solamente estarán ocupadas en no hundirse en este nuevo mundo de gigantes.
“El nuevo entorno bancario español hace la vida más difícil para las Pymes”, cuenta el empresario José Antonio Corchado sobre su propia experiencia en el sector energético con su compañía Ascia: “Empresas de energía renovable son atractivas para inversores tipo fondos y Family offices, pero para obtener garantías, avales o créditos bancarios para proyectos de parques eólicos o fotovoltaicos no es nada sencillo ahora mismo.”
Con entidades cada vez más grandes y globalizadas y muchos instrumentos alternativos de financiación complejos ofrecidos por terceros aumenta, sin duda, el riesgo de un colapso sistémico
El mercado de deuda, que ha vivido a nivel mundial un enorme crecimiento gracias a Basilea III, tampoco es una alternativa para las empresas españolas, que en su gran mayoría son empresas con menos de 50 empleados y no tienen capacidad para emitir bonos. La herramienta de ampliación de capital en España, también usada por muchas entidades financieras en los últimos años para cumplir con las exigencias de solvencia de Basilea III, tampoco es una vía que puedan usar con facilidad pequeñas o medianas empresas no cotizadas, como Ascia.
En consecuencia, las restricciones de Basilea empeoran en muchos sentidos la deseada estabilidad financiera y ahogan a la economía si no se ofrecen vías alternativas de financiación seguras para la sociedad. Con entidades cada vez más grandes y globalizadas y muchos instrumentos alternativos de financiación complejos ofrecidos por terceros aumenta, sin duda, el riesgo de un colapso sistémico. La situación delicada de Deutsche Bank es el mejor ejemplo del fracaso de esta política.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.