Manuel Llamas | 07 de noviembre de 2017
El pasado 17 de octubre se celebró el Día Internacional para la erradicación de la pobreza y, aunque los titulares de la mayoría de medios de comunicación se centraron en los graves problemas que todavía atraviesa el mundo en esta materia, lo cierto es que nunca antes la humanidad en su conjunto ha disfrutado de los estándares de progreso y calidad de vida existentes en la actualidad, arrojando así un panorama muy diferente al trágico cuadro que pretenden difundir algunos analistas y partidos políticos.
La pobreza no solo existe desde que el hombre es hombre, sino que ha sido el estado natural de la humanidad a lo largo de su historia. Sin embargo, el mundo está a un paso de eliminar por completo esta lacra, lo cual es algo inédito. En 1820, el 94% de la población vivía en una situación de extrema pobreza -el equivalente a menos de 1,9 dólares al día, ajustando por paridad de compra-, pero en 1990 este porcentaje ya rondaba el 34,8%, mientras que bajaba al 9,6% de la población a cierre de 2015, según los últimos datos del Banco Mundial. Es la primera vez que la pobreza extrema afecta a menos del 10% de la gente.
Porcentaje de personas que viven en la extrema pobreza
Otra forma de verlo es que a principios del siglo XIX tan solo 60 millones de personas a lo ancho y largo del globo no sufrían la lacra de la pobreza, mientras que en la actualidad son unos 6.600 millones -el 90% de la población-, 110 veces más. Por poner un ejemplo, casi la mitad de la población francesa dependía de la caridad para sobrevivir a finales del siglo XVIII y más del 10% eran mendigos, sin tan siquiera un techo bajo el que cobijarse.
El origen de este impresionante avance radica, en primer lugar, en la Revolución Industrial. La progresiva extensión del capitalismo y el libre comercio en Occidente durante los dos últimos siglos multiplicó por quince la renta per cápita de su población en términos reales -una vez descontada la inflación-. Y lo bueno es que esta gran mejoría se extendió posteriormente a China, India y el antiguo bloque soviético durante los años 80 y 90, tras dejar atrás el desastroso sistema de planificación central, lo cual se tradujo, igualmente, en un aumento muy sustancial de la renta per cápita y el consiguiente descenso de la pobreza, del 50% a menos del 10% de la población mundial -menos de 800 millones de personas-. En los últimos 25 años, cerca de 1.250 millones de personas han salido de la pobreza, a un ritmo de unas 138.000 al día.
En caso de mantenerse esta senda, la pobreza extrema quedaría prácticamente erradicada en 2030. Esto no significa que, efectivamente, sigan existiendo problemas o que incluso se revierta esta favorable tendencia por culpa de la guerra o el nuevo auge de ideologías totalitarias que son opuestas al mercado, el libre comercio y la libertad individual, pero, hoy por hoy, la realidad es la que es: nunca antes el hombre había estado tan cerca de acabar con la pobreza, lo cual es digno de celebración.
Índice global de pobreza, estimaciones oficiales y escenario base
Y la mejor prueba de este histórico avance es que la esperanza de vida al nacer también se ha disparado a nivel mundial en los dos últimos siglos. Es decir, no solo hay menos pobres, sino que la población, en general, vive mucho mejor y mucho más tiempo.
Esperanza de vida (en años) en Occidente y en el resto del mundo
El factor clave de esta mejoría no es otro que el capitalismo. Así, tal y como refleja el último Índice de Libertad Económica que elabora el Instituto Fraser, los países más libres disfrutan de unos ingresos per cápita de más de 42.000 dólares al año, mientras que los menos libres apenas rondan los 6.000 dólares por habitante. Asimismo, la renta que percibe el 10% más pobre de la población es diez veces mayor en los más libres, unos 12.000 dólares al año, que en los menos libres, donde apenas superan los 1.100. El capitalismo es, sin duda, la mejor receta para acabar con la pobreza en el mundo.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.