Íñigo Petit Zarzalejos | 29 de junio de 2017
Mucho se ha hablado estos días sobre “los cortos” en Liberbank o, como dicen en algunas tertulias, las apuestas a la baja sobre el valor. El asunto saltó a los titulares por sus pronunciadas caídas y su posterior rebote días después, tras las limitaciones impuestas por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Y, de repente, todos los medios hablan de instrumentos financieros complejos -y en parte demonizan- fuera del alcance de pequeños ahorradores. Sin embargo, la mayor parte de los inversores no conoce ni el funcionamiento de las posiciones en corto ni las repercusiones de su uso en los mercados financieros.
“Ponerse corto”, aunque similar, no tiene nada que ver con los trajes propios de los jinetes. Hablando de bolsa, sin entrar en tecnicismos, significa llevar a cabo una inversión cuyos beneficios dependan de la bajada de precios de cualquier activo cotizado del mundo. Se puede hacer mediante la venta de acciones prestadas o mediante diferentes instrumentos financieros derivados (o derivados a secas), como las opciones o los futuros. De esta forma, si usted cree que Apple no conseguirá mantener sus cifras de ventas en los próximos lanzamientos de producto, podría ganar dinero con una posible caída de la acción si toma dicha posición (por ejemplo, con una opción de venta o put), también llamada bajista.
En general, como suele pasar con la práctica financiera, el problema no está tanto, a mi juicio, en los instrumentos que se utilicen o en las posiciones de los inversores, sino en el fin último de los mismos. Las coberturas son posiciones bajistas que, en muchos casos, pretenden compensar las pérdidas de las caídas de los precios y ayudan a que muchos inversores minimicen los riesgos de su cartera en momentos complejos. Con todo, cuando se tiene la cantidad suficiente de dinero y se invierte en contra de un valor, se puede alterar artificialmente su precio a la baja, exactamente lo contrario a la expresión conocida como “inflar un valor”.
Y podemos entrar en el debate de los grandes inversores (esos grandes fondos de inversión, generalmente americanos, que aparecen cuando hay problemas, para quedarse con todo lo que pueden a precios de saldo) y su influencia en los movimientos del mercado, pero nos perderíamos en un mundo de gigantes. Y aunque es un aspecto clave, ya no es solo una cuestión de volumen; ahora hay un efecto contagio que se extiende a mayor velocidad que nunca, gracias a las nuevas tecnologías de la información.
Liberbank, además de tener una solvencia testada por el Banco Central Europeo (sí, también el Popular la tuvo), no sufrió una fuga de depósitos y las abultadas caídas resultaban injustificadas a ojos de la CNMV, llevando al supervisor a prohibir temporalmente la operativa en corto sobre la acción e intentar evitar, así, el efecto contagio. Desconozco si el valor dejará de sufrir caídas o no tras la medida, pero la incertidumbre se ha creado y constituye el caldo de cultivo perfecto para la especulación. Solo la información completa y la transparencia permiten obtener y mantener la confianza de los inversores, la mejor protección contra los archiconocidos fondos buitre.
Así, los inversores de a pie, normalmente, no cuentan con posiciones cortas en sus carteras, ni falta que hace, pues se trata de instrumentos muy complejos, en su mayor parte limitados a inversores cualificados (otros no), en los que resulta sencillo cometer errores importantes. La emocionalidad en la toma de decisiones de inversión o una mala gestión de la liquidez pueden pasar factura, por lo que resulta desaconsejable jugar a hacer trading sin los conocimientos y la experiencia necesarios, menos aún invirtiendo en contra de algún valor.
Con todo, la venta en corto es una herramienta necesaria para que los gestores profesionales puedan mejorar el binomio rentabilidad-riesgo del mercado y ofrecer productos adaptados a cada perfil de riesgo. Como decía al principio, el problema no es el instrumento, sino el uso que se haga de él. Y está por ver si limitar este tipo de operativa sirve de algo.
Decisiones como la subida del salario mínimo interprofesional o el fin del diésel han provocado un incremento de costes laborales, superior al 20%, que acaban pagando los más débiles.