David Reyero | 05 de junio de 2017
Ha pasado prácticamente un mes desde que se inició el revuelo y, como casi siempre sucede con las noticias, independientemente de su importancia o no, ya nadie habla de aquello que lo causó, haciendo bueno el viejo dicho de que nada es más viejo que el periódico de ayer. Noticias que nos sobresaltan, que parecen importantes porque lo son pero que rápidamente ceden el paso a otras noticias. En este caso nos referimos al asunto del adoctrinamiento en los libros de texto de Cataluña, que saltó a la palestra a primeros del mes de mayo de este año en varios periódicos. Primero, con la noticia acerca del informe que el sindicato AMES elaboró tras el repaso a una serie de libros de texto de Primaria catalanes y de la Comunidad de Madrid. La noticia se alimentó pocos días después cuando otro periódico se hace eco de las denuncias que el presidente de la Asociación Nacional de Editores de Libros y material de Enseñanza realizó en su comparecencia en la comisión encargada de negociar el pacto por la educación. Según este ponente, los editores recibían presiones de distintas comunidades autónomas a la hora de tratar temas relativos a la identidad, entre otros. El círculo se cierra cuando el Gobierno dice que va a tomar cartas en el asunto a través de un organismo que los avezados conocedores de los intríngulis de la Administración dicen que existe y que se llama “alta inspección”, pero al que pocos habrán visto actuar.
#SesiónDeControl @GirautaOficial, @CsCongreso, pregunta a @IMendezdeVigo por el rigor de los libros de texto y la distorsión de la Historia pic.twitter.com/Vp08OlKOxe
— Congreso (@Congreso_Es) May 17, 2017
Antes de que los más ingenuos entonen un «ya va siendo hora», solo algunas puntualizaciones a modo de humilde mapa mental para orientarnos en un marasmo de réplicas y contrarréplicas y afrontar, así, el asunto del adoctrinamiento escolar desde un sano escepticismo.
Lo primero que llama la atención es que el asunto no es tan nuevo. Es uno de esos temas recurrentes que vuelven periódicamente a la actualidad, agitando las aguas de la conciencia pública para retornar al olvido pasados unos días. Seguramente, amable lector, si esta noticia le interesó hace apenas un mes, ya habrá salido posiblemente del horizonte de sus preocupaciones. No se altere, no pasa solo con el tema del adoctrinamiento. En educación, muchos de los problemas no se solucionan nunca. La religión en la escuela, el velo, la violencia en las aulas, la crisis de autoridad de los maestros y un largo etcétera son asuntos de época y no de legislatura. Este caso del adoctrinamiento escolar en Cataluña ya salió, por ejemplo, en 2013, provocando los mismos golpes de pecho y las mismas reacciones; también en 2011. Podemos incluso rastrearlo en 2005, siempre con los mismos efectos, esto es, ninguno.
Lo segundo es reflexionar sobre el papel de los Estados en la educación. Una reflexión que nos permitirá situar mejor el asunto. Quizás los bien pensados crean aún que la única finalidad de la intervención estatal en educación se limita a buscar el bienestar de la gente y dotarla de herramientas que les permitan entender el mundo en el que viven. No dudo de que esa sea una de sus intenciones, incluso soy capaz de reconocer algunos de sus méritos con tal de que se me reconozca también que está entre sus fines el de perpetuar la imagen de su propia bondad. En efecto, la escuela es también el aparato del Estado dedicado a reproducir y justificar su propia existencia y necesidad. Es, por lo tanto, un instrumento al servicio de la formación de una identidad colectiva siempre, no solo en los momentos de mayor auge nacionalista.
En consecuencia, si descentralizamos las competencias educativas en distintos “miniestados”, descentralizamos también esa identidad y los instrumentos para generarla. No verlo es ingenuo cuando, no cínico. Tampoco podemos obviar que este movimiento de generación de identidad colectiva pasa por distintas fases de virulencia. Los momentos en los que una de esas identidades es excitada o se encuentra en lo que muchos pueden ver como momento histórico, la tentación manipuladora, sin duda, se acrecienta, las versiones de la historia se hacen más monolíticas y las presiones son superiores y más burdas.
La tercera reflexión tiene que ver con el asunto del conocimiento en las disciplinas sociales o humanísticas. Esta tercera reflexión daría, y da, para varios libros, porque incluye una reflexión sobre la verdad y la posibilidad de alcanzarla. En los asuntos de la historia o la filosofía, podemos fácilmente y, ante la disparidad de opiniones, caer en el escepticismo radical y pensar que todo conocimiento cierto es imposible. Todo es ficción parcial y los relatos que se imponen son los de aquellos que tienen fuerza para imponerlos. La verdad no existe o, si existe, no se puede alcanzar. Pero si rechazamos la idea de la verdad y renunciamos a la posibilidad de buscarla, caemos en el inmovilismo nihilista o en el cinismo, ambas malas posibilidades para el ser humano y, además, no responden a la experiencia del error, que es la otra cara de la verdad. Es posible dudar de la verdad en las humanidades, pero no me he encontrado con nadie que haya dudado de que existe la mentira, que es una curiosa forma de demostrar que existe lo verdadero.
Dos propuestas para finalizar. La verdad es, sin duda, un asunto difícil, pero todos la buscamos al leer una noticia o un libro de ensayo o historia. El estudio y la curiosidad nos ayudan a liberarnos personalmente del adoctrinamiento. Las propuestas en favor de la libertad educativa y la batalla por alejar a los políticos de la educación son, probablemente, el mejor modo de luchar contra el adoctrinamiento colectivo.