Raquel Uriol | 27 de junio de 2017
Cuando se identifica a un deportista con gran potencial, acude a entrenar a un Centro de Alto Rendimiento, es decir, a una instalación cuya finalidad es proporcionar a los deportistas de alto nivel las mejores condiciones posibles para su rendimiento en los entrenamientos. Se considera que allí podrán mejorar progresivamente para alcanzar sus metas, superar sus marcas personales, compartir vivencias y aspiraciones con otros compañeros, etc. Es obvio que las condiciones físicas de todas las personas no son iguales y aquellos que tienen mejores aptitudes para la práctica del deporte cuentan con centros específicos para realizar sus entrenamientos. Es más, tienen reconocimiento social; se admira a los que van a unos juegos olímpicos, a un campeonato del mundo, a un campeonato de España, obtienen medallas, trofeos, se les felicita…
Sin embargo, cuando se habla de altas capacidades intelectuales, la cosa cambia. La inteligencia no está lo suficientemente valorada como para tener un gran reconocimiento social. Son famosos los mejores pilotos de Fórmula 1, los futbolistas que marcan más goles, los atletas más rápidos, pero pocos saben, por ejemplo, quiénes son las mejores personas en cálculo mental o los más brillantes investigadores de la física nuclear o los expertos de la biogenética. Y, lo que es más grave, muchas veces sucede lo contrario: se desprestigia o ridiculiza a aquellos que son superdotados desde el punto de vista intelectual. Cabe preguntarse por qué no existen centros de alto rendimiento para alumnos de altas capacidades, del mismo modo que hay para deportistas. Por qué no se potencia desde las instituciones educativas que haya clases específicas para que se puedan desarrollar en las mejores condiciones posibles. Por qué estas ideas no calan en la sociedad.
Menos del 3% de los alumnos con altas capacidades son detectados en nuestro país. Se considera que un 10% de la población posee estas características, pero muchos no lo sabrán nunca. Cuando son pequeños, suelen destacar respecto a sus congéneres de la misma edad; en las primeras etapas del colegio no suelen presentar mayores problemas, van más rápido y les cuesta menos entender las explicaciones. Pero conforme avanzan en cursos y en edad, las situaciones adversas se multiplican. Muchos, no todos, se aburren en el aula, desconectan cuando los profesores deben repetir las explicaciones varias veces y algunos comienzan a tener comportamientos inapropiados porque “algo hay que hacer”. Es frecuente que no hayan desarrollado los hábitos de estudio que se necesitan para obtener buenas calificaciones en los cursos más altos y comiencen a bajar en sus resultados académicos. De hecho, los mejores expedientes en los colegios no se corresponden con los alumnos más inteligentes. Aunque algunos tienen una motivación intrínseca y siguen con excelentes calificaciones, hay otros que abandonan sus estudios y acaban en fracaso escolar. Algo debe fallar cuando un niño superdotado intelectualmente no termina sus estudios.
El desconocimiento nos lleva a unas expectativas erróneas, falta de compresión y falta de actuación.@Rosabel_RR #AltasCapacidades
— ACAACI (@Acaaci_info) June 3, 2017
Es entonces cuando hay que hacer una reflexión profunda sobre la igualdad de oportunidades de todos los escolares y del tratamiento que reciben los niños con altas capacidades. El sistema educativo español atiende a los niños que presentan dificultades de aprendizaje o que tienen necesidades especiales mediante clases de apoyo y refuerzo o con asistentes en las aulas para uno o varios niños y, en la inmensa mayoría de los casos, se logra que superen con éxito la etapa escolar. Sin embargo, no se emplean los mismos recursos para los alumnos que se sitúan por encima de la media y que tienen unas mentes privilegiadas. Entre otras razones, porque no están diagnosticados. Por comunidades autónomas, Murcia es la única que tiene identificado un porcentaje mayor del 1% de los alumnos superdotados de su región. Cataluña y la Comunidad Valenciana se hallan en los últimos puestos, por debajo del 0,02%.
Cuando se hacen comparaciones entre países, el último informe PISA apunta que España presenta menos alumnos rezagados que la media de la OCDE y, sin embargo, el porcentaje de alumnos excelentes sigue estando por debajo de dicha media. Y aunque existen leyes educativas y sentencias judiciales que reconocen las necesidades de los niños con altas capacidades, no se ponen en práctica en la mayoría de los centros educativos por falta de recursos o porque no se han identificado este tipo de estudiantes.
Por tanto, el primer paso es la identificación temprana de este alumnado. Para ello, hay que formar al profesorado, darles pautas para que sepan identificar posibles alumnos con altas capacidades y luego puedan ser evaluados por los equipos de orientación de los centros. Pero identificar no basta; hay que introducir cambios. Por ejemplo, simplificar los trámites para flexibilizar o adelantar a estos alumnos de curso cuando sea conveniente, de forma que se convierta en algo habitual como lo es la repetición de curso, la cual no requiere una autorización especial por parte de la Administración. Hay que implementar programas específicos en los centros educativos que fomenten la realización de actividades orientadas a desarrollar capacidades transversales y motiven a los alumnos a superarse a sí mismos. Habría que educar a los escolares en el respeto a la diferencia y transmitir la idea de que tener un compañero con altas capacidades es algo para sentirse orgulloso, a fin de erradicar algunos problemas sociales de los niños superdotados. Muy deseable sería la interacción de escolares con universitarios, su participación en programas especiales y su ingreso temprano en la universidad, como sucede en países de nuestro entorno.
Cuidando a los alumnos más brillantes y ayudándoles a desarrollar todo su potencial intelectual se invierte en el futuro del país, ya que la formación de profesionales con una inteligencia superior revertiría en beneficio de toda la sociedad. Su creatividad, casi siempre innata, contribuiría a la innovación de diversas áreas y el entusiasmo que muchos de ellos derrochan cuando abordan temas que les apasionan favorecería el entorno laboral donde estuviesen. Buscar la excelencia educativa de todos y cada uno de los alumnos es un reto del presente para lograr un futuro mejor.