Vicente Navarro de Luján | 24 de enero de 2019
El Día Internacional de la Educación recuerda el papel de la familia como pilar de la formación. El Estado debe dejar que los círculos humanos más próximos al individuo decidan los valores que se transmiten y las opciones cosmogónicas que se asumen.
Ya sabemos que a lo largo del año tenemos días proclamados para casi todo. En este contexto, la ONU en 2018 proclamó el día 24 de enero como el Día Internacional de la Educación, pero no se educa en una sola jornada, sino en el conjunto de la existencia. Sin embargo, a mi juicio, no se trata de una efeméride más, sino que el motivo de la misma entraña una significación muy profunda.
Quienquiera que sea aficionado a la antropología sabe que la diferencia sustancial entre el ser humano y otras criaturas vivas que habitan en nuestro espacio planetario es la de que, a diferencia de los animales, el comportamiento humano no está supeditado al puro instinto. Su complejidad está asentada en que el actuar del hombre depende de factores mucho más complejos, que superan lo puramente fisiológico y que comprenden eso que llamamos cultura, cuyo contenido no está determinado por la pura genética, sino que obedece a un largo proceso de transmisión de valores, creencias, conocimientos, normas sociales y jurídicas. Todo ello es necesario para que la criatura humana pueda convivir en sociedad y pueda desarrollar las potencialidades que lleva en su interior.
"Por la paz del mundo,
la prosperidad del mundo,
el futuro del mundo,
la mejor inversión es la educación".
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— Naciones Unidas (@ONU_es) January 17, 2019
Así, los conceptos de educación y cultura se entrecruzan. El proceso mediante el cual alguien internaliza todo ello constituye un largo camino de socialización, un sendero de aprendizaje al que llamamos educación, que empieza por el más elemental de los grupos humanos, como es la familia, y que continúa mediante la inserción de la persona en comunidades más complejas, como son el pueblo donde uno habita, los amigos de quienes se rodea, el grupo religioso al que pertenece, la nación con la que nos sentimos identificados.
Por consiguiente, cuando hablamos de proceso educativo, no nos estamos solo refiriendo a la labor que realizan instituciones docentes, sean de iniciativa social o estatal, para transmitir conocimientos científicos o técnicos, sino que aludimos a un camino lento y enmarañado que comienza necesariamente en el núcleo familiar, entidad básica de socialización y de transmisión de pautas y saberes que hacen posible nuestra vida como seres racionales y afectivos.
Por ello mismo, cuando en cualquier debate sobre la educación se evocan los agentes que intervienen en ella, a veces en la terminología política al uso se alude al Estado y a sus estructuras como elemento primordial, cuando en realidad las instituciones estatales son subsidiarias y secundarias respecto de otros ámbitos que son más cercanos al sujeto, aserto que ha sido recogido en cuantas declaraciones de derechos se han promulgado con base en la universal de 1948.
Ciertamente, el derecho a la educación implica que nadie puede verse privado del acceso a un mínimo de conocimientos que le permitan desenvolverse con dignidad en el grupo humano al que pertenece, propuesta que dista mucho de verse cumplida en el momento actual, cuando millones de personas viven en el analfabetismo, debido, en primer lugar, a que han nacido en un medio de pobreza, de suerte de que ni siquiera el básico ambiente de la familia les puede proporcionar un mínimo de alfabetización. Es ante este fenómeno donde cabe la intervención de los Estados, proporcionando a todos una básica formación, supliendo deficiencias que no pueden ser satisfechas por la familia o la comunidad más próxima.
Pero, superados estos niveles de depauperación, en las sociedades más avanzadas el Estado debe dejar que sean los círculos humanos más próximos al individuo quienes decidan el cariz de la educación que se haya de impartir, los valores que se transmitan y las opciones cosmogónicas que se asuman. Tal es la función subsidiaria que corresponde al Estado, muy importante, decisiva, pero que no puede sustituir otros ámbitos de opción libre, cuando las condiciones de formación básica del sujeto lo permiten. Derecho a la educación supone facultad de elegir libremente el modelo educativo propio y el de la progenie de cada familia.