María Solano | 20 de diciembre de 2018
No. En educación la respuesta correcta no es siempre la economía. Y, en el caso de España, lo que tenemos que revisar con urgencia es por qué la inmensa mayoría de los alumnos no asocia esfuerzo y éxito. Es un problema de valores y urge resolverlo.
¿Qué necesita un niño para que le vaya bien en su vida académica? ¿Profesores? ¿Material didáctico? ¿Instalaciones? Todo eso es necesario, pero no suple lo más importante, lo que de verdad hace falta es tener ganas: de estudiar, de sacrificarse, de esforzarse, de sentarse cuando no apetece y de dejar de hacer aquello que les divierte más.
Sin esfuerzo ni voluntad, España no puede escalar en el informe PISA que elabora la OCDE y que mide, aun con capacidad limitada, nuestro desempeño en materia de educación. Y uno de los datos que nos acaba de suministrar este examen internacional es que nuestros alumnos no relacionan el sacrificio, el trabajo duro, con el éxito académico. Y eso no se resuelve solo desde las aulas. Hace falta la implicación del conjunto de la sociedad y, muy en particular, de las familias.
Detrás de la cifra que extrae PISA de los datos recabados entre estudiantes de 15 años, se esconde un verdadero problema de valores que hay que analizar para poder resolver. Sienten a un grupo de diez adolescentes alrededor de una mesa. Todos ellos se parecen enormemente. Móvil en mano, atienden más a lo que hay detrás de las pantallas que a lo que tienen delante de sus narices. Van pasando, curso a curso, como empujados por una inercia que los conduce a la vida adulta sin demasiada reflexión. Para ellos, ser mayores no es un objetivo o una necesidad, sino una imposición, un castigo. Se quedarían como los eternos Peter Pan, en parte porque lo que escuchan del mercado laboral no les agrada lo más mínimo: poco empleo y mal pagado, difícil acceso a la vivienda, nula estabilidad económica y emocional.
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De ese grupo de diez, con calificaciones académicas variables, solo tres han contestado que entienden que para sacar buenas notas la clave está en el esfuerzo, que necesitan trabajar duro para alcanzar el éxito académico. A los siete restantes, les parece que todo depende de sus capacidades innatas, que poco pueden hacer para mejorar allí donde no les va de maravilla.
No es nuevo que la capacidad innata tiene algo que ver con el desempeño académico. Ya Cicerón y Quintiliano cifraban en la natura una de las patas que sostenía la definición del buen orador. Pero añadían el estudio, la imitación y el ejercicio práctico como claves con las que completar el soporte del tablero y suplir las carencias que la naturaleza nos pueda haber negado.
Lo llamativo del informe radica en que desasociar el éxito del esfuerzo y asociarlo, sin embargo, de manera preferente al talento innato supone algo así como darse por vencido en los estudios antes incluso de empezar a correr en esta larga maratón. De hecho, es frecuente escuchar a los adolescentes conformarse con frases del estilo: “es que esta materia se me da fatal” o “yo no valgo para esto”, para justificar su escasa implicación posterior.
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En Corea del Sur –y de manera muy similar en otros países del entorno asiático– ocurre lo contrario: un amplio 60% de los jóvenes de 15 años valora el esfuerzo como clave fundamental del camino hacia el éxito. Si lo tienen asumido en sus valores, todos ellos se esforzarán hasta el extremo como condición sine qua non para intentar alcanzar los réditos deseados. Algunos lo lograrán, otros no.
El problema en nuestro entorno no está en el sistema educativo, aunque tenga graves fallos estructurales. Está en un modelo de paternidad basado en la sobreprotección que trata de evitar a cualquier precio toda forma de sufrimiento en los niños y adolescentes, bajo el argumento de que ya sufrirán bastante cuando lleguen a su vida adulta. De lo que no se dan cuenta estos “hiperpadres”, utilizando el acertado término acuñado por Eva Millet, es de que el esfuerzo no es sinónimo de sufrimiento. Muy al contrario: el esfuerzo garantiza la alegría por el logro conseguido, al tiempo que disciplina el carácter para comprender que, como dice el refranero: “El que algo quiere, algo le cuesta”.