Ainhoa Uribe | 30 de junio de 2017
Si alguien me pregunta qué aporta la universidad a la formación política de los jóvenes terminaría con una palabra: en líneas generales, no aporta nada, nada y nada. Ahora bien, como se pueden imaginar, es preciso analizar la cuestión un poco más detenidamente, ya que no es lo mismo hablar de unas universidades que de otras, de unas facultades o de otras….
Pongamos como ejemplo el caso de los títulos de Grado. El Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, por el que se regulan las enseñanzas universitarias, exige a la universidad que los alumnos realicen un trabajo de fin de grado al terminar sus estudios y que desarrollen cinco competencias básicas: ampliar sus conocimientos en un área de estudio que parte de la educación secundaria; aplicarlos de forma profesional para defender argumentos y/o solucionar problemas; desarrollar su capacidad para reunir datos y poder emitir juicios; ser capaz de transmitir información a distintos públicos; y desarrollar habilidades de aprendizaje para poder emprender estudios posteriores con un alto grado de autonomía. En consecuencia, la formación política no aparece ligada, desde un punto de vista curricular, a ninguna titulación universitaria.
La universidad no debe ser un espacio de adoctrinamiento político; por el contrario, debe ser un foro de pensamiento crítico y de reflexión
Cuestión distinta es que el alumno estudie títulos (de grado o posgrado) vinculados a las Ciencias Jurídicas, Sociales o las Humanidades. Entonces, estudiará materias relativas al sistema político (tanto español como internacional), a la filosofía, a la ética pública o la historia y el devenir de nuestras sociedades. En el resto de las titulaciones del ámbito de las Ciencias Experimentales, la Salud, las Ingenierías o la Arquitectura, los alumnos no tendrán una formación política o humanística específica, salvo en algunos casos excepcionales (como ocurre en las universidades privadas católicas, en las que es habitual que haya una formación humanística transversal a todas las titulaciones).
Según el Informe del Ministerio de Educación, que recoge los datos y cifras de nuestro sistema universitario en el curso 2015-2016, en España había un total de 85 Universidades y el grado de escolarización en la educación universitaria presentaba un continuo crecimiento, pese al descenso de población, y se situaba en el 31’5%. Entre los alumnos matriculados, hay una brecha de género clara (algo que, por cierto, también ocurre en el país con mayor tasa de igualdad del mundo, como es Noruega). Las mujeres estudian más carreras o títulos de posgrado vinculados a las Ciencias Sociales, Jurídicas, las Artes, las Humanidades o las Ciencias de la Salud. Mientras que los hombres cursan, preferentemente, estudios de Ingeniería y Arquitectura.
Por consiguiente, a grandes rasgos, se podría decir que las mujeres tendrían mayor formación política (al cursar asignaturas relacionadas con el sistema político, la historia, el pensamiento o el humanismo) que los hombres. Sin embargo, los estudios periódicos del CIS no revelan la existencia de niveles distintos de interés político entre hombres y mujeres con estudios universitarios, a diferencia de lo que ocurre entre las mujeres de mayor edad y menor nivel educativo, que estarían menos interesadas en política que los hombres.
Entre los universitarios, el interés por la política ha sido siempre notable. Sin estudios universitarios, la cosa cambia mucho y cae sustancialmente el interés. Pese a lo cual, a día de hoy, el sentimiento más frecuente hacia la política de los jóvenes, con estudios superiores y sin ellos, es la “desconfianza”. Así, por ejemplo, según indica un estudio elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud en 2014, el 46.1% de los jóvenes españoles de entre 18 y 25 años activos en internet y redes sociales no confía en la «política convencional».
Un modelo de universidad menos presencialista deja espacios a la formación política y al desarrollo de valores en actividades fuera del aula
Según este informe, los resultados muestran una «crisis del modelo social imperante y la apuesta por el poder de la ciudadanía para transformar el estado actual de las cosas». También se destaca que, a pesar de que la juventud no aprueba la forma en que se hace política, el interés por ella ha ido creciendo sustancialmente en los últimos años.
En este contexto, tanto la escuela como la universidad deben jugar un papel clave. Ahora bien, la universidad no debe ser un espacio de adoctrinamiento político o de imposición de ideas políticas. La universidad debe ser un foro de pensamiento crítico, de reflexión; y ahí, precisamente, es donde el estudiante puede adquirir un espíritu que le permita ser un ciudadano responsable, con vocación pública. Sencillamente porque la educación nos permite ascender hacia la libertad.
Por ello, “la primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle”, como nos recordaba María Montessori (1870-1952), genial mujer, la primera en licenciarse en Medicina en Italia, psiquiatra, educadora, filósofa, humanista, feminista, católica…
Las universidades españolas organizan eventos, jornadas, seminarios o ligas para acercar los temas de actualidad a los alumnos, pero todavía es escasa la vida extraacadémica. Tenemos un modelo educativo universitario muy presencialista, que se basa en el trabajo del profesor, fundamentalmente, y en el control de la asistencia a clase del alumno. Por el contrario, el modelo de los países escandinavos, como Finlandia (mucho más exitoso que el español, en cuanto a resultados académicos), pone énfasis en el trabajo del alumno, en la menor presencialidad y en la potenciación de las actividades fuera del aula. Así, hay espacio para la formación política, para el desarrollo de valores y para cuestionar el papel del ciudadano ante los problemas de la sociedad.
Como afirmaba el filósofo John Locke (1632-1704), uno de los más influyentes pensadores británicos, “la única defensa contra el mundo es un conocimiento perfecto de él”. Entonces, si la universidad es uno de los espacios donde los jóvenes pueden adquirir una formación sólida, es fundamental que dicho saber sea empleado para actuar en consecuencia, promoviendo la defensa del Estado de Derecho, la libertad, la justicia y la paz.