Marcos Hermosel | 24 de octubre de 2017
La OCDE y otras organizaciones económicas analizan la educación en términos de desarrollo y, en definitiva, de empleabilidad. Por ese motivo, los conocimientos humanísticos suelen quedan relegados a un segundo plano a la hora de realizar sus valoraciones y perspectivas de futuro.
Leo en ABC que, en su último macroestudio sobre educación publicado en septiembre, la OCDE asegura que disciplinas como Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática (que se han bautizado como STEM en sus siglas inglesas) son «la clave del desarrollo económico y la innovación». Muchos recordarán a la OCDE por ser los promotores del célebre informe PISA, que provoca, durante un par de días al menos, un estado de depresión generalizada fruto de contemplar el triste puesto que solemos ocupar en el ranking mundial y lo bajas que son las competencias de la muchachada autóctona. Lo que sabe poca gente es que la OCDE no es una institución educativa: “La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos es un organismo de cooperación internacional, compuesto por 35 Estados, cuyo objetivo es coordinar sus políticas económicas y sociales. En la OCDE, los representantes de los países miembros se reúnen para intercambiar información y armonizar políticas con el objetivo de maximizar su crecimiento económico y colaborar a su desarrollo y al de los países no miembros”. Así pues, sus vaticinios y líneas de análisis siguen la cuerda del desarrollo económico y la empleabilidad, muy dignas de estudio y seguimiento, naturalmente, pero que pueden llevar a confusión cuando mezclamos tan directamente educación y desarrollo económico.
Según leo en el artículo en cuestión, resulta que estamos muy contentos por tener uno de los porcentajes de alumnos más altos del mundo en estas carreras: un 26 por ciento, frente al 23 de media. Cito textualmente: «La Comisión de Educación y Gestión del Conocimiento de la CEOE pidió más protagonismo de las STEM en el sistema educativo por considerarlas cruciales para el empleo de nuestro país». «Todas estas carreras son vehículos importantes para buscar empleo», concluye Jesús Núñez, presidente de la comisión. Sin embargo, siempre según el artículo, lamentamos amargamente que el porcentaje de mujeres en estos estudios es considerablemente menor y esto supone, al entender de los expertos, «una brecha de género» que se impone solucionar. Curiosamente, el hecho de que haya muchos menos hombres en estudios de Enfermería y Educación Infantil, por poner un ejemplo, a estos mismos expertos no les quita el sueño.
Tampoco preocupa, por supuesto, que el hecho de que más estudiantes opten por este tipo de estudios provoca que rechacen otros que se supone no serán «clave del desarrollo económico y la innovación». Me refiero, naturalmente, a la vieja confrontación de ciencias y letras, que quizá lo es en nuestros días pero desde luego no lo era en la antigüedad, donde en la sabiduría y el conocimiento se intrincaban humanidades y ciencias en un todo común y armonioso. Si rascamos un poco actualmente, veremos que en cierto modo sigue siendo así y no voy aquí a citar a ilustres sabios griegos, genios del Renacimiento o discursos cervantinos, sino al mismísimo Foro de Davos.
El Foro de Davos o Foro Económico Mundial tampoco es, como su propio nombre indica, una organización educativa. En su fundación se reúnen los principales líderes empresariales, líderes políticos mundiales, periodistas e intelectuales notables para analizar el futuro del mundo en diferentes ámbitos.
En el cuadro que se adjunta, los analistas de Davos investigaban qué diez habilidades serán las más requeridas por las empresas en 2020 y cuáles están siendo en la actualidad. Muchas de ellas, como se puede comprobar, están directamente ligadas a la formación en humanidades y también a las metodologías pedagógicas activas, como el aprendizaje cooperativo o el aprendizaje por proyectos: creatividad, toma de decisiones, pensamiento crítico, escucha activa…
Hablamos solamente en términos de empleo y desarrollo económico. Desde luego, las humanidades no necesitan nada de esto para justificarse por sí solas, pero como el hombre tiende a resbalarse siempre en los mismos charcos del pragmatismo, conviene recordar que las humanidades son el vehículo necesario para enfocar el mundo, para disfrutarlo y gustarlo, para discutirlo y mejorarlo. La educación no debe convertirse en una oficina de empleo; por eso, aunque el nuevo concepto impuesto a nivel europeo de las competencias tiene ventajas en la educación y nos recuerda a los docentes que las materias no se pueden convertir en algo etéreo y meramente teórico, sino que los alumnos deben ser capaces de hacer, de operar, de transformar prácticamente, tienen, no obstante, un tufillo a capacitación laboral algo sospechoso. La educación obligatoria y el Bachillerato son un tesoro donde la persona se convierte en eso, en persona pensante, sintiente, sensible y asombrada de la belleza del mundo y del conocimiento. Y conviene recordar que la universidad, qué duda cabe, capacita a los alumnos para realizar una labor, pero es y ha sido siempre, antes que eso, un templo donde se cuida y aprecia el saber, donde se discute y se busca la verdad. En esos grupos interdisciplinares que diseñarán el futuro del mundo, tendrá que haber historiadores, filólogos y filósofos que aportarán la mirada, el lenguaje y la memoria.
No quiero caer en el derrotismo, a pesar de que ninguno de mis alumnos elige Filología Clásica o Hispánica como opción universitaria (“¿Eso para qué sirve, profe?”), a pesar de que la Filosofía es expoliada implacablemente del Bachillerato (relegada a una optatividad, a menudo casi imposible) y que optativas como Música o Literatura Universal no pueden luchar contra Tecnología o Economía. Solo quiero recordar que caer en el utilitarismo zafio y falso nos dejará un mundo tal vez eficiente pero vacío, como esos juguetes mecánicos que hacen mucho ruido, caminan rápido y despiden rayos, pero que los niños abandonan a los pocos minutos.
La respuesta mejor a la pregunta incorrecta será siempre “para nada, no sirve para nada, es un fin en sí mismo”. Esa es la más excelente de las utilidades, también propia de los seres humanos.