Pilar Fernández | 28 de noviembre de 2018
Unas semanas atrás, el diario El País nos ofrecía una noticia que hacía, de nuevo, saltar las alarmas en el panorama educativo español: “Las oposiciones celebradas el pasado verano para ocupar 20.000 plazas de profesor de enseñanza secundaria y formación profesional arrojaron un dato preocupante: casi el 10% de los puestos quedaron desiertos por las deficientes calificaciones de los aspirantes. Parte de esta escabechina fue fruto de las faltas de ortografía y gramaticales de los candidatos a docentes, una situación que tiende a desembocar en un perverso círculo vicioso”.
No es la primera vez que, en los últimos años, la deficiente formación lingüística de los españoles –ya sean alumnos o profesionales- pasa a ser noticia en los medios de comunicación.
Y ante esta reiterada situación, cabe preguntarse qué es lo que está fallando.
Académicos de renombre como Ignacio Bosque o Inés Fernández-Ordóñez señalan la falta de exigencia por parte de los profesores a la hora de penalizar las faltas de ortografía, acentuación o puntuación. También son muchos los que culpan a las nuevas tecnologías como responsables directos del aumento de los errores ortográficos y gramaticales que se cometen entre la población más joven. Escribir en WhatsApp, Twitter, o Facebook, parece no exigir una corrección idiomática.
Sin embargo creo que, como profesora universitaria de Lengua Española, con una dilatada trayectoria en las aulas, puedo sugerir que el problema al que nos enfrentamos es más complejo. Es cierto que las nuevas tecnologías facilitan una escritura breve, concisa y que, en muchas ocasiones mediante emoticonos, propician lanzar contenidos con muy poca reflexión lingüística. Pero nuestros alumnos, no nos engañemos, no se expresan únicamente de esta manera.
El quijotesco anhelo de que la RAE reine y también gobierne
La falta de preocupación por el uso correcto de nuestra lengua se integra perfectamente en una sociedad donde el “todo vale” se convierte en leitmotiv (germanismo innecesario) de jóvenes y no tan jóvenes. Son mucho los alumnos –y también los profesionales- que ceden la responsabilidad del buen uso de la lengua al corrector de los ordenadores, sin darse cuenta de que las palabras homónimas no van a ser jamás corregidas por estos, y sin ser conscientes de que la redacción es responsabilidad de quien escribe y no de la tablet, o programa informático correspondiente.
Mis alumnos, desde hace años, realizan trabajos voluntarios en los que recogen errores ortográficos, de tildes, de puntuación o de gramática normativa que encuentran en los medios de comunicación, en la publicidad, en los rótulos (fíjense en el metro de Madrid, donde las tildes parecen no existir…), etc.
Son trabajos que hacen –en la mayoría de las ocasiones- con interés, y donde descubren, con cierto humor, “lo mal que hablamos y escribimos”.
El problema es que esta recogida de datos evidencia un hecho que, lejos de ser algo anecdótico, se convierte en algo cotidiano. Parece como si cada vez fuera menor el interés por usar de manera correcta nuestra lengua, y solo cuando suceden hechos como los que se describen al principio de estos renglones, volvemos a levantar nuestra voz haciéndonos eco de un problema que parece no tener fácil solución. Nos olvidamos de que si no cuidamos nuestra lengua, tampoco cuidaremos nuestro pensamiento, y, como consecuencia, aquello que queremos transmitir. Decía Gerardo Diego que las palabras son “seres con alma y espíritu”, y yo lo creo, pues con ellas ofrecemos todo lo que somos.
No nos dejemos llevar por el “todo da igual”. Nuestros primeros académicos lo vieron muy claro y ya en el Discurso proemial de la ortographía de la lengua castellana, incluido en el primer tomo del Diccionario de Autoridades (1726), decían: “Una de las principales calidades, que no solo adornan, sino componen cualquier idioma, es la ortografía, porque sin ella no se puede comprender bien lo que se escribe, ni se puede percibir con claridad conveniente lo que se quiere dar a entender”.
La importancia de la corrección idiomática . ¿Son necesarias las pruebas de ortografía?
Tomémonos muy en serio la importancia de una buena corrección idiomática y no nos olvidemos de que, en esta tarea, todos somos responsables, y no solo los profesores de Lengua. Decía Lázaro Carreter que “todo profesor que enseña en español es profesor de español”. Y yo me atrevo a añadir que no solo los profesores, sino todos los que tenemos la lengua española como medio de comunicación. El cuidado de nuestra lengua nos corresponde a todos, pero debe venir apoyado y fomentado por nuestros responsables políticos en materia de educación: ¿leeremos alguna vez que la nota exigida para optar a los grados de Magisterio es igual a la del grado en Medicina?…
Tal vez entonces podamos hacer verdad aquello que se propusieron nuestros académicos en los comienzos de su andadura: “Instruir a nuestra juventud en los principios de su lengua, para que hablándola con propiedad y corrección, se prepare a usarla con dignidad y elocuencia” (Prólogo de la Gramática de la Lengua Castellana, compuesta por la Real academia Española, 1771).