Marcos Hermosel | 30 de enero de 2017
Una imagen vale más que mil palabras, y si además esa imagen se mueve y tiene música vale diez mil o un millón, pensarán muchos. De sobra sabemos que esto es una verdad a medias, y esas suelen ser las peores mentiras.
Hablamos de lenguajes diferentes que no admiten equivalencias, o al menos no sin perder parte de su valor. No podremos resumir con palabras un cuadro de Velázquez, un fotografía de Cartier-Bresson, un secuencia de John Ford… Tampoco se pueden convertir en imagen o vídeo los versos de Garcilaso, los sabrosos vaivenes de la prosa de García Márquez, la compleja búsqueda de los grandes filósofos, el profundo canto de los salmistas. Ni siquiera las descripciones, que a menudo hablan del estado emocional de los personajes. ¿Cómo traducir en imágenes una metáfora?
La palabra es lenta y permite ser rumiada, se dirige de una intimidad a otra y enciende la jugosa imaginación del hombre, busca la verdad con denodado esfuerzo y se comunica desde el inicio de los tiempos con otros hombres que han nacido milenios después. Una palabra de Faulkner, de san Pablo, de Platón vale más que mil imágenes. Habrá por tanto que reivindicarla siempre desde la educación. Y yo, que soy filólogo y profesor de youtubers, tengo esa bella y ardua tarea.
Pero el vídeo es el nuevo lenguaje del milenio. No lo han inventado las nuevas generaciones, pero en cierto modo sí, porque si bien la imagen en movimiento como arte y expresión artística en el cine ha sido próximo a todos nosotros, como herramienta de comunicación, de ocio, de diversión breve y cotidiana, de información a la carta… es más propia de las últimas generaciones.
Internet ha dado vida a una metodología invertida como el flipped classroom, donde los alumnos aprenden los contenidos online a través de plataformas digitales y después practican en el aula con la dirección del profesor
El docente puede entonces elegir entre apartar el vídeo en nombre de cierto purismo académico que desprecie la realidad de nuestros alumnos, o aprovechar una herramienta tremendamente poderosa. No seríamos los primeros, entre los youtubers no solo se cuentan muchachillos llenos de granos hablando de videojuegos.
Salman Khan, por ejemplo, fue un brillante alumno del MIT, donde obtuvo una licenciatura en matemáticas, una en ingeniería eléctrica y ciencias de la computación, y una maestría en ingeniería eléctrica y ciencias de la computación. Cuando le pidieron ayuda para dar clases algunos familiares y amigos, pensó que lo más práctico sería grabar clases y colgarlas en youtube. Hoy tiene una plataforma de vídeos sobre temas tan dispares como matemáticas, biología, química, física, finanzas o historia y casi tres millones de subscriptores.
Muchos millones de personas aprenden con Khan academy u otras plataformas virtuales como Coursera, Wedubox, edX y Udacity. Internet ha provocado una enorme y fascinante corriente de autoaprendizaje que ha puesto en crisis la figura del profesor y ha dado a luz, entre otras cosas, una metodología invertida como el flipped classroom, donde los alumnos aprenden los contenidos online a través de plataformas digitales como la excelente edpuzzle y después practican lo aprendido en el aula con la dirección del profesor. Este deja así de ser el único punto de información y agente de la enseñanza y pasa a ser un acompañante, un guía en el itinerario que emprenden los alumnos. Este cambio de mirada es quizá el eje de la innovación educativa: los alumnos son los verdaderos protagonistas del aprendizaje.
El docente puede elegir entre apartar el vídeo en nombre de cierto purismo académico que desprecie la realidad de nuestros alumnos, o aprovechar una herramienta tremendamente poderosa
Los vídeos no solo constituyen un excelente punto de partida, resultan motivadores, inspiradores y muy capaces (apoyados en la música) de provocar impactos emocionales (de la relación entre aprendizaje y emoción habría que hablar largo y tendido), transmiten una información que permanece de manera más perdurable en la mente de los alumnos, permiten recreaciones históricas, científicas… Evidentemente, no pueden (ni deben) sustituir la literatura, el análisis profundo, la reflexión que es fundamentalmente verbal, pero en esta época fascinante y compleja, el docente ha de ser alguien nómada, en constante búsqueda y autoevaluación.
Es esa continua revisión metodológica debe estudiar cómo son sus alumnos, cómo aprenden y ven el mundo. Sólo en ese acercamiento, el docente se convierte en verdadero maestro, porque nuestro fin nunca ha sido enseñar, el objetivo de todo profesor es que sus alumnos aprendan, que no es ni mucho menos lo mismo.