Redacción El Debate | 20 de julio de 2017
Entrevista con el periodista Antonio Pampliega
Antonio Pampliega lleva más de 10 años trabajando como periodista en zonas de conflicto (Afganistán, Iraq, Sudán del Sur, Somalia, Ucrania…). En una de sus incursiones en Siria, su fixer, un guía local que respondía al nombre de Usama, lo traicionó y fue secuestrado por Al Qaeda junto a sus compañeros de profesión Ángel Sastre y José Manuel López. A lo largo de la entrevista, hemos podido conversar con él sobre los 299 días de cautiverio, una experiencia que ha recogido en su libro En la oscuridad (Planeta de Libros, 2017). El reportero nos ha hablado sobre sus conversaciones con Dios en esos duros momentos, las razones por las que el yihadismo ha captado a ciudadanos occidentales, la situación actual del periodismo o el futuro de la guerra en Siria y Afganistán.
David Vicente: Hace más de un año que lo pusieron en libertad tras su secuestro. Detállenos los antecedentes de ese viaje a Siria, cómo se decidió y en qué condiciones fue, en su calidad de freelance.
Antonio Pampliega: Preparé el viaje a Siria durante un año, porque en el anterior, en mayo y junio de 2014, estuve con José Manuel López [periodista] y encontramos a un grupo de civiles que se llaman los “cascos blancos”, que rescataban a la gente de los edificios destrozados por los bombardeos. Estuvimos solamente conviviendo con ellos cinco días, pero vimos que esa historia tenía potencial y merecía la pena ser contada. Durante un año, trabajé el contacto de Usama, que estaba sobre el terreno y me iba dando la evolución día a día en la guerra. Me prometió que podíamos tener contacto con los cascos blancos durante diez días, convivir con ellos en sus centros logísticos y que no iba a haber ningún tipo de problema porque nos iba a conseguir seguridad y una escolta por parte de Arahal Siam, que es un grupo rebelde. Estuve tanteando a otros compañeros que habían estado sobre el terreno, que tenían contacto con Usama y todos me dijeron que era una persona de confianza, que no parecía que tuviera vínculos con grupos yihadistas. Los tres colegas periodistas decidimos ir a Siria porque en Yemen estaba bastante más complicado entrar, era mucho más caro y teníamos que esperar dos semanas a que nos acompañaran otros dos compañeros. Dijimos: primero vamos a Siria, salimos de Siria y continuamos con Yemen. Pero, por desgracia, no pudo ser así. Nuestro objetivo era estar durante diez días trabajando con los cascos blancos porque creíamos, y en este momento lo seguimos creyendo, que esa historia merecía ser contada. Esa historia después la acabó haciendo Netflix y ganaron un Oscar.
Pablo Casado: Una guerra como la de Siria tiene muchas historias dentro y, al final, los periodistas que la están cubriendo se conocen entre sí. Cuando se preparan estos viajes, ¿se valoran los riesgos o prima el periodismo, el querer contar al mundo una historia, como la de los cascos blancos, que interesa y tiene premios?
– Intentamos que prime la seguridad de los periodistas. El problema es que en las guerras nadie nos asegura que vayamos a salir con vida, porque matan a civiles, soldados, personal médico y también a periodistas. Lo que tenemos que asumir es: nos pueden secuestrar y podemos acabar heridos o muertos. Una vez esto está asumido, se decide si vamos o no. Antes del secuestro, el periodismo era lo más importante en mi vida, lo anteponía a mi vida personal, a mi vida familiar, no solamente por tema de egos, de vanidad e incluso de premios, sino porque creía que cualquier historia –en este caso, la de los cascos blancos– merecía la pena ser contada. Y, si para ello tenía que dar mi vida a niveles muy altos, lo iba a acabar haciendo. Cuando entramos en Siria, una semana antes habían secuestrado a Jumpei Yasuda [periodista japonés], que todavía sigue secuestrado a día de hoy y va a hacer dos años. Nosotros lo sabíamos y, aun así, decidimos ir, cuando todo parecía indicar que el riesgo de secuestro en nuestro caso iba a ser bastante alto, del 70-80%. Además, se multiplicó cuando Usama nos hizo una foto y la colgó en Facebook; se puso al noventa y tantos por ciento. Pero siempre tratamos de medir los riesgos. Conocí a Usama un año antes y me lo estuve trabajando, traté de ganarme su confianza.
Estuve tanteando a otros compañeros que habían estado sobre el terreno, que tenían contacto con Usama y todos me dijeron que era una persona de confianza, que no parecía que tuviera vínculos con grupos yihadistas
Me había comunicado también con otros contactos que yo tenía y lo habían chequeado; o sea, en mi caso no se va a lo loco. Lo que pasa es que en una guerra como la de Siria, después de cinco años la gente no tiene absolutamente nada. Al Qaeda le dio mucho más dinero a Usama y a Buhamsa, su amigo el conductor, que lo que le íbamos a reportar nosotros durante diez días de trabajo. Con eso no podemos competir, es uno de los problemas del periodismo actual, sobre todo siendo freelance. Si los medios nos pagasen lo que realmente valen las crónicas y nuestro trabajo, hubiéramos podido contratar una escolta armada. Con escolta, el riesgo de secuestro baja, porque el grupo que te va a tratar de secuestrar ya sabe que es posible que tenga un enfrentamiento armado, entonces ya no es tan fácil. Pero una escolta en Siria costaba 1.200 dólares al día. Teniendo en cuenta que los medios de comunicación españoles pagan 35 euros por crónica, no podíamos estar ni diez minutos con escolta.
P.C.: Van en unas condiciones en la que se juegan la vida prácticamente por unas crónicas que tienen un valor de mercado, pero, a pesar de ello, la gente sigue yendo a la guerra. Aunque trabajas con contactos, te estás jugando la vida. ¿Hay algún tipo de solución, cree que esto sirve para que alguien se dé cuenta de que no puedes mandar a un periodista?
– No, no sirve de nada, porque a los medios de comunicación les da exactamente igual lo que nos pase. La prueba de ello es que tengo amigos en Mosul que han ido en las mismas condiciones. Es decir, crónicas a 30, 50 o 100 euros en un sitio en el que todos los días hay 5 o 6 terroristas suicidas que se inmolan. A los medios de comunicación les da exactamente igual. A pesar de que siguen teniendo beneficios, prefieren comprar de agencia y se olvidan. Los medios extranjeros nos tratan mejor que nos pagan, mucho mejor que los medios nacionales. Veo a mi generación trabajando y hay gente que tiene premios Pulitzer y World Press Photo, pero que no trabaja con medios españoles, sino con medios extranjeros. Entonces, la pregunta es: ¿qué estamos haciendo mal? Si somos nosotros, los periodistas freelance, los que no valemos o sois vosotros, los medios de comunicación españoles, que no sabéis lo que tenéis entre manos, porque los medios siguen dando beneficios. Durante estos seis años que ha durado la guerra de Siria, ha habido, si no me equivoco, dos Eurocopas, dos Juegos Olímpicos y un mundial. A todos esos eventos han mandado enviados especiales los medios de comunicación, a la guerra de Siria no. ¿Por qué? Si no hay dinero, no hay dinero para nada. Y, aparte, en la Redacción hablábamos un día cómo se cuenta la guerra. Yo creo que entronca con el clic bay, que es la palabra de moda en el periodismo.
P.C.: ¿Cree que también la guerra se está empezando a vender con clic bay? Porque lo que te venden es lo peor de la guerra, no un reportaje que requiere un esfuerzo, sino la última decapitación del Estado Islámico, las escenas más crueles…
– Al final, nos estamos basando en la cultura del clic. Cuantos más clics, pensamos que la noticia es mejor. Y, si te das cuenta, te vas a lo más visto de los periódicos y todo tiene relación con sexo, con cosas triviales, con cosas naif. ¿Qué mensaje estamos mandando a la sociedad? Y el problema es que no nos estamos dando cuenta de que, al contar mal las guerras, la gente no está entendiendo de dónde huyen los refugiados que están llegando a Europa. Todavía ayer, el ministro del interior, Juan Ignacio Zoido, dice que las ONG van ahí a salvarlos y que por eso ellos vienen aquí. No, mire usted, es que los sirios están huyendo de la peor guerra del siglo XXI, con más de medio millón de muertos, seis millones de refugiados y diez millones de desplazados internos.
Durante estos seis años que ha durado la guerra de Siria, ha habido dos Eurocopas, dos Juegos Olímpicos y un mundial. A todos esos eventos han mandado enviados especiales los medios de comunicación, a la guerra de Siria, no. ¿Por qué? Si no hay dinero, no hay dinero para nada.
Allí no se quiere quedar nadie, ya sean sirios, subsaharianos o de Bangladesh. Pero hay que explicarlo y los medios de comunicación no están haciendo esa labor. Simplemente cuentan que viene gente en patera, pero nadie se pregunta: ¿de dónde vienen, por qué vienen, vosotros estaríais ahí? No nos ponemos en su piel, no empatizamos. Nuestra labor, que es la de informar, la hemos cambiado y ahora no informamos, ahora entretenemos. Hace unos días, en un telediario nacional, pusieron dos noticias de internacional: una, cómo estaba a punto de tomar Mosul el ejército iraquí, y la otra, cómo un señor de 73 años en California había metido su coche en una piscina. Eso no es información, eso es entretenimiento y para eso ya tenemos otros programas, que también tienen su hueco y su nicho en la televisión española.
Hilda García: A su vuelta de Siria, parece que los medios de comunicación están más interesados en que conceda entrevistas que en las crónicas que hacía en Siria y, además, ninguno parece querer contratarlo para una colaboración. ¿Lo que se valora es el morbo?
– Lo que tiene que quedar claro es que yo no he concedido ninguna entrevista donde me han pagado. Sí que me lo ofrecieron. Durante los meses del secuestro, en España se publicó que habíamos compartido cárcel o celda con el periodista japonés Jumpei Yasuda. Los medios japoneses nos llegaron a ofrecer 2.000 dólares por una entrevista. Pero es que nosotros nunca estuvimos con Jumpei, por lo que, obviamente, la rechazamos y yo no voy a dar una entrevista cobrando. Pero sí es verdad que cuando llegué a España, que fue el domingo 8 de mayo de 2016, el lunes siguiente un medio nacional empezó a llamar a todos los Pampliega de mi pueblo, hasta que llegaron a mi casa porque querían hablar conmigo. O sea, no les interesaba más allá de lo que habían sido esos 10 meses y, sobre todo, por qué había estado separado 204 días. Durante mucho tiempo, decidí ponerme bien y, cuando ya estuviese repuesto, contar mi historia como yo quería contarla y no regalársela a nadie. No dejar que nadie la manipulase. Lo que realmente me da pena -y me preguntan muchos compañeros- es: ¿nadie te ha ofrecido nada durante estos 14 meses que llevas en libertad? Ningún medio de comunicación salvo, ahora, Melchor Miralles, que me ha ofrecido ir a Venezuela 10 días con todos los gastos pagados. Es la primera vez en mi vida que me voy con todo cubierto y sin preocuparme por dónde voy a dormir porque, si no, no voy a recuperar toda la inversión. Aparte de eso, nadie se preocupa por nosotros, pero ya había pasado con otros compañeros en anteriores secuestros. Uno de los tres –Ricardo García Vilanova, Marc Marginedas y Javier Espinosa-, Ricardo, era freelance, lo sigue siendo y los medios le han dado también un poco de lado. Eso no va a cambiar.
D.V.: En el ámbito de los medios, ¿se sienten ustedes presionados o, por el contrario, defendidos en sus deberes profesionales por partidos políticos, sindicatos, instituciones e incluso otros compañeros?
– Yo no me siento protegido ni arropado por nadie: ni por sindicatos ni por asociaciones de la prensa ni por directores de periódicos… Quizá por algún compañero que está pasando por lo mismo, y en muy pocas ocasiones. Somos un gremio demasiado egoísta y, hasta que no nos pase o no nos pasa, no nos vemos en esa tesitura, porque nos estamos mirando todo el rato el ombligo. Antes era muy combativo contra los medios de comunicación, ahora tengo una posición en la que, por suerte, ya me da igual. Voy a seguir mi camino, haciendo lo que me gusta porque ya tengo un nombre hecho.
He entrado en Siria 12 veces, he estado en Afganistán, Iraq, Sudán del Sur, Somalia, Ucrania. ¿Qué más tenía que hacer? Pero me han secuestrado y ahora soy famoso.
No ha sido durante 299 días, sino durante 10 años en los que he podido ganarme la vida haciendo lo que hago. Pero me pregunto, ¿y todos los chavales que vienen por detrás?, ¿qué va a ser de ellos? Pero es su guerra, yo ya he luchado la mía, no voy a estar pegándome todos los días; no tiene sentido, porque al final la cara de esto siempre soy yo. Ya lo hice en su momento, escribí una carta a El País, que se llama “Pagando por ir a la guerra”, donde lo explico -y creo que es de las primeras veces que se explica-. Los freelance tenemos que pagarnos el billete, el fixer, la comida, el hotel, todo. Vamos a zonas de guerra de donde la gente huye y perdemos dinero, además de jugarnos la vida. La gente puso el grito en el cielo. ¿Ha cambiado algo? No. Eso fue en 2010; hoy, en 2017, la situación va a peor. Pagaban mucho mejor en 2010.
P.C.: Viendo su libro, me ha llamado la atención que, a pesar de contar una historia dramática, en esas cartas que escribe a tu hermana desde el secuestro introduce chascarrillos. En el peor momento, ¿tenía tiempo para el humor?
– Tiene que haber un hueco. No puede ser todo drama, ¿te imaginas 299 días de drama? Ya pasé momentos muy duros, en los que me eché al suelo a morir, porque no quería seguir luchando por mi vida. Entonces, tiene que haber momentos, aunque sean mínimos, de humor negro, de decir: aunque me lo hayan cambiado todo, aunque me hayan hecho muchas cosas, me sigo reconociendo. Cuando mis amigos han leído el libro han dicho: “está escrito como tú hablas y con ese humor que has transmitido durante muchísimos años”. Sobre todo, me lo decían mis compañeros del colegio: “nos reconocíamos cuando ponías los motes a los secuestradores”. Me decían, como tú, que se habían reído. También han llorado, pero se han reído mucho cuando ponía los motes: “¡Qué ocurrencia!”. Había esos momentos que, a lo mejor, te mantenían cuerdo tan solo un día, de modo que también lo quería transmitir así.
D.V.: En cuanto al libro, ¿le ha ayudado para el ejercicio profesional actual?
– Me ha ayudado a que mi nombre sea un poco más reconocido o que esté en boga en los medios de comunicación y en otras instituciones que no me reconocían o no me conocían. Lo que sí ha hecho es que haya muchas facultades de Periodismo o fundaciones que me ofrecen ahora dar conferencias, porque no solamente han leído el libro, sino que me han visto en los medios de comunicación dando entrevistas y han dicho: “este chaval, además de escribir una historia potente, sabe comunicar bien”. Parece como que ahora me han descubierto, pero lo que siempre repito es que hoy soy así, pero era así antes del secuestro. Los 299 días del secuestro no han sido una master class. Yo ya era así antes, lo que pasa es que, si no me hubiera sucedido esto, no me habrían ofrecido todo lo que me están ofreciendo, que es una de las cosas más tristes y me da mucha rabia. Si no me hubiesen secuestrado, nadie habría reconocido mi trabajo. Como te he dicho, he entrado en Siria 12 veces, pero es que antes he estado en Afganistán 5 y me he tirado 6 meses viviendo allí, he estado en Iraq, Sudán del Sur, Somalia, Ucrania. ¿Qué más tenía que hacer? Pero me han secuestrado y ahora soy famoso.
D.V.: ¿Y ha servido el libro para que se tome algo de conciencia de los riesgos que entraña el trabajo periodístico en las zonas que menciona?
– No creo. Habría que preguntar a los medios de comunicación que tienen algún tipo de convenio con compañeros freelance que están sobre el terreno si tienen escolta armada, si van con seguro de vida o con chalecos antibalas y casco. Me gustaría saberlo. Que sean ellos los que lo digan. Es una pregunta a la que tienen que responder ellos.
H.G.: Toda experiencia en la vida te aporta algo y de todas ellas se aprende. ¿Cómo ha cambiado su vida y cómo ve su presente y su futuro tras el secuestro?
– Me gusta decir que es una lección que no quiero que se me olvide. Es una lección muy dura, pero también quiero que me sirva de cara al futuro. A partir de ahora, ningún reportaje merece que me juegue la vida hasta extremos tan altos como había ocurrido antes. Por ejemplo, había ido 10-11 veces a Siria y me han secuestrado en esta, pero me podrían haber secuestrado mucho antes. Recuerdo en 2013, dos días después de que secuestraran a Ricardo y a Javier en Raqa, a nosotros –Ángel Sastre y José Manuel López– nos paró el Estado Islámico en Alepo y nos iban a secuestrar de no haber llevado escolta armada, que pagaba France Press, un medio de comunicación internacional que nos dijo: “no trabajáis sin escolta”. Nos pagaron una escolta y por eso no nos secuestraron. Empezaron a hablar entre ellos, enseñaron los papeles y estábamos bajo protección de la Liwa al Tawhid, que en ese momento era la unidad militar más grande de Alepo. Y dijeron: “vale, sin ningún tipo de problema”. Y podíamos entrar y salir. Eso ha cambiado, ya no me voy a jugar la vida hasta esos límites. He estado trabajando en Iraq, pero no he puesto un pie en la ciudad de Mosul, porque no se han dado las circunstancias. En otro momento, me hubiese empeñado en ir, pero en este caso no ha sido así. ¿Que no puedo ir? No pasa nada. Hay otras historias detrás: historias de refugiados, de hospitales, historias humanas que también merece la pena ser contadas.
Antes del secuestro, el periodismo era lo más importante en mi vida, lo anteponía a mi vida personal, porque creía que cualquier historia –en este caso, la de los cascos blancos– merecía la pena ser contada.
Y en el terrero personal, ahora primo más la familia. Antes me perdía cumpleaños, Navidades, vacaciones. Ahora no. Por ejemplo, ahora en septiembre me voy con mis dos hermanos una semana a Portugal. Es la primera vez que me voy con mis dos hermanos de vacaciones. Sí que ha cambiado. Como te digo, es una lección que me ha servido para valorar lo que realmente merece la pena en la vida y son muchas veces las cosas que dejamos aquí. Te tiene que pasar algo así para que te des cuenta de lo que dejamos atrás. Durante 299 días –y eso está reflejado en el libro– el sentimiento de culpa hacia mi familia era tan alto que lo primero que hago cuando llamo a mi madre es pedirle perdón y, a día de hoy, lo sigo haciendo. Porque yo antepuse mi ego, mi vanidad y mis premios a mi familia y los dejé de lado. Y ellos, en vez de reprocharlo –que podrían haberlo hecho– me dijeron: ¿necesitas algo?, ¿qué necesitas para continuar con tu trabajo? No lo dejes.
D.V.: ¿Cómo se produjo la historia y cómo fue la traición de su fixer?
– Estábamos trabajando en la ciudad vieja de Alepo, haciendo un reportaje de los últimos cristianos que estaban viviendo en la zona rebelde. Eran –digo eran, porque desgraciadamente puede que ya estén muertos–unos ancianos que vivían en un antiguo convento. Estuvimos con ellos toda la mañana y el siguiente reportaje que queríamos hacer ese día era sobre el casco histórico: la mezquita omeya y el bazar, que estaba prácticamente destrozado por los bombardeos. Queríamos tratar de explicar a la gente cómo había quedado lo que era hasta ese momento patrimonio de la humanidad por la UNESCO. En esta ruta, el conductor toma un camino que no nos llevaba hacia la ciudad vieja. Yo, que había estado muchas veces, entendía que por ahí no se iba. En aquel momento, él detiene el coche, asoma la cabeza por la ventanilla dando la señal de “somos nosotros”, vuelve a reanudar la marcha y de la nada aparece una furgoneta que nos corta el paso. Se abre la puerta de atrás y se bajan seis hombres armados y nos encañonan. En ese momento, y solamente en ese momento, te das cuenta de que te acaban de secuestrar. Es lo malo que tiene el secuestro, que hasta que no te pasa no lo ves. La primera pregunta que nos hacemos –o que yo, por lo menos, me hago– es la de ¿estamos muertos? y ¿quién nos tiene? Sobre todo, la de quién nos tiene, porque si nos tiene el Estado Islámico teníamos claro que no estábamos aquí, que nos iban a ejecutar.
P.C.: También llama la atención cómo incluso llegan a tener una relación con sus secuestradores, con los yihadistas, con los terroristas de Al Qaeda. No sé si al final ayuda tener una personalidad abierta o darse cuenta de dónde estás.
– Bueno, sobre todo en los 45 días que pasamos desde agosto hasta octubre, estamos en una casa con 6 personas a las que yo no definiría como terroristas, ni siquiera como yihadistas. Creo –es mi sensación personal– que era gente normal, afines obviamente a Al Qaeda, pero que tenían sus trabajos normales. Uno de ellos tenía un cibercafé, iba de vez en cuando a trabajar, solamente venía a la casa por la noche para hacer la guardia y el resto del tiempo lo pasaba allí. Otros eran agricultores, pero Al Qaeda les dio un dinero por tenernos en una casa. Nunca nos pusieron la mano encima, nunca nos amenazaron, nunca nos dijeron absolutamente nada ni nos gritaron, nunca. Era un trato normal, gente que está en determinadas circunstancias y les han dado dinero para que trabajen, pero podrían haber sido condiciones bastante leoninas, de “os encierran aquí, no digáis nada, no habléis”. Al contrario, nos preguntaban: “¿qué queréis de comer?, ¿os encontráis bien?, ¿necesitáis ir al baño?” Incluso, si teníamos problemas estomacales, nos daban medicinas. En todo momento se preocupaban por nosotros. Con uno de ellos, con el más joven, tengo una relación de igual a igual, porque era un chaval de 19 años; él quería jugar al ajedrez, yo tenía un tablero que me compraron ellos y le enseñé a jugar. Y, después de jugar todos los días 4 o 5 horas, al final a esa persona –llámala yihadista o terrorista– acabas entendiéndola. Entiendes a un chaval con 19 años que tiene una niña pequeñita, recién nacida, de 6 meses, y que cuando empezó la guerra tenía 14 años. Dejó el colegio, dejó cualquier tipo de esperanza de cara al futuro de ser alguien porque en su país estalló una de las peores guerras. Este chaval, ¿qué hace? Coge las armas. ¿Por qué? Porque nuestros abuelos también lo hicieron en la guerra civil. Este tipo no quería venir a España a atentar. En ningún momento dijo eso. Él dijo: “Me da igual. Yo no quiero recuperar ni Al-Andalus. Yo lo que quiero es echar a Bashar Al Asad y ser libre, libre a mi modo”. Porque ellos me decían: “¿Democracia? Democracia ya la tenemos aquí” -y siempre ganaba Bashar Al Asad, además, con un 90% de votos-. «Democracia para vosotros, occidentales. Nosotros tenemos la sharia y, sobre todo, queremos que nos dejéis en paz y ser nosotros quienes manejemos nuestro país, que para eso es nuestro. No queremos ir a atentar a ningún sitio, porque no nos habéis hecho nada”. Llamar a esta gente terrorista, bueno, quizá terroristas también son los presidentes que fomentan guerras. El Estado Islámico nace por la invasión de Iraq, porque no se va a acabar con Sadam Hussein, el objetivo es el petróleo. Y desmantelas un país, desmantelas la policía y desmantelas el Ejército. Esa gente tiene que seguir comiendo, tiene que seguir alimentando a su familia. ¿Qué hace? Está en manos de Al Qaeda y es gente entrenada militarmente, eso es Estado Islámico hoy. Son gente profesional. Y luego, por supuesto, están todos los yihadistas que han venido de Europa. Pero una de las cosas de las que la gente no se da cuenta es de que, a día de hoy, ha habido más occidentales o más europeos asesinando a gente en Siria y en Iraq que sirios e iraquíes asesinando a gente en Europa. De hecho, no hay ningún sirio ni ningún iraquí que en los atentados de Manchester, Londres, París o Bélgica haya estado involucrado. En cambio, hay occidentales que han ido allí y han decapitado a sirios e iraquíes. Pero ellos son los terroristas, nosotros no.
P.C.: A una persona que está en Occidente, que se supone que tiene una educación, ¿qué le lleva a ir a Siria a matar?
– Le lleva la frustración. Que la gente lo señale por la calle porque es diferente le lleva a no tener un sentimiento de pertenencia, porque ellos son occidentales que hablan nuestro idioma, se han criado en nuestra cultura, pero no se sienten parte de ella porque los metemos en guetos. Si te vas, por ejemplo, a Bélgica y visitas Molenbek, te das cuenta de que es un gueto, no hay muros, pero todos los que viven allí son los mismos, es decir, musulmanes de clase baja, y el paro es muchísimo más alto que en el resto de Bélgica. Esos chavales no tienen ninguna forma de crecer en su día a día, están frustrados, en esto se basa el Estado Islámico.
Una de las cosas de las que la gente no se da cuenta es que, a día de hoy, ha habido más occidentales o más europeos asesinando a gente en Siria y en Iraq que sirios e iraquíes asesinando a gente en Europa
Tienen gente que usa su frustración para captarlos, porque el Estado Islámico y Al Qaeda funcionan igual que las sectas, te van absorbiendo poco a poco. Te dicen: “¿qué necesitas para ser importante? Yo te lo doy. Tienes mujeres, tienes armas, tienes lo que tú quieras. Con nosotros eres alguien. Esta gente te señala, no te da trabajo, te insulta por la calle. Yo te voy a dar motivos para que formes parte de algo importante”. Ya tienes captado a un chaval con 18 años, que es súper maleable. De hecho, los mejores soldados en las guerras son los niños, porque no te cuestionan. Si te das cuenta, el perfil del yihadista siempre es el mismo: educación baja, de segunda o tercera generación, que están frustrados. La pregunta es: ¿qué hemos hecho mal en Occidente para que nuestros semejantes que viven aquí con nosotros hagan eso? ¿Qué lleva a un chaval de Manchester, un antiguo rapero, a viajar hasta Raqa, coger un cuchillo y decapitar a Jim Folley, un norteamericano occidental como él? ¿Qué hemos hecho mal? Porque hay que volver a hacer hincapié: no es sirio ni es iraquí, es británico.
P.C.: Y a todo eso hay que sumarle una religión basada en el Corán, un texto que, si no se analiza –en su libro comenta que no saben identificar alguna palabra y había alguna sura que no entendían-, en su esencia habla de esa violencia, de matar al que no opina lo mismo.
– Sí, pero también lo hace la Biblia. Si lees el Antiguo Testamento, Dios castiga al pueblo cuando empieza a adorar a otros ídolos. De hecho, cuando Moisés baja con las Tablas, dice: “Hasta que no muera el último de vosotros, no iréis a la Tierra Prometida” y pasan 40 años. Ni siquiera Moisés llega a Canaán. Pero es un texto escrito hace 2.000 años. El Corán está escrito hace 1.800. Es un texto que está bien para leerlo, pero no lo sigas al pie de la letra. El problema es que hay gente –los imanes– que lo sigue al pie de la letra y se encarga de dar la vuelta a las partes que no están claras para que la gente lo lea y lo siga según ellos. Alguno de mis secuestradores, por ejemplo, Tom, con 19 años, no había leído otro libro que no fuera ese. Se pasaba todo el día leyéndolo, y como él, otros tantos chavales. ¿Por qué? Porque la guerra les robó la educación y llegaron los imanes a las mezquitas: “toma, lee esto.” Y con 14-15 años, lo llevas al pie de la letra. Uno de ellos no me tocaba porque yo era infiel, pero es que lo pone en el libro, que el infiel no puede ser tu amigo. Ese tipo no me daba la mano porque yo estaba sucio. O, cuando ellos me dan el Corán, me dicen: “si tocas el texto en árabe, te voy a pegar.” Y yo les pregunto: “¿por qué?”. Y dicen: “Porque el texto viene de Dios y tú eres un infiel y estás sucio. No puedes tocar el texto y, como lo toques, te voy a pegar de verdad”. Y, como tenían cámaras de seguridad, decían: “Te voy a ver.” O sea, lo llevan al extremo. Lo que hay que entender es que es un libro escrito hace 1.800 años y siguen pensando que están en esa época. No, la gente evoluciona.
D.V.: ¿Los secuestradores tuvieron momentos de sinceridad con usted?
– Durante los últimos 204 días de secuestro, era complicado tener momentos de sinceridad o de trato humano, porque a mí me tenían encerrado en una habitación y solamente entraban para darme de comer o cenar o para interrogarme o pegarme. Salvo uno de ellos, que sabía un poco de inglés y tenemos un par de conversaciones mientras me está tratando de convertir al islam. Se sinceró conmigo y me dijo: “tengo 28 años, he estudiado Derecho en la facultad de Alepo. Soy abogado, hablo un poco de inglés. Antes era un mal musulmán, porque fumaba y eso está prohibido. Me he dado cuenta, después de la guerra, hablando con gente de Al Qaeda y con imanes, de que estaba confundido e iba por mal camino. Ahora tengo 28 años y nunca he hablado con ninguna mujer, porque las considero el diablo”. Entonces, dices: ¿qué han hecho con este chaval? Que ha estudiado, tiene una educación -no es un agricultor, como podía ser mi abuelo hace 80 años-, este chaval habla inglés. Le han comido la cabeza. Y él me decía: “si mañana llega el jefe de la unidad militar y me dice: ‘te tienes que poner un cinturón bomba o tienes que llevar un camión repleto de explosivos e inmolarte contra un puesto militar’, yo lo hago y no lo dudo, porque para eso estoy aquí, para dar mi vida por Dios”. Dices, ¿en qué momento este chico ha pasado de un extremo a otro?, ¿qué le ha pasado por la cabeza? Y, al final, lo que le ha pasado por la cabeza es una guerra que le ha acabado cambiando la vida. O sea, el contexto le ha influido. Este chaval no nació malo, las circunstancias de la vida lo han convertido en un yihadista.
D.V.: Y después de 299 días, ¿les guarda rencor?
– No les perdono, pero no por lo que me hicieron o me dejaron de hacer, sino por lo que sufrió mi familia. Y yo no los odio, en realidad, con el tiempo les llegué a perdonar porque no tiene sentido odiar a gente que es posible que esté muerta. Tom, dos días antes de que nos moviesen en octubre, se fue para Alepo. Alepo fue machacada por los rusos, es posible que ese chaval esté muerto. ¿Tiene sentido odiar a un muerto? ¿Tiene sentido odiar a gente que sigue viviendo en una guerra o que, a lo mejor, se pasa el resto de su vida viviendo en una tienda de campaña porque no puede volver a su país, a Siria? No, la victoria es no odiarlos, porque ellos nos odian y nos echan la culpa de todo. El odio engendra venganza, la venganza engendra violencia y esto es una espiral. Si no se corta, el ser humano se va a estar matando por los siglos de los siglos y eso no puede ser. Hay que saber perdonar, yo creo que es mucho más difícil que odiar. Odiar es muy fácil, pero perdonar cuesta, porque te tienes que tragar mucho orgullo.
H.G.: ¿No ha sufrido síndrome de Estocolmo en ningún momento?
– Quizás puedes llamar síndrome de Estocolmo a mi relación con Tom. Viéndola desde la lejanía, e incluso viéndolo allí, lo analizaba y era no sé si síndrome de Estocolmo, pero sí empatizar. Pero es que llega un momento en el que no lo veo como un terrorista, porque para mí no lo era. Era un chaval con 19 años que todas las mañanas nos daba los buenos días y nos preguntaba qué tal estábamos, nos preguntaba incluso por nuestras familias. ¿Qué tipo de terrorista hace eso? Y yo le preguntaba por la suya y me hablaba y me enseñaba fotos, no de su mujer, pero sí me enseñaba fotos suyas con su hija.
¿Tiene sentido odiar a gente que sigue viviendo en una guerra o que, a lo mejor, se pasa el resto de su vida viviendo en una tienda de campaña porque no puede volver a su país, a Siria?
Con él sí es fácil empatizar, porque el chaval no era malo. Con un tipo que entra y lo primero que hace es darte una paliza, con ese no puedes empatizar, con esos no hay síndrome de Estocolmo. Pero con una persona que te trata como a otro igual, cuando las circunstancias de la vida le han puesto en esa tesitura de “te tengo aquí retenido y me están dando un sueldo y con ese sueldo puedo vivir con mi familia 6 meses…». ¿Lo haríamos nosotros igual en sus circunstancias? Pues quien diga que no a lo mejor se está equivocando, porque no está en su tesitura. Aquí hacemos cosas mucho más horribles por dinero. Porque el dinero corrompe a la gente, aunque seas muy religioso. Ellos lo hacían por dinero.
P.C.: Ellos siguen a rajatabla el Corán, un libro escrito hace más de 1.000 años y muchas de las cosas que están pasando dicen que las hacen en nombre de un dios. Resulta curioso que usted se aferre a otro Dios.
– Sí, yo me aferro a otro Dios y ellos no lo entendían. Los musulmanes tienen a Moisés como profeta, pero también tienen a Jesús. Es uno de sus profetas y es hijo de la Virgen María. Pero, por ejemplo, la figura de José no la entienden y yo les he tratado de explicar que Jesús tenía a José como padre y era hijo de Dios. Me decían: “No, no cuadra. Dios no tiene hijos, o sea, Alá no tiene hijos. Jesús es otro profeta”. Esto les chocaba mucho y el problema es que son tan intolerantes que lo que prima es su verdad, no la tuya. No pueden llegar a pensar ni por un momento que estén equivocados o que pueda haber parte de verdad en una o en otra. No, es lo que dice el Corán y punto. Por ejemplo, Tom, un día que estaba leyendo el Corán, me empezó a decir que Adán vivió 9.900 años y yo le decía: “¿de verdad?”. Y decía: “sí, sí, vivió 9.900 años y Moisés, otros 9.000.” Yo trataba de explicarle que eso es imposible y él decía: “no, porque lo pone aquí, en el Corán” y me enseñaba los números. O sea, lo siguen al pie de la letra. Y cuando yo les explicaba que hablaba con Jesús, me decían: “no, no puedes hacer eso. Nosotros no hablamos con Mahoma, nosotros hablamos directamente con Alá. Si quieres que alguien te saque de aquí, habla con Alá. Y, además, no puedes rezar así, tienes que rezar de esta manera”. Y, durante tres semanas, intentaron cambiarme de religión. Su único objetivo es que yo dejase de ser cristiano. Y llega un momento que les dije que no, que ya estaba bien, que yo les respetaba, me parecía muy bien que tuviesen otra religión y les prometía que iba a leer el Corán cuando llegase a España, si sobrevivía al secuestro. Ellos me decían: “te estás equivocando de religión. Si nosotros mañana te matamos, vas a ir al Infierno y te vas a quemar en las llamas.” Como se dieron cuenta de que no iba a cambiar, cuando rezaba por las mañanas subían la música religiosa para no escucharme a mí. En cambio, yo, cuando ellos rezaban, me callaba, porque es respeto, en eso se basa el ser humano. Pensé: ¿no me vais a respetar a mí? Pues os voy a obligar a que me respetéis. Entonces, empecé a rezar también por las noches, cuando se iba la luz; ellos no podían enchufar su música porque no había electricidad y se lo tenían que ‘comer’. Pero nunca entraron ni me dijeron nada.
P.C.: ¿Qué le dice un secuestrado a Dios?
– Pues yo hablaba con Él, nunca recé con Él. Nunca le recé el Padre Nuestro ni el Credo ni nada. Hablaba como si estuviese con un ‘colega’. Le explicaba cómo me encontraba, mi estado de ánimo, le pedía sobre todo por mi familia y por mis amigos: “por favor, espero que los cuides”, esperaba que mis amigos estuviesen ya en casa. Lo que nunca le pedí es que me sacase de allí, porque asumía el error que había cometido yendo a Siria en un momento en que no tenía que ir, usando a una persona a la que no había contrastado lo suficiente o que no conocía lo suficiente. Salvo un día, de los 204 que estuve solo, en el mes de abril, que es cuando empecé a hablar con Él, que sí le pedí: “por favor, necesito que me hagas una señal. Ya no aguanto más, necesito que me demuestres que me estás escuchando, que no me has abandonado o que realmente estoy hablando con alguien”. Y, entonces, en ese momento, la puerta de mi celda se abre. Para que la gente entienda, mi celda se abría dos veces al día: por la mañana y por la noche, para que fuera al baño y entrara la comida. Si se abría en ese intervalo de tiempo era porque me iban a hacer una fotografía como prueba de vida, a interrogar, a insultar, a pegar o lo que les viniese en gana. Cuando escucho cómo meten la llave en la cerradura, me tapo la cara -porque no podía ver cómo entraban, ya que se veía el resto de la casa, por lo que no querían que viese el exterior-. Los escucho caminar por la celda, están dos minutos, vuelven a salir y escucho de nuevo la cerradura de la puerta. Me quito el verdugo y veo que me han dejado un vaso con té y unas galletas. Es la primera y la única vez que lo hicieron. ¿Casualidad? A mí me parece curioso, muy curioso. Me puse a llorar.
H.G.: El ser humano tiene más fuerza de lo que pensamos. Aparte de Dios, ¿a qué se aferró en esos momentos de incertidumbre en los que no sabía cómo iba a terminar todo y si le iban a matar?
– Cuando estaba hablando con Dios, pedía por mucha gente: por mis padres, por mis hermanos, por mis tías, por mis amigos y pedía por Austin Tice, que es un periodista norteamericano que lleva 5 años secuestrado en Siria, y por su madre, Diane. Pedía a Dios que, por favor, a Austin le diera luz para que no cayese en la oscuridad y a Diane -que también son súper religiosos-, le diese esperanza y fuerza para continuar. Me aferraba a la lucha de Austin, después de 5 años aguantando lo que estaba aguantando, porque está secuestrado por el régimen. También a la figura de Jim Folley, a quien decapitó el Estado Islámico. Era uno de mis mejores amigos y grandes compañeros, me aferraba muchísimo a él. Pensaba: si a mí me pasa lo mismo que a Jim, quiero intentar llevarlo con la mayor dignidad posible cuando me enfrente a ese momento en el que me van a poner delante de una cámara. Jim, si te das cuenta, no pide clemencia, no pide por su vida, no rompe a llorar, sino que aguanta hasta el final, hasta que lo ejecutan.
Cuando estaba hablando con Dios, pedía por mucha gente. El día que pensaba que me iban a ejecutar, le repetía todo el rato: “Que sea rápido y que no me duela”
Yo hablaba mucho con Jim, hablaba mucho con Dios y les decía: «por favor, necesito que, si esto se produce, será así. Que mi familia, cuando me vea, diga: ‘Nos sentimos orgullosos de ti’». Hablaba mucho con Dios, sobre todo en Semana Santa, y le decía: “si tú aguantaste un calvario para llegar a la cruz y te hicieron de todo, dame un poquito, un poquito de tu fuerza para que yo sea como tú y aguante un poquito”. El día que me trasladaron, que me estaban liberando y pensaba que me iban a ejecutar, le repetía todo el rato: “que sea rápido y que no me duela, que sea rápido y que no me duela”. Todo el rato. Y también me aferraba a mi hermana, que tenía en ese momento 18 años, por eso en el libro están las cartas que le escribí.
H.G.: Cuándo creía que lo iban a ejecutar y lo liberaron, ¿qué sintió?
– No me lo creía. Tardé varios días en ser consciente de lo que me había ocurrido, de que me habían liberado. Estás fuera, pero vives en una burbuja. Cuando me quitan los grilletes, me tocan en el hombro y me dicen “Hurr”, «eres libre», los miro como diciendo: “estáis de broma, ¿no?”. Y me empujan: “vete”. Me levanto y voy caminando con las manos en alto pensando que me van a disparar por la espalda. Entonces, cruzas la frontera y no te lo crees. Estás dos días que sabes que es real, pero cuesta asimilarlo porque han sido muchos meses esperando ese momento y cuando llega piensas: “a lo mejor estoy dormido”…
D.V.: ¿Qué siente un ser humano cuando cree que lo van a asesinar?
– Miedo. Muchísimo miedo, no estaba preparado. No sé si alguien que lea esta entrevista puede decir “yo sí estoy preparado para morir”, pero yo no lo estaba. Me intenté mentalizar, pero me daba muchísimo miedo la muerte. Y mira que la tenía todos los días presente, no solo porque los secuestradores estaban al lado y lo podían hacer en cualquier momento. También escuchaba a los aviones bombardear. Me daba mucho miedo y, a día de hoy, sigo sin estar preparado para morir. Llegó un momento en que les toqué la puerta y les dije: “ya no os aguanto más”. Es por las circunstancias, estás todo el día recluido mirando al techo y llega un momento en que dices: “prefiero que me mates a seguir aguantando día tras día, porque esto es una tortura.” La muerte es una mierda, porque se acaba, pero también es una liberación, un descanso. Pero a mí me daba mucho miedo.
D.V.: En su libro recuerda esos momentos en los que se plantea el suicidio. ¿Nunca había pasado por algo así?
– Antes del secuestro, no. Nadie me había llevado tan al límite. Hay un momento en el que me lo planteo e incluso lo llevo a cabo -y llevo las marcas, que me acompañarán toda la vida y que quiero que estén ahí para darme cuenta de hasta dónde me han llevado-. Lo hago porque, unos días antes, me pusieron delante de una cámara y me dieron un texto para leer muy parecido al que tuvo que leer Jim Folley antes de ser ejecutado. Entiendo que, si no es ese día, será dentro de una semana cuando vayan a decapitarme, como hicieron con él. Pensé en mi familia y en que lo último que iban a ver iba a ser eso. Y no quería que mi hermana con 18 años tuviera como última visión la de su hermano arrodillado y vestido de naranja con un hijo de puta detrás que lo va a decapitar. No. Ya lo hago yo. ¿Es la salida más cobarde? Sí, pero es la mejor para ellos. Pero jamás lo había pensado, ni ahora. Hay que luchar, incluso en esos momentos.
P.C.: Cuando cuenta cómo reza, recuerda a la manera que tienen los niños de hacerlo, entendiendo a Dios como un amigo. ¿En esa actitud se nota un contraste entre ese Dios amigo y ese Dios que te ordena sin darte otra opción?
– Yo entiendo la vida así, de igual a igual. Aunque seas Dios, omnipotente y omnipresente, te quiero tratar como si fueras un amigo. Por ejemplo, no entiendo ir a una iglesia o una mezquita y arrodillarme delante de Él. A lo mejor, Él no quiere eso, quiere que seamos como Él, por eso creó a Jesús a nuestra imagen y semejanza. Nuestro trato tiene que ser así, de tú a tu. En todo momento me dirijo a Dios como si fuese un colega, creo que la religión tiene que ser así, tener al lado a un amigo, no a alguien a quien temer porque te puede castigar.
P.C.: De todos modos, no hablamos de una conversión durante el secuestro.
– No, no. Siempre he sido cristiano, he tomado la comunión, he ido a misa con mis padres… lo que pasa es que, durante mi trabajo, he visto cosas que ningún ser humano debería ver. He estado en un hospital en Alepo y he visto a 40 niños destrozados por la metralla. En ese punto, le pregunto a Dios: “¿Dónde estás?” Me enfadé con Él: “Yo te rezo para que esto no pase y pasa. ¿Te da igual? Pues entonces a mí me das igual Tú”. Llega un momento en el que dices: «se acabó».
P.C.: ¿Ha encontrado respuesta a esa pregunta?
– No. Siempre llevó conmigo la medalla de mi bautizo, un Niño Jesús, antes y ahora, salvo cuando voy a zonas de guerra porque, al ser oro, te la pueden arrancar. Pero no, no se encuentra respuesta a por qué pasan esas cosas. Ya me gustaría saberlo, no lo entiendo.
H.G.: ¿Le ha quedado alguna secuela física o psíquica? ¿Tuvo algún problema de salud durante el secuestro?
– Es una cosa curiosa, pero durante el secuestro no me puse malo ningún día. Tuve algún problema de estómago, pero es normal por la comida y el agua. Sin embargo, cuando llegué a mi casa, a España, me dio un episodio de epilepsia y estuve tres días ingresado. Nunca había tenido epilepsia. Me explicaron los doctores, tras hacerme un TAC, que lo que habían visto en mi cerebro es que se había reiniciado punto por punto. Se había apagado y vuelto a encender. Cuando tienes un ataque de epilepsia, el cerebro colapsa y yo había reiniciado la máquina. Al notar el cuerpo que estaba tranquilo, relajado, el cerebro ha dicho: “desconexión”. Después de esos tres días ingresado, no he tenido ninguna secuela física. Psíquica sí, he tenido pesadillas, he tenido que tomar pastillas para dormir. Ahora, con la promoción del libro, me ha vuelto a pasar.
H.G.: ¿Y claustrofobia?
– Al contrario. Me pasa algo curioso: no tengo miedo, pero sí respeto a los lugares con mucha gente y mucho ruido, agorafobia. No me siento a gusto en manifestaciones, en bares o discotecas con la música alta, en la estación de Atocha… no me gusta. Es justo lo contrario.
P.C.: Pensando en su futuro. Ahora se marcha a Venezuela, Ucrania, incluso volverá a Afganistán. La vida sigue y su profesión, su dedicación al periodismo de guerra continúa.
– Es que la vida es así. Es la lección que he aprendido. Lo que quieren los yihadistas es cambiar nuestro modus vivendi a través del miedo, por eso atentan en estaciones de tren, terrazas, conciertos… para meter miedo a la gente. Pero no podemos vivir con miedo. Soy periodista y debo seguir haciendo mi trabajo. Pasé la Navidad en Iraq, era una prueba de fuego y me di cuenta de que quiero seguir trabajando. Los periodistas deben seguir yendo a zonas de conflicto a contarle al mundo lo que está pasando. El mundo sin nosotros es más opaco y oscuro. Eso es lo que quieren estos grupos y no se lo podemos permitir. En estas guerras hay gente que necesita a los periodistas para contar su historia y para que aquí se entienda. Hay que seguir con la vida, disfrutarla a tope. Hasta que no te pasan cosas como la mía, no nos damos cuenta.
D.V.: ¿Volvería a Siria?
– Me gustaría volver, porque los sirios me han dado muchísimo, he dejado un trozo de mí allí… pero he prometido a mis padres que no volveré. Los sirios se merecen que los periodistas vayamos y contemos lo que está ocurriendo. Nos llega información del régimen, de los rebeldes o de los terroristas y es información sesgada y manipulada. Nadie sabe lo que está ocurriendo realmente.
P.C.: Hablando en términos de geoestratégicos, ¿le ve final a la guerra en Siria? ¿Hay algún bando al que apoyar? ¿La oposición moderada a la que se invita a las conferencias de paz tiene capacidad real para controlar el país tras la guerra?
– La oposición moderada que se sienta en Ginebra o Astana a negociar con el régimen de Assad no tiene ningún peso dentro de Siria. Los rebeldes dicen que esa gente no los representa, que llevan años viviendo en Turquía en hoteles de lujo pagados por la comunidad internacional mientras que ellos se baten el cobre. Los rebeldes quieren que esa oposición esté dentro de Siria, con ellos.
Por otra parte, Basar Al Assad no va a dejar el trono. Si gana la guerra, ¿haría una amnistía con la otra parte? ¿Va a hacer como si no pasase nada o los va a purgar? Antes de la guerra, Assad y su padre purgaban a la gente, tenían cárceles donde se torturaba y se mataba. Háfez mató a 80.000 personas en Hama y Homs en los años 80, durante la represión a los Hermanos Musulmanes. Assad ya lleva medio millón de muertos a sus espaldas. Si a su padre ya lo odiaban, imagínate a este.
La gente no está entendiendo de dónde huyen los refugiados que están llegando a Europa. Los sirios están huyendo de la peor guerra del siglo XXI, con más de medio millón de muertos, seis millones de refugiados y diez millones de desplazados internos
Y luego están las injerencias de las potencias extranjeras: norteamericanos, franceses, británicos, turcos, rusos, iraníes, las milicias chiíes y de Hezbolá, los kurdos, Israel… es una miniguerra mundial dentro de Siria. Todos tienen su parte de importancia. ¿Pensamos en una repartición del país? Los kurdos por un lado, el Ejército libre sirio por otro, el régimen, una zona de influencia de Israel en la frontera del Golam en la que, por supuesto, no quiere que esté Hezbolá… ¿Y esto Turquía cómo se lo toma? Porque Turquía no dejará que los kurdos tengan su nación, porque los machaca en su país. ¿Qué dice la OTAN? Nada, porque tiene bases en Turquía. Esta guerra nos va a llevar años, pero no nos debería sorprender: Somalia lleva desde 1991, Congo desde 1996 y Afganistán, desde 1979. Además, la guerra da mucho dinero.
P.C.: Hablando de Afganistán, su guerra, en términos mediáticos, es una montaña rusa.
– Afganistán es un atentado bomba con 180 muertos en el que no se explica el contexto, es una guerra sin contexto. No se explica que, si el país hoy está destrozado, no es por culpa de los talibanes. Está destrozado por los países de la guerra apoyados por Estados Unidos. Eliminaron a Rusia, cogieron el poder después y, como eran de distintas facciones y cada uno tenía sus intereses, dentro del mismo gobierno comenzaron a matarse. Fueron los que comenzaron a destruir Kabul. Llegaron los talibanes y, desde 1996 hasta 2001, Afganistán conoció la paz. Su paz. Con sus reglas. Tú pregunta a los afganos y te dicen: “vivíamos mejor con los talibanes”. Sí, las mujeres iban con burka y las lapidaban, pero había paz. Llegan los americanos y prometen la democracia. ¿Qué democracia, si no sabemos leer? ¿Qué constitución? En las elecciones se vota con el dedo y por la foto. Invierte mejor en educación y nosotros expulsaremos a esta gente. Pero, ¿qué ha pasado? Que tú no puedes controlar un país con 100.000 soldados, necesitan un millón y más de 60 años. Pero eso es mucho dinero. Salimos del país, los dejamos empantanados y a los talibanes los sumamos al Estado Islámico. Afganistán va a ir mucho peor.
P.C.: En el fondo de esta cuestión está la pregunta de si se debe occidentalizar el mundo.
– Lo que hacemos los occidentales es pensar que todos los países, todos los seres humanos, tienen que vivir como nosotros y eso no es así. Estuve hace años con un doctor italiano, Alberto Cairo, que trabaja con Cruz Roja en Kabul. Lleva 35 años y ha estado con rusos, pro-rusos, señores de la guerra, talibanes, la OTAN y ahora con un gobierno que se está desmoronando. Y me dijo: “los afganos no necesitan democracia, necesitan un dictador que les diga cómo se hacen las cosas”. Ellos lo entienden así porque lo llevan haciendo toda la vida. No pueden votar porque no saben qué es la democracia, nadie les ha enseñado. Pero llegamos aquí y pensamos que lo mejor es la democracia. Quizá habría que preguntarles a ellos.
Llegan los americanos a un país y prometen la democracia. ¿Qué democracia, si la población no sabe leer? Invierte mejor en educación.
Y otro problema que tenemos los occidentales es darnos cuenta de que, para tener un primer mundo, hay que tener un tercer mundo y machacar al que está abajo. Porque si queremos un teléfono móvil necesitamos que haya niños sacando coltán, que está en el Congo. Y el coltán vale mucho dinero. ¿Cómo hacemos que baje de precio? Con una guerra. Los rebeldes y el gobierno cambian coltán por armas y te lo dejan a precio de saldo. Lo mismo pasa con el petróleo. Estado Islámico no se financia con los rescates de los secuestros o con venta de arte. Se financia con el petróleo, por eso tomó Mosul. Y el petróleo sale por Turquía, se vende a países occidentales y baja de precio. Si queremos comprar ropa barata, necesitamos que haya gente en Bangladesh cosiendo casi esclavizada en un agujero. En Somalia vemos a los piratas secuestrando atuneros, pero no explicamos que los piratas eran pescadores a los que los atuneros les quitan el pescado con redes de arrastre. Cuando el pescador ve que les roban el pescado, junta a tres amigos. En Somalia, todos tienen un Kalasnikov en casa y van a por esos barcos. Pero no son piratas porque hayan nacido piratas, el contexto los sitúa así.
D.V.: ¿Por qué se decidió a escribir el libro?
– Me decidí a escribir En la oscuridad para cerrar una etapa, necesito seguir con mi vida, aunque siempre seré el periodista secuestrado. No puedo ir a una conferencia o una entrevista sin que me pregunten datos morbosos del secuestro. Hay que normalizarlo, fui secuestrado, lo he hecho público y, a lo mejor, el libro puede ayudar a alguien. Si alguien me pregunta por el secuestro, lo tiene en el libro.
H.G.: ¿Qué consejo le daría a los jóvenes periodistas que quieren ser reporteros de guerra?
– Que esto es una carrera de fondo. Nadie llega a su primer conflicto y se convierte en Pérez-Reverte y gana un premio Pulitzer. Hay muchos chicos que se van a la guerra, ven nuestras fotos y piensan que cualquiera puede hacer eso. No, nosotros tenemos un bagaje, una carrera hasta llegar aquí. Algunos chavales arriesgan mucho y van en busca de likes en las redes sociales. El “drama-tuit” está muy de moda, la gente que se hace selfis al lado de niños heridos, periodistas con chaleco antibalas y casco… Tú te preguntas: ¿a esto has venido a la guerra? ¿No has comprendido que los protagonistas no somos nosotros? Los protagonistas son ellos. Si entras en mis redes, no verás fotos mías, yo no soy el protagonista, las fotos son de la gente con la que he trabajado durante 10 años. Esos chicos que van a los conflictos pensando en la fama puntual… mi sensación es que se prostituye el periodismo de guerra. He visto a compañeros que se llevan a novatos a una zona de guerra. Yo no lo haría. Yo sé moverme en el conflicto, pero ¿él? ¿Qué hará si cae un misil cerca, si le dispara un francotirador? Si ese chico se queda parado, el siguiente disparo no fallará y la muerte es responsabilidad de ese otro compañero. ¿Por qué lo lleva? No lo sé, no lo entiendo.
P.C.: Para terminar, habla en su libro de una novela dedicada a su hermano que fue escribiendo y se quedó en la frontera. ¿La recuperó?
– Sí, la recuperé hace poco y me llevé una gran alegría. La voy a encuadernar y regalársela a mi hermano Goyo. Entiendo que es una novela escrita en unas circunstancias determinadas y que no tiene gran calidad literaria, para publicarla hay que trabajar en ella mucho. No sé si el día de mañana…
Carlos Gregorio Hernández & David Sarias
Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa demuestran cómo la presión y el fraude fueron un factor fundamental para que el Frente Popular obtuviera el poder tras las elecciones republicanas de 1936.