Alfonso Basallo | 30 de junio de 2018
«¿Has estado enamorado alguna vez? – No señor, yo he sido camarero toda mi vida”. El famoso diálogo de la película Pasión de los fuertes, de John Ford, se podría aplicar a un joven que ha sido siempre camarero y que ,precisamente por no ser otra cosa, se dedicó a observar y contar la vida de los demás, y ha convertido en libro de relatos los desahogos, hechos y dichos, de clientes de un café emblemático de Madrid: el Café Comercial.
Si Gay Talese se mezcló con los obreros del Verrazano-Narrows para escribir su libro-reportaje El puente, o Steinbeck se hizo la Ruta 66 con los oakies camino de California, germen de Las uvas de la ira, Juan Bohigues (Gandía, 1965) no necesitó disfrazarse. Porque fue cocinero antes que fraile: camarero de los que le salen varices de servir cafés, cañas o raciones durante 40 horas semanales. Ejerció durante 24 años en el Café Comercial, hall literario de Malasaña, privilegiado observatorio de la condición humana y materia prima para un libro de relatos, Henry Miller en el metro (editorial Polibea), escrito junto a su amigo, el guionista y escritor, Javier Azcue (Madrid, 1974).
Tiene cuerda para rato: no menos de 120 relatos, pero de momento, ha publicado 18 junto con Azcue. Bohigues vino a Madrid a hacer Periodismo y Arte Dramático. Ha escrito libros de viajes y fundó junto con Alfonso Armada un blog de ajedrez. Pero su gran periscopio literario ha sido el Café Comercial. Azcue ha sido actor, crítico de cine, narrador y actualmente dirige, en Telecinco, el programa de televisión Mujeres y hombres y viceversa.
Alfonso Basallo: Decía Camilo José Cela que para escribir solo hace falta una resma de papel y observar una casa de vecinos… y te puede salir la Comedia Humana de Balzac . ¿Ustedes han jugado a hacer la Comedia Humana del Café Comercial?
Juan Bohigues: Los cafés son muy literarios, dan mucho juego. El Café Comercial se funda en 1887, el Gijón en 1888 y, otro maravilloso, el Lion en 1931. Había competiciones entre el Café Comercial y el Gijón para ver cuál era más literario. Por el Café Comercial pasaron, entre otros, Arturo Pérez Reverte, Francisco Umbral, Rafael Sánchez Ferlosio… Umbral se cansó del Gijón porque no quería que le reconocieran. En parte, el Café Comercial tenía algo de comedia humana, porque la gente se sentía acogida, escribía, sonreía, se hacían amigos. Y no importaba de dónde procedías, qué título tuvieras, ni cuánto ganaras.
Javier Azcue: Es un lugar de creación, pero también de encuentro. Aquí hay gente que se ha enamorado y luego se ha casado. Y hemos tenido abuelos, padres, nietos y bisnietos.
A. B.: El escritor célebre necesita su ración de anonimato
J.B.: Así es. Por ejemplo, a Sánchez Ferlosio le gustaba que nadie supiera quién era y que le llamaran Rafa.
J. A. : A Umbral, no. Le gustaba que le llamaran don Francisco.
A.B.. : ¿Y la gente anónima qué busca? ¿su ración de ensaladilla o que le quieran?
J.A.: Todo el mundo quiere que le quieran.
J.B.: La gente quiere hablar: todo el mundo quiere contar su historia, todo el mundo tiene algo que le duele en el alma y es más fácil contárselo a un camarero, porque no lo va a publicar. Incluso antes que al marido, o al hijo o a un amigo.
A.B.: Se convirtió usted en una especie de confesor…
J. B.: Yo escuchaba, pero no daba ninguna absolución, ni juzgaba a nadie. Tengo un hermano sacerdote, pero esto es otra cosa. Eso sí, muchos necesitan desahogarse y basta que sientan un mano en el hombro para que se abran en canal.
La gente en el Café Comercial se quita la máscara: se muestra tal como es porque no se siente juzgada (Azcue)
A.B.: ¿Se sienten culpables o más bien se sienten víctimas?
J.B.: No sé, hay de todo. Lo cuentan porque encuentran un marco de confianza y cordialidad.
J.A. La gente en el Café Comercial se quita la máscara: se muestra tal como es porque no se siente juzgada.
A.B.: Mientras escribían, ¿miraban de reojo el café que saca Cela en La Colmena?
J.B.: Es que en La Colmena sale una parte del Café Comercial, otra parte del Gijón…
J.A.: La Colmena me parece maravillosa y también la versión cinematográfica de Mario Camus que refleja el espíritu de la posguerra. A un nivel mucho más modesto, Juan y yo hemos cruzado historias de muchos personajes que viajan por las calles y cafés del Madrid contemporáneo de los años 90 y los años 2000. Personas anónimas, amigos, emigrantes, gente de la noche, amantes del jazz (como los que cada noche se encontraban con el cartel de Tete Montoliu y Javier Colina en el Central)… Algunos son creación literaria y otros personajes reales que hemos conocido. Y sí, los que aparecen en estos 18 relatos constituyen una pequeña “colmena”.
A.B.. ¿Personajes reales como cuáles?
J.A.: Como Nargul, una rumana que no se movía de su baldosa en el metro. O Willy, un jamaicano que tocaba la guitarra hasta que la destrozó y luego empezó a tocar con el cajón de un armario. Yo me paraba a hablar con Nargul, con Willy, y les preguntaba ¿qué te pasa? y me contaban su vida. Y luego, yo los convertía en material de relato.
A.B.. Eso requiere capacidad de observación
J.B.: Y de escucha. Sánchez Ferlosio hizo El Jarama escuchando, dedicándose a dar voz a la gente.
A.B.: ¿Por qué un café y no un burger?
J.A.: Porque hay dignidad (risas) Es broma. Porque nosotros no íbamos al burger.
A.B.: ¿No porque sea más literario un café?
J.A.: No, simplemente porque en los años 90 Juan y yo íbamos al Café Comercial, o al Chicote y era nuestro escenario. Por eso no salen burgers ni tampoco afterworks, que yo creo que ni existían.
J.B.: – Añado: ¿cuantos burgers hay y cuantos Café Comercial hay?
J.A.: Y en el burger la gente come y se va… ahí no hay historia.
A.B.. Ustedes han conocido una especie en extinción: el escritor de café
J.A.: – Claro, escritores que trabajaban en el café, se pasaban horas… y hacían su vida.
A.B..: ¿Con el jaleo de un café?
J.B.: Y alguno ni se inmutaba. Por ejemplo, Tomás Segovia, un poeta exiliado en México que, cuando se instaló en Madrid, escribía lentamente en su mesa del Café Comercial aunque se hundiera el mundo a su alrededor, así se rompieran vasos o se cayeran sillas.
A.B.: ¿Se puede compaginar la disciplina del escritor con la bohemia de un café? ¿cómo lo hacen ustedes?
J.A.: Yo soy guionista y director de televisión y estoy acostumbrado al ritmo frenético. Como escritor de relatos nunca he tenido disciplina. A mí, la inspiración no me ha pillado trabajando… más bien he escrito relatos cuando he sentido que tenía algo que contar. A lo mejor, estaba un mes escribiendo y luego me pasaba seis sin escribir una palabra.
Acababa agotado y cuando llegaba a casa a la 1 de la madrugada, me ponía a escribir hasta las 6, vomitaba en el papel las historias que había oído en el café (Bohígues)
J.A.: Yo primero iba con la bohemia y luego con la escritura, por orden. Acababa agotado de trabajar de camarero (varices, dolor de nuca), y cuando llegaba a casa a la 1 de la madrugada me ponía a escribir hasta las 5 o las 6.
A.B.: ¿No podía dormir?
J.B.: Estaba nervioso, acelerado, con ganas de contar lo que había oído. Y de sacar provecho a tantas horas de trabajo, no veía sentido a esas horas. Sentía cierta rabia. Me parecía que estaba perdiendo el tiempo. Ahora con perspectiva, con el libro publicado donde aparecen esos relatos todo ha cobrado sentido.
A.B.: ¿Ya entonces pensaba en el libro?
J.A.: No, simplemente me limitaba a vomitar en el papel las historias que había oído en el café, sin saber que con el tiempo iba a servir de base a los relatos.
A.B.: Pero ahora a pesar del duro trabajo sigue siendo camarero…
J.B.: Sí, en el Café Central. Es la mejor forma de que te cuenten historias, de seguir siendo invisible y escuchar a las personas. Soy camarero-escritor.
A.B.: La historia más impactante o más dramática que han presenciado
J.B.: Cuando tuve que echar a Leopoldo María Panero, que iba con el pantalón meado después de haber bebido unas copas de vino. Un poeta como él, que ha escrito las mejores poesías sobre la locura y la muerte, pero tuvo una vida terrible. Su madre, Felicidad Blanc, tuvo que internarlo en un manicomio.
A.B.: ¿Y la más romántica?
J.A.: Mucha gente se ha enamorado en el Café Comercial y de aquí han salido parejas, matrimonios. Juan y yo hemos conocido a muchas mujeres con historias románticas, algunas de las cuales aparecen en el libro.
J.B.: Mi mujer, Ana, venía a buscarme al Café Comercial cuando estaba de camarero. Era actriz de teatro. Yo asocio el Café Comercial a esta circunstancia personal. Esa es mi historia más romántica.
Todos los domingos venía Pancho, un señor mayor, porque era el día que le dejaban salir de la residencia de mayores donde vivía (Bohigues)
A.B.: ¿El Café Comercial tenía algo de sala de estar?
J.A.: El 80% de la clientela era fija. Se conocían todos de toda la vida. Y cuando por la noche echaban el cierre, algún cliente decía ¿y a dónde voy a ir yo ahora?
J.B.:Sala de estar y hogar. Todos los domingos venía Pancho, un señor mayor, porque era el día que le dejaban salir de la residencia de mayores donde vivía. Se tomaba un café y se pasaba un buen rato. Cuando dejó de venir, lo supimos: había fallecido.
A.B.: En el libro hablan ustedes de los fantasmas del Café Comercial, ¿quiénes eran?
J.B.: Varios. Por ejemplo, una tertulia de aviadores de la Guerra Civil, doce en total, a los que les reservábamos cuatro mesas un día fijo de la semana, los miércoles. Fueron muriendo hasta que al final no quedó más que uno. Llegaba él solo a tomarse un americano y dos vasos de agua caliente y le guardábamos las mismas cuatro mesas. Así, hasta que murió con 92 años.
A.B.: ¿Por qué le reservaban las cuatro mesas?
J.B.:Porque él sabía que sus compañeros aviadores, de alguna manera, estaban ahí.
A.B.: Más fantasmas…
J.A.: Doña Concha, que todos los días llegaba a las diez y media, desayunaba café, tostadas y zumo de naranja, y permanecía hasta las dos. Siempre en la misma mesa durante once años. Hasta que murió a los 83.
J.B.: Cuando murió colocamos una rosa encima de la mesa. Años después, yo aún giraba la cabeza y me parecía verla sentada, sin hablar con nadie, fumando sus dos paquetes de cigarrillos. Era una Bette Davis reencarnada.
Por aquí han pasado Bardem, Amenábar, Terele Pávez, y se han rodado películas como ‘Buñuel’ y ‘La mesa del rey Salomón’ de Carlos Saura. (Bohigues y Azcue)
A.B.: Y famosos…
J.A.: Muchos. Las mesas del Café Comercial son testigos mudos de novelas, poesías o artículos escritos por grandes autores. O gentes del cine: Bardem, Amenábar… Y yo, por ejemplo, he visto a Ray Loriga y Agustín Díaz Yanes en uno de los primeros encuentros para adaptar Alatriste, de Pérez Reverte. Y aquí se han rodado películas como «Buñuel y la mesa del rey Salomón», de Carlos Saura.
J.B.: Y yo he visto a la gran actriz Terele Pávez (la de «Las Brujas de Zugarramurdi» o la Régula de «Los santos inocentes») apoyarse en la barra a primera hora de la mañana después de andar toda la noche por ahí.
A.B.: ¿No le desanima a un escritor ver que en el metro la gente solo ve videojuegos o hace solitarios?
J.A.: Evidentemente. Pero a mí también me desanima ver a gente que lee mala literatura… no se qué es peor. Eso tiene un debate.
J.B.: También se mama. Mi hija desde los dos años hacía como que leía o que jugaba a escribir en el ordenador, porque nos veía a su madre o a mi leer y escribir. Es un tema de educación, creo.
A.B.: ¿Hasta qué punto la narrativa del videojuego o del tutorial está matando la letra impresa?
J.A.: El hecho de contar historias, aunque sea en imágenes, nunca es malo. Pero es cierto que la gente joven, en general, no conecta con la gran literatura. Tiene más prestigio un futbolista que un escritor. Por eso, los editores son auténticos héroes. Aprovecho para agradecer públicamente a Juan José Martín, el editor de Polibea, la oportunidad que nos ha dado con Henry Miller en el metro.
J.B.: Pero este es uno de los países donde más se publica
J.A.: …Y donde menos se lee.
A.B.: ¿De qué sirve ser un gran escritor si no eres superventas…?
J.B.: Para mi escribir es como respirar. No me preocupan las ventas, sino desahogarme, contar lo que llevo dentro y que eso me ayude a entenderme a mí mismo y al mundo que me rodea.
J.A.: Pues yo querria ser superventas, pero no para ser millonario, sino para que me lean. Pero no está fácil, depende de muchos factores, es sumamente azaroso.
A.B.: Javier Azcue, ¿Cómo lleva eso de ser un Dr Jekyll literato por el día y un Mr Hyde de telebasura por la tarde con “Mujeres, hombres y viceversa”?
J.A.: Yo soy un profesional de la imagen que trabajo en televisión y que, con programas como ese, contamos historias de seres humanos reales, conflictos humanos de la gente joven: se enamoran, se desenamoran, sufren, se sienten solos.
A.B.: O sea no se siente un traidor de la cultura
J.A.: No, yo no veo tanto conflicto. Por un lado, trato de hacer un producto audiovisual digno, aunque sea puramente comercial. Y por otro, está mi vida privada y mi trabajo de escritor, mis poesías etc. Aunque esta última está conectada con la televisiva, porque al final lo que haces es construir historias. Digamos que yo tengo una profesión por el día, y una pasión por la noche.
A.B.: Y para cuando una novela sobre esa feria de las vanidades que son los realities televisivos
J.A.: Podría escribir muchos libros sobre lo que vivo cada día en los platós y detrás de los platós. El espectador los ve desde el salón de su casa e ignora que son seres de carne y hueso que sufren, sienten, tienen ansiedades e ilusiones, y padres, hermanos, novias… O sufren por la imagen que quieren dar. Me encantaría escribir sobre todo ello, desde el punto de vista humano.
Es fundamental primero vivir y luego escribir. Nada como la experiencia primero, revolcarse en el barro (Bohigues)
A.B.: Juan, ¿sigue usted la tradición americana de los Steinbeck , donde John aprendió a escribir recolectando remolacha o subido en un andamio?
J.B.: Es fundamental primero vivir y luego escribir. Nada como la experiencia primero, revolcarse en el barro.
A.B.: ¿Es lo que recomendaría a un joven que quiera escribir?
J.B.: Sí, pero a veces no tienes opción, trabajas como yo de camarero porque no tienes otra. Aunque, eso me ha proporcionado la materia prima para la literatura.
J.A.: Yo le recomendaría que escribiese algo personal, que le salga de dentro, no pensando en si va a vender o no… Y que separase lo profesional, la forma de ganarse la vida, del placer de la escritura.
J.B.: Ojo y leer. Que lean mucho. Que vivan pero que lean.
A.B.: Un escritor
J.A.: ¿Uno?
A.B.: Vale, les dejo tres
J.A.: Unamuno, Marguerite Duras, Foster Wallace.
J.B.: Bukovski, Henry Miller y Faulkner.
A.B.: ¿Juego de tronos o El señor de los anillos?
J.A.: El señor de los anillos, la novela de JRR Tolkien, no la película.
J.B.: Las dos. Son dos formas de jugar con la realidad.
A.B.: ¿Indiana Jones o Zalacaín el aventurero?
J.A. y J.B.: Indiana Jones
Yo tuve la suerte de conocer a Paul Auster y me pareció un señor muy normal, muy agradable… aunque su hija más interesante aún, por su belleza (Azcue)
A.B.: Ustedes han tratado a autores en vivo, no en libro (Umbral, Landero, Pérez Reverte etc.) ¿Qué han aprendido de ellos que no hayan aprendido en sus libros?
J.B.: Que van al servicio, toman whisky y sudan…
J.A.: Yo tuve la suerte de conocer a Paul Auster y me pareció un señor muy normal, muy agradable… aunque su hija más interesante aún, por su belleza.
A.B.: Terminamos, ¿por qué Henry Miller en el metro?
J.A.: Propuse a Juan escribir un libro juntos porque me encantaban sus relatos y porque teníamos un pique sano de leernos textos a ver cuál era mejor. Y se llama Henry Miller en el metro porque es un relato que yo escribí y perdí y no lo he vuelto a encontrar, pero el título le hacía mucha gracia a Juan. Coincidió con otra pérdida personal: yo acababa de perder a mi padre y él había perdido al suyo hacía tiempo. Esa sensación profunda nos motivó a escribirlo.
J.B.: Este libro es una devolución de una deuda que tengo con mucha gente, que ha contado sus historias, que ha compartido su tiempo conmigo y el tiempo es lo más preciado que tenemos