Jorge Martínez Lucena | 11 de febrero de 2019
Gerardo López vive en Toledo. Junto a su mujer, Sagrario, y su hijo, Juan, gestiona Lakasa, un hogar de acogida para personas y familias que lo necesitan. Han elegido vivir en la pobreza y de la providencia, compartiendo todo lo que tienen. Son, como dice Gerardo, “cristianos laicos en servicio completo a los más pobres y necesitados”.
Como ya han hecho en otras ocasiones, Gerardo (57) y Juan (23), esta vez acompañados por la novia de este último, Lucía (22), y su amigo Andrés (25), decidieron ir a ayudar a un campo de refugiados en Bosnia. Sin un duro, recogieron dinero entre su red de amigos a través de una petición lanzada por WhatsApp y compraron cuatro billetes de ida y vuelta a Banja Luka –que les costaron 490 euros en total-.
Del 14 al 20 de enero han estado en aquel país, del que todos oímos hablar en el pasado, en las aciagas crónicas de la guerra de los Balcanes. Una tierra donde el invierno es durísimo y donde el sufrimiento se prolonga año tras año, ahora en la carne de inmigrantes provenientes de Afganistán, Iraq, Siria, Irán, Eritrea, Somalia, que sobreviven abandonados en suelo europeo, en condiciones infrahumanas, a pocas horas en avión de nuestra casa.
A su llegada de esta inusual aventura, tenemos la oportunidad de charlar un rato con Gerardo.
Jorge Martínez Lucena: ¿Por qué unos tipos de Toledo se van al centro de Europa a echar una mano a gente que no conoce de nada?
Gerardo López: Porque el amor de Dios es universal. Nuestros criterios de afinidad y proximidad no son geográficos, sino que tienen que ver más con los grados de sufrimiento, con nuestras posibilidades y con las luces que Dios nos da para abrir el corazón. No tenemos el don de la ubicuidad y eso es una cruz para todo apóstol. Nos enteramos de lo que estaba sucediendo allí, vimos que se nos movía algo en el corazón, detectamos signos que nos decían que fuésemos y nos preguntamos si era posible ir. Si no hubiésemos podido, habríamos ido con el corazón y habríamos rezado por ellos.
Jorge Martínez Lucena: ¿Cómo se enteraron de las penalidades que estaba viviendo esta gente?
Gerardo López: Leyendo un artículo en el que se explicaba que en la ruta de los Balcanes, tras el cierre de fronteras de Europa en 2016, habían quedado varadas miles de personas en campos, en condiciones sumamente miserables. Algunas de esas personas intentaban pasar como fuese y una de las rutas posibles, después del cierre absoluto de la ruta húngara, debido al régimen neofascista de Viktor Orban, pasa por Bosnia, aunque el Gobierno croata también hace todo lo posible, usando la violencia, para que no pasen.
Jorge Martínez Lucena: ¿Dónde han estado exactamente?
Gerardo López: En dos lugares, aunque nos centramos más en el segundo. Hay un campo en Velika-Kladusa. Allí los inmigrantes están metidos en un campo en el que no nos dejaron entrar. Por ello, nos fuimos a otro campo cercano, en una ciudad que se llama Bihac. Allí hay 4.000 personas en una nave industrial enorme, dentro de la cual hay tiendas de campaña grandes blancas estilo Cruz Roja y contenedores que son como casetas de obra.
Jorge Martínez Lucena: ¿Qué se encontraron en ese campo?
Gerardo López: Mucha miseria. No hay atención médica. Va un médico de la ciudad una vez a la semana. La Cruz Roja les da recetas, pero no tienen dinero para ir a comprar los medicamentos que necesitan. Ahí casi todos son varones jóvenes solos y luego hay unas 50 familias con niños. Hay mucha suciedad. La gente está con los zapatos rotos, ropa cochambrosa, una pieza encima de otra por el frío. Huelen muy mal. Muchos de ellos llevan 5 o 6 meses sin poder ducharse.
Jorge Martínez Lucena: ¿Cómo les han ayudado?
Gerardo López: Con abastecimiento de alimentación básica, de materiales para bebés y medicinas. La gente no pedía cosas raras, pedían patatas, cebollas, arroz, harina, aceite, leche, este tipo de cosas. Ha sido un trasiego. Muchas visitas al supermercado para gastarnos todo lo que llevábamos.
Jorge Martínez Lucena: ¿Quiénes se han beneficiado de su solidaridad?
Gerardo López: Todas las familias que había y muchos más chicos que vivían en los contenedores. En el campo pudimos entrar solo una vez. Después, ya la seguridad nos lo prohibió. Pero ideamos un sistema para abastecer que consistía en encontrar un emisario que contactaba con representantes de los diferentes grupos y familias dentro.
Jorge Martínez Lucena: ¿Cómo encontraron a este precioso contacto en tan poco tiempo?
Gerardo López: Era un chico pakistaní que se llamaba Mohamed Alí. Lo conocimos mendigando en las inmediaciones de un centro comercial. Enseguida vimos que tenía el don de la relación, todo el mundo lo conocía y hablaba varias lenguas –pastún, urdu, farsi, inglés, etc. Le pedimos su número de teléfono y le fuimos pidiendo ayuda cuando lo necesitábamos. Él y un amigo suyo afgano nos ayudaron a ayudar a esta gente.
Jorge Martínez Lucena: Entonces, ¿han dado de comer al hambriento, básicamente?
Gerardo López: También hemos ayudado a jóvenes que iban a aventurarse por las montañas para pasar a Croacia y Eslovenia, para intentar llegar a Italia u otra zona del espacio Schengen. Les hemos comprado ropa de abrigo, comida energética, botas, tiendas de campaña y cosas así. A Mohamed Alí, por ejemplo, también lo llevamos a cenar a un bar, pero solo quiso unas patatas fritas. Después, le dimos euros para que pudiese pasar. No sabemos cuándo lo hará. Si Dios quiere, en breve. Esperemos que lo consiga. Si no, nuestro dinero acabará como sobresueldo de un policía croata.
Jorge Martínez Lucena: ¿Qué les ha sorprendido en esta ocasión, con respecto a otras experiencias anteriores en campos de refugiados en Macedonia y otros lugares?
Gerardo López: Antes nos habíamos encontrado con personas que esperaban una resolución positiva de su situación por parte de Europa. Sin embargo, en este campo la gente ya no espera nada de Europa. Piensan que no los queremos y que ni siquiera les vamos a dejar solicitar asilo. Vienen de situaciones terribles: los 40 años de guerra permanente en Afganistán, el desastre de Iraq, de Siria, de Eritrea, de Somalia, de la dictadura militar argelina, etc. Y nos da igual.
Jorge Martínez Lucena: ¿De dónde sacan fuerzas para seguir?
Gerardo López: Muchos son creyentes, musulmanes o cristianos. Eso les da esperanza, pero su gran perseverancia está fundada, en gran medida, en que no pueden volver atrás. Por eso siguen intentando pasar. Ellos lo llaman el GAME. Algunos lo han intentado hasta una decena de veces. Normalmente fracasan. La Policía croata los intercepta, les da una paliza, les quita la ropa de abrigo y todo lo que tengan de valor, con cacheos exhaustivos que no evitan los genitales, les rompen los móviles y los envían de vuelta. Ellos, sin embargo, no cejan.
Jorge Martínez Lucena: ¿Desde Bosnia no se hace nada para evitar ese GAME?
Gerardo López: La única suerte que tienen es que la autoridad Bosnia lo permite. No es por virtud, sino porque se quieren quitar de encima el problema y pasarle la patata caliente a los croatas, que se han convertido en los gendarmes de Europa. La Unión Europea sabe premiar a quienes la ayudan a preservar sus fronteras. Eso sí, siempre con los derechos humanos por delante.
Jorge Martínez Lucena: Parece que Europa hace aguas, tiene miedo y se protege. Y, sin embargo, también tiene personas como ustedes, que todavía sienten con el otro…
Gerardo López: Sí, aunque parece que hay una mayoría de europeos atemorizados, que aman más su propia seguridad que a los demás. El cristianismo ya solo está como norma, como garantía de orden. O sea, que ya no está apenas. Lo hemos comprobado en una experiencia kafkiana que hemos vivido a la vuelta, donde nos convertimos en necesitados y no fuimos ayudados más que por inmigrantes.
Jorge Martínez Lucena: Explique, explique…
Gerardo López: Para abaratar vuelos, cogimos una vuelta con cuatro escalas. Desde Banja Luca en Bosnia a Memmingen en Alemania, y de allí a Londres, Mallorca y Madrid. Cuando llegamos a Alemania era la tarde-noche. Teníamos la intención de quedarnos a dormir en el aeropuerto hasta que saliese nuestro vuelo a Londres por la mañana. Habíamos dado todo. Estábamos sin dinero. Teníamos problemas con las tarjetas telefónicas. Andrés había regalado su móvil para que uno de aquellos chicos tuviese GPS para hacer bien el GAME. Nos quedaban solo dos sacos de dormir. Yo, que voy con sandalias, había dado todos los calcetines. Habíamos regalado prácticamente toda nuestra ropa de abrigo, más bufandas, gorros y guantes.
Jorge Martínez Lucena: Pura tradición franciscana en nuestros días…
Gerardo López: Total, que nos encontramos en Meninhem con una nevada brutal y nos cierran el aeropuerto hasta la mañana siguiente. Estábamos a 13 grados bajo cero. El personal del aeropuerto nos dejó ahí entre risas. Fuimos a una comisaría cercana a ver si nos podíamos quedar allí para no congelarnos. Nos dijeron que no. Pedimos periódicos para meterlos en los sacos y resguardarnos un poco más del frío. Tampoco.
Jorge Martínez Lucena: ¿Realmente, no les dieron ninguna solución?
Gerardo López: Los alemanes que nos encontramos prefirieron cumplir la normas, excepto un tipo que no sabía que cerraban el aeropuerto y que llegó en taxi. Viéndome sin calcetines, me dio unos nuevos de su equipaje antes de irse de nuevo, diciéndome que estaba como una cabra.
Jorge Martínez Lucena: Pero han llegado a España de vuelta…
Gerardo López: Gracias a una chica serbo-bosnia que hablaba italiano y que estaba fuera del aeropuerto esperando a que unos amigos la viniesen a recoger. Comprendiendo la situación, empezó a llamar a amigos, a ver si nos podían ayudar. Y llegó uno de estos, que resultó ser un iraquí, como tantas de las personas a las que acabábamos de ayudar en Bosnia. Nos llevó a la ciudad y pudimos pernoctar en una cafetería que cerraba a las cinco de la mañana. Después, Andrés y Lucía pudieron sacar de un cajero 30 euros que tenían cada uno en su cuenta para coger un taxi y volver al aeropuerto a coger el avión y seguir con nuestra peregrinación.
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